Dinero y felicidad: en busca de la eudemonía perdida

14 / 09 / 2017 Marta Villaencina
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¿Puede el dinero, por sí solo, dar la felicidad? Los estudios científicos dicen que no, pero que ayuda a elevar su grado de intensidad.

Ilustración: Luis Grañena

La eudemonía, palabra heredada del vocablo griego eudaimonia, viene recogida en el diccionario de la Real Academia Española como “estado de satisfacción debido generalmente a la situación de uno mismo en la vida”. Para los estudiosos de la economía y su influencia en la felicidad de las personas, según relata el profesor Javier Garcia-Arenas, del Departamento de Macroeconomía, Área de Planificación Estratégica y Estudios de CaixaBank, el bienestar eudaimónico se centra en cuál es el significado y el objetivo de la vida y se pregunta si cada individuo ha alcanzado la calidad de vida que le correspondería acorde con su potencial. Y, ¿qué tiene que ver todo esto con el dinero? Pues que parece que es verdad que los ricos son más felices que los pobres. O dicho de otra manera, que un mayor nivel de renta lleva aparejado una mayor percepción de felicidad en los individuos, aunque con matices.

La literatura económica y sociológica distingue además otros dos tipos de sensaciones de felicidad: la satisfacción vital, que hace referencia a la evaluación de la vida en su conjunto, y el bienestar emocional, que se refiere a las emociones y a los estados anímicos que sienten las personas en su día a día. Pues bien, un estudio realizado por los economistas Kahneman y Angus Deaton, muestra que en Estados Unidos aumentar la renta siempre incrementa la satisfacción vital, pero en cambio, cuando las personas tienen una renta superior a 75.000 dólares (63.000 euros), recibir más dinero tiene un impacto nulo sobre el bienestar emocional.

El factor subjetivo

Con estos datos en la mano, los dos economistas estadounidenses concluyen que la renta y la educación están más relacionadas con la satisfacción vital, pero, en cambio, la salud física y la soledad van más ligadas al bienestar emocional. Pero hay un tercer factor, subjetivo e individual, que es la percepción de cada uno sobre su situación personal y la del conjunto de la sociedad. Y aquí se producen cosas muy curiosas.

Según datos recopilados por el profesor Adrià Morron Salmeron, también miembro del Departamento de Macroeconomía, Área de Planificación Estratégica y Estudios de CaixaBank, una encuesta de Ipsos de 2016 muestra cómo el 86,4% de la población española se considera bastante o muy feliz, mientras que el español medio piensa que solo el 41% de los españoles se consideran bastante o muy felices. Y algo parecido ocurre cuando se pregunta a los ciudadanos sobre condiciones económicas concretas. Por ejemplo, en 2014 el español promedio estimaba que el paro se situaba en el 46% cuando el real era del 25%. El alemán medio lo situaba en el 20% (el real era del 6%), el estadounidense medio decía que era del 32% (real del 6%), y el japonés lo situaba en el 19% (real del 4%).

El valor de las referencias

Otro ejemplo que pone el profesor Adriá Morron es el estudio realizado en 2006 en Alemania que muestra cómo una victoria de la selección germana de fútbol provocaba una mejora de la valoración subjetiva de la situación económica equivalente a un aumento de sueldo de unos 5.600 euros anuales. “Aunque este grado de satisfacción quizás no sorprenderá a los más futboleros –señala Morron–, sí que es sorprendente que influya, y con una magnitud nada despreciable, en una muestra construida para ser representativa de toda la población alemana en edad de trabajar. Pero ello ilustra un aspecto fundamental de la vida humana y el bienestar: las percepciones personales son determinantes”.

Nadie toma decisiones económicas en una burbuja. Todos los individuos que participan en la economía están relacionados entre sí, de modo que si alguien a quien no le gusta el fútbol y podría darle igual que la selección gane o pierda, cuando está rodeado de gente más feliz porque su equipo ha ganado, se produce un efecto contagio que cambia la percepción personal.

“Como explica Robert Shiller, Nobel de Economía –concluye Adriá Morron–, las personas buscamos historias que nos ayuden a interpretar el mundo en el que vivimos”. Y pone el ejemplo de “cómo una recesión es un periodo en el que la gente decide gastar menos, seguir usando bienes antiguos en vez de sustituirlos por nuevos y posponer el inicio de nuevos negocios o la contratación de trabajadores: decisiones personales que no solo dependen del estado de la economía, sino de cómo lo valora la narrativa prevalente y cómo se percibe individualmente”.

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