Virginia y los libros

15 / 09 / 2016 Juan Bolea
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Horas en una biblioteca presenta textos de Woolf sobre literatura, cine, pintura...

De Virginia Woolf lo sabíamos casi todo, excepto todo lo que ella sabía de literatura. Ahora, gracias a la publicación de Horas en una biblioteca (Seix Barral) accedemos a una selección de materiales críticos, reflexivos, misceláneos, con los que la autora de Al faro complementaba su tarea literaria, ayudándose y ayudándonos a comprender el acto creativo, el don, la iluminación.

La aproximación de Virginia Woolf a autores como Melville, Tackeray, Conrad o Dostoievs-ki nos permite releer sus respectivas obras desde un punto de vista enriquecedor. De este último, por ejemplo, Virginia anotó que operaba de manera contraria a los novelistas de su época. “Estos reproducen las apariencias externas (costumbres, comportamientos, paisajes), pero rara vez el tumulto del pensamiento que huracana dentro de su propio ánimo”. Y así, en efecto, solía aplicarse Dostoievski en su observación de la vida de hombres y mujeres desde una óptica distinta a la de los escritores y lectores de su tiempo. “Continuamente nos preguntamos si reconocemos el sentimiento que Dostoievski nos muestra –se cuestionaba Woolf–, y continuamente comprendemos, siempre con el sobresalto de
 lo inesperado, que antes lo habíamos visto en nosotros mismos”.

No solo de escritores se alimentaba Virginia. Para demostrarlo, la reseña que dedicó a Walter Sickert, a quien consideraba el mejor pintor vivo de Inglaterra. Por aquella época, Sickert todavía no había alcanzado la consideración de sospechoso de encarnar a Jack el Destripador y sentaba cátedra con su Londres sombrío y esos rostros sacados de la calle que a Virginia le relataban sus vidas, padecimientos, sueños... En la mística comunión entre literatura y pintura, la precisión de los trazos de Sickert llevó a la autora a aconsejar a otros escritores el dominio de los efectos cromáticos, creando oportunamente la luz o la oscuridad, y extremando la concisión y economía en sus recursos. “Describir una escena es la peor manera de mostrarla. Hay que hacerlo con una palabra sola, en hábil contraste con otra”.

Respecto a otras escenas, las cinematográficas, al cine en sus orígenes, Woolf acuñó lúcidas opiniones. Desde el carácter vicario de este nuevo arte con respecto a la literatura, desde sus sobrecargadas Anas Kareninas y falsos Vronskis a la elementalidad de sus iniciales recursos –“Un beso es el amor. Una taza rota son los celos. Una sonrisa es la felicidad, la muerte es un féretro”–. Y, en seguida, un principio de independencia, esa rebelión del cine con respecto a la literatura que a Virginia le pareció entrever en Doctor Caligari (“Parece evidente que el cine tiene en su poder innumerables símbolos de la emoción que hasta el momento no han encontrado el cauce de expresión idóneo”).

Opiniones claras y útiles: normas. 

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