Carmen Negrín

21 / 09 / 2007 0:00 Evelyn Mesquida (París)
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"Mi abuelo pensaba que Azaña no era el hombre adecuado para ser el presidente de la República. Decía que era una excelente persona y le admiraba por su capacidad intelectual, pero sostenía que eso no bastaba para ser un buen político".

20/07/07

Carmen nació hace 60 años en Nueva York, donde su padre, Rómulo Negrín, segundo de los tres hijos del que fuera último presidente del Gobierno republicano, se instaló tras pasar un año en Rusia al acabar la Guerra Civil. Allí conoció a la que sería su mujer, Jeanne, con la que tuvo dos hijos. Las dificultades para regularizar su situación en Estados Unidos obligaron al matrimonio a marchar a México cuando Carmen tenía tan sólo siete meses. Allí permaneció hasta los tres años, cuando el agravamiento de la esclerosis múltiple que sufría su madre hizo que viajara con su hermano Juan a casa de su abuelo en París, con quien vivieron hasta los 18 años.

¿Qué recuerdos guarda de su abuelo?

Siendo yo una niña le veía como un señor muy alto que tenía una sonrisa contagiosa y unos ojos muy tiernos. Luego, su autoridad. Una autoridad natural, que surgía en lo cotidiano. Al caer mi madre gravemente enferma propuso que mi hermano y yo viviéramos con él. Se ocupó de nuestra educación y de nuestros estudios de forma admirable. Vivimos con él y con su compañera hasta los 18 años, cuando entramos en la universidad en Estados Unidos.

¿Cómo fue su vida en el exilio?

Al acabar la Guerra Civil se instaló en París y cuando los alemanes entraron en Francia, se marchó a Inglaterra con Feli, la que entonces era su compañera. Salió desde Burdeos, en uno de los últimos barcos, y estuvo en Londres durante toda la Segunda Guerra Mundial. En 1947 volvió a Francia y se instaló definitivamente en París, donde vivió hasta su muerte, aunque viajó a México y a Estados Unidos en varias ocasiones. Llevaba una vida bastante solitaria, aunque de vez en cuando venía gente a verlo. Tenía contactos con algunos políticos franceses, pero nunca quiso implicarse en ninguna organización política. Los últimos años los dedicó a preparar sus memorias.

¿Habló alguna vez de su relación con Azaña?

Hablaba alguna vez, sí. Sus relaciones fueron difíciles. Mi abuelo pensaba que Azaña no era el hombre adecuado para ser el presidente de la República. Decía que era una excelente persona y le admiraba por su capacidad intelectual, pero sostenía que eso no bastaba para ser un buen político.

Se ha hablado mucho de la vida sentimental de Negrín y de su carácter enamoradizo.

Yo le he conocido dos amores, aunque dicen, es cierto, que le gustaban mucho las mujeres. Sólo puedo decirle que además de su primera mujer, mi abuela, con la que se casó a los 20 años y con la que tuvo tres hijos, yo sólo le he conocido una segunda relación sentimental, con Feli. A mi abuela seguramente la quiso mucho, pero evolucionaron de forma distinta y ese amor terminó con el tiempo. Mi abuela era una mujer de la alta burguesía rusa, con gustos burgueses, entre los que estaba reunirse regularmente con sus amistades para tocar el piano o jugar al tenis. Feli era todo lo contrario, una muchacha pobre, nacida en El Escorial y huérfana de padre y madre desde los 9 años, lo que la obligó a trabajar desde entonces. Era una mujer viva y con gran sentido del humor, de una inteligencia natural, independiente y autónoma, muy discreta y totalmente dedicada al abuelo. Creo que se quisieron mucho y que él la protegió de todos los que la menospreciaron, incluso dentro de su familia. Vivieron juntos 30 años, pero no pudieron casarse porque mi abuela, que era muy cristiana, no quiso divorciarse. Después de la muerte del abuelo, Feli regresó a España y allí murió.

Los historiadores presentan a Negrín como una persona muy compleja.

Mi abuelo no era complejo, era un hombre de una gran lógica, un verdadero científico. Era la situación que le tocó vivir la que era compleja y la que le obligó a tomar decisiones difíciles.

¿Cómo se hizo cargo de sus archivos?

Cuando murió, una parte de los archivos se la llevó mi tío Juan, que era el hijo mayor y había pedido conservarlos. En la casa de mi abuelo en París quedó otra parte. Yo siempre estuve interesada por estos archivos, y cuando adquirí la casa familiar tras la muerte de Feli la compré con todo lo que había dentro, porque ninguna otra persona de la familia estuvo interesada. Después, mi tío Juan, antes de morir, me cedió la parte de los archivos que él guardaba para que yo me ocupara de ellos. Él sabía que mi hermano y yo habíamos vivido mucho tiempo con mi abuelo y éramos los únicos de la familia que nos interesábamos realmente por la tradición republicana.

¿Qué significan para usted?

Siempre he deseado hacer algo con ellos, sobre todo después de haber leído y escuchado tantas mentiras sobre mi abuelo. Estaba convencida de que en estos documentos estaban las pruebas que permitirían acabar con la leyenda negra que le han atribuido. Me jubilé con cinco años de anticipación para poder ocuparme de ellos, y ha sido duro tener las pruebas para rebatir muchas de las cosas que se han dicho durante años y no poder hacerlo porque los documentos no estaban todavía clasificados. Ahora se está conociendo la verdad.

¿Por qué no los ha entregado a alguna institución para que hiciera ese trabajo?

Hace muchos años recibí una carta del Archivo de Salamanca. En ese momento, la verdad, pensé que todavía no había llegado la hora. Quería esperar a ver qué pasaba en España, si se asentaba la democracia. Los socialistas acababan de llegar al poder, pero yo no estaba muy segura de que el Gobierno de Felipe González fuese a durar, y tampoco insistieron demasiado.

¿Qué piensa hacer con los archivos?

Estoy trabajando con la Fundación Juan Negrín, porque me parece gente seria, con más conocimientos históricos y políticos que yo y que, además, desean recuperar su figura y limpiar su imagen. Por el momento no veo por qué tendría que entregarlos al Estado como pretenden algunos, cuando los archivos de Franco son todavía privados. Mi intención es quedarme con una copia y enviar otra al Archivo de Salamanca y otra a la Fundación para que puedan acceder a ellos historiadores y estudiantes. Quiero acabar con la leyenda negra que hay sobre mi abuelo, que le acusa de ser un comunista disfrazado, un agente de Moscú, y eso no es cierto. Mi abuelo se apoyó en la Unión Soviética porque fue el único país que facilitó material de guerra al Gobierno de la República. Ante el cinismo de la no intervención mi abuelo buscó el apoyo de quien estaba dispuesto a darlo. No tuvo otra alternativa. Si las democracias le hubieran ayudado, él habría dejado de lado la ayuda comunista.

Juan Negrín, el gran olvidado

Juan Negrín (Las Palmas de Gran Canaria, 1892) es el personaje más controvertido, y hasta hace poco olvidado, de la Guerra Civil. El último presidente del Gobierno republicano, cargo al que accedió en 1937 en sustitución de Francisco Largo Caballero, fue el representante de la política de resistencia en el tramo final de la guerra –”Resistir es vencer” fue su lema–, convencido de que el entonces previsible estallido de un conflicto mundial forzaría a un realineamiento de los aliados frente al fascismo de Hitler y Mussolini, y por extensión de Franco, que salvaría a la República. Una posición que mantuvo contra la opinión de su propio partido, el PSOE, partidario de negociar una paz sin represalias con los nacionales.

Negrín recorrió el tramo final de la guerra con el único apoyo del PCE, lo que unido al envío de las reservas de oro del Banco de España a Rusia para financiar la compra de armas, el conocido como “oro de Moscú”, le costó la acusación de ser un agente al servicio de los comunistas. Denostado por vencedores y vencidos, sólo las recientes aportaciones de algunos historiadores han permitido reivindicar su figura.

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