ESCRITOR

Joaquín Barrero

05 / 08 / 2014 Javier Memba
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El autor presenta La tierra dormida, nueva aventura de Corazón Rodríguez, que investiga ahora el viaje de los campesinos que Franco envió al dominicano Trujillo.

 “Trujillo trató a los españoles con un cariño no entendido”

Recién llegada a las librerías, La tierra dormida (B), de Joaquín M. Barrero, es la quinta aventura de Corazón Rodríguez. En esta ocasión, el detective madrileño, trasladado a la linde entre Asturias y Galicia, ha de resolver un misterio a caballo entre dos épocas: la de la expedición de españoles que emigraron a la República Dominicana en 1955 bajo el patrocinio de Trujillo y los albores de nuestro siglo.

¿Una vez más, el pasado vuelve a explicar el presente, como es costumbre en sus novelas?

Yo siempre digo que mis libros son de intriga histórica. La intriga la aporta Corazón Rodríguez. Un hombre de este siglo, con más de 40 años, ilustrado, de carácter y que siempre soluciona los casos. Es alguien que yo me he inventado para resolver casos que sucedieron... o pudieron haber sucedido. El de La tierra dormida, en concreto, sucedió. Aunque nunca se trató debidamente. Hubo particulares que contaron sus vicisitudes. Pero ningún libro. Puedo decir que cargos culturales de la embajada dominicana, que sabían de la expedición, no conocían cómo fue el desarrollo de la misma ni en qué terminó aquello.

La dictadura de Trujillo sirvió de marco a Manuel Vázquez Montalbán en Galíndez y a Mario Vargas Llosa en La fiesta del chivo. ¿Qué tiene que inspira tanta literatura?

En mi libro solo aparece por su relación con los españoles. Hubo una expedición, extraordinaria, singular, promovida entre Trujillo y Franco en el año 54. Durante la visita que Trujillo hizo entonces a España, al ver los campos de cereales de Valencia y Castilla, dijo: “Esto lo quiero yo para mi país”, e hizo un convenio con Franco por el cual unos 5.000 españoles, labriegos y campesinos en su mayoría, viajaron gratuitamente a la República Dominicana. Trujillo se tomó un gran interés por este proyecto. Sentía una gran admiración y cariño por los españoles y se portó siempre muy bien. La historia ya le ha juzgado como un tirano y un criminal, pero a los españoles les trató con un cariño desmedido y nunca comprendido. Al final no pudo tener una relación muy intensa con ellos porque la sociedad dominicana, los Estados Unidos e incluso el Vaticano empezaban a estar muy molestos con él.

Todo da comienzo en la ría del Eo, cuando tras asistir a un accidente, Corazón Rodríguez decide tomar cartas en el asunto. ¿A qué se debe esa costumbre de meterse donde no le llaman?

Fue policía en su juventud, es karateca y es un hombre avezado. Siempre está con los timbres alerta. Su curiosidad le lleva a querer saber por qué pasan las cosas. De no ser así, no podría enfrentarse a los duros castigos, incluso palizas, a los que le someto.

Al guardia civil que le toma declaración le sorprende el nombre del detective tanto como a los lectores. ¿No es una paradoja que se llame Corazón y sea tan duro?

Hay gente que se llama así. De hecho, he tomado el nombre de un amigo que tengo en Toledo. Allí hay muchos nombres infrecuentes. Por ejemplo, Loreto. Mis libros son auténticas realidades. He conocido a todos sus personajes o he sabido de ellos a través de los recuerdos de mis padres. Ha habido lectores que han seguido el periplo de los protagonistas de El tiempo escondido, mi primera novela, por toda la costa asturiana. Me gusta tomar in situ todos los datos que luego aparecen en mis libros.

¿Existe el dueño del restaurante Coral?

En efecto. No solo existe, sino que lo reproduzco tal y como es, con su nombre y apellidos.

¿Hubo intercambios de prisioneros entre Trujillo y François Duvalier, su homólogo haitiano, como se refiere en La tierra dormida?

Aunque estaban enfrentados, hubo intercambios muy específicos y concretos. Los dos eran muy de derechas y el peligro que representaba Castro, tras tomar el poder en 1959, era común. Donde hay dictaduras siempre hay movimientos subversivos y en su represión, Trujillo y Duvalier colaboraron. A no ser que fueran médicos, a los que interesaba especialmente dar asilo, cuando detenían a militares conspiradores o prófugos políticos, solían devolvérselos.

¿Fue en balde la emigración de los españoles de Trujillo, aquí sintetizada en la experiencia de Martín y Polín?

Da la sensación de que sí, porque de los 5.000, tras el asesinato de Trujillo en 1961, regresaron casi 4.000. Además, aquella expedición fue la primera de las muchas que había pensadas. Hacían falta 100.000 españoles. Necesitaban gente, gente blanca. Claro, esto no fue así. Además, en los últimos años de su dictadura, hubo muchos sabotajes en todo lo que hacía para los españoles. Pero los pocos que se quedaron mejoraron la agricultura de tal manera que la República Dominicana es uno de los productores de artículos del campo más cotizados del mundo. Pusieron en marcha cosas que allí, antes, no existían. Por ejemplo, la acequia y otros procedimientos de regadío desarrollados aquí desde tiempo inmemorial.

¿Por qué no se sabe todo eso con la cantidad de españoles que visitan ahora la República Dominicana?

Porque todos van a Punta Cana y esos sitios de recreo. Pero en el interior del país se descubre una huerta inmensa con las mejores patatas y los mejores ajos. Su exportación es una de las principales fuentes de ingresos del país junto al turismo. Desde esa perspectiva, no fue un fracaso la experiencia de los españoles de Trujillo.

¿Por qué elige siempre la primera como persona de su verbo?

Porque así al lector le da la sensación de que descubre las cosas junto a Corazón Rodríguez.

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