El derrumbe del crudo, para largo

21 / 01 / 2016 José María Vals
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La caída de los precios del petróleo ha venido para quedarse. Las tensiones entre Arabia Saudí e Irán pueden influir indirectamente a mantener la tendencia bajista del barril de crudo

Hasta cuatro veces se han producido desplomes del precio del crudo en las últimas seis décadas. Para solucionar una de ellas, la de los años sesenta, nació precisamente la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que durante muchos años ha hecho y deshecho casi lo que le apetecía con el coste del barril de crudo. Las circunstancias de ahora, sin embargo, son más parecidas a lo que ocurrió en los años ochenta, aunque con matices importantes.

En esa década del pasado siglo, la revolución en Irán y la llegada al poder de un Gobierno formado por religiosos islámicos provocó una subida del precio del petróleo que animó a los países no miembros de la OPEP a incrementar su producción. Los socios del club de exportadores creado veinte años antes reaccionaron con virulencia, y con Arabia Saudí a la cabeza, en defensa de sus cuotas de vendedores en el mercado mundial del petróleo.

La conclusión de aquellos movimientos fue un exceso de oferta de crudo que volvió a tirar los precios del oro negro. Algo muy parecido a lo que ocurre ahora, con unos países exportadores que no parecen dispuestos a reducir su cuota e inundan el mercado aunque sea con escasos beneficios e incluso con pérdidas. Todo por no quedar fuera. Pero es que ya lo están un poco y por eso las perspectivas más optimistas no pasan de los 50 a 60 dólares por barril para los precios previstos a finales de 2016.

De momento, el precio del barril ha batido todos los récords de descensos (ha bajado un 41% en pocos meses) y rompía el suelo de los 30 dólares. Algunos analistas justifican esta tendencia en la menor demanda de petróleo por parte de las economías emergentes, entre las que se encontrarían China y Brasil, mientras otros apuestan por echar la culpa casi exclusivamente al exceso de oferta por parte de los países exportadores.

La OPEP. Para aclarar la cuestión, nada mejor que unos pocos datos. Justo antes de la famosa crisis de precios de los ochenta, los trece países socios de la OPEP (Argelia, Angola, Ecuador, Indonesia, Irán, Irak, Kuwait, Libia, Nigeria, Catar, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Venezuela) aglutinaban el 53% de la producción mundial de petróleo. No es de extrañar que cualquier convocatoria por sorpresa de reuniones de sus ministros en La Haya (Holanda) o Ginebra (Suiza), que es donde suelen reunirse, provocara caras de pánico entre los inversores y las empresas petrolíferas. Pero ahora estos trece países ya solo controlan el 34% de la producción mundial de petróleo, su poder ha caído de forma considerable y su influencia en los precios también.

Una mirada a los productores también aclara algunas cosas. De los cinco más grandes, solo uno es de la OPEP (ver gráfico) y, además, los tres mayores consumidores (EEUU, China y Rusia) también están entre los cinco grandes productores. En estas circunstancias, la negativa de algunos de los socios de la OPEP a reducir sus niveles de producción por miedo a ver reducida aún más su cuota de mercado lleva a un exceso de oferta que impide un rebote de los precios.

Pero todavía hay más circunstancias adversas para el petróleo. Al estancamiento del crecimiento en algunas de las economías emergentes con mayores índices de crecimiento (China y Brasil) se unen los esfuerzos de otras economías occidentales, entre las que ya se encuentra Estados Unidos, por reducir la dependencia energética del crudo. Cada kilovatio que se produce con energías renovables es un recorte irreversible a la demanda futura de petróleo.

Y a todo esto se unen las tensiones políticas de la zona fuerte de la OPEP, que no es otra que Oriente Medio. Allí, Arabia Saudí es un país dominado por
 la rama suní del islam, mientras que Irán, otro de los socios importantes de la organización y vecino de la zona, es un país fundamentalmente chií. Los enfrentamientos físicos entre suníes y chiíes han dejado miles de muertos en la región y sus guerras a veces son más sutiles y económicas.

Geopolítica. Irán llegó en 2015 a un acuerdo con las potencias occidentales (Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea) para permitir el acceso a los inspectores internacionales a sus instalaciones nucleares a cambio de eliminar las sanciones impuestas por la ONU, que bloqueaban gran parte de sus exportaciones de crudo. Arabia Saudí se ha negado desde entonces a reducir en un solo barril su producción, aun sabiendo que ello baja el precio del petróleo, pero con ello consigue un daño colateral para Irán, que no puede rentabilizar el fin de las sanciones internacionales.

Todo este conjunto de elementos y algunos más de corto plazo como la benignidad del clima en la primera parte del invierno son los que han hecho que el petróleo estrenara 2016 con precios por debajo de los 30 dólares el barril. Si a esto se le suma que las compras que hacen ahora las grandes compañías petrolíferas son para entregas de crudo dentro de dos o tres meses, cuando la primavera elimine la amenaza de olas de frío duraderas, las perspectivas para el precio del oro negro no son muy halagüeñas. Además, aprovechando los precios bajos de los últimos meses, la mayor parte de los países occidentales han incrementado sus reservas de petróleo, lo que abre aún más la brecha entre la oferta y la demanda, ya que ante subidas imprevistas se puede tirar
 de reservas.

Aunque los analistas no se ponen de acuerdo en cuáles pueden ser los precios del crudo en los próximos meses, casi ninguna gran empresa que dependa de sus costes hace presupuestos con cifras superiores a los 50 dólares el barril. Ni siquiera las grandes aerolíneas, en cuyas cuentas incide sobremanera el coste del combustible, prevén un barril de petróleo muy por encima de los
 50 dólares.

Esa no es una cifra mágica, pero sí es la que más consenso alcanza entre los expertos. Para las economías occidentales produciría un importante ahorro en costes para sus economías. Por ejemplo, España puede reducir el gasto en energía en unos 14.000 millones de euros adicionales en 2016, lo que supone un 1,4% del PIB. Por el lado contrario, unos precios muy bajos durante mucho tiempo pueden ser perjudiciales para las grandes multinacionales petroleras y los países exportadores. 

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