Visiones

Tristes trópicos

29 / 01 / 2018 Juan Bolea
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En la nueva edición de Paidós releo embebido Tristes trópicos de Claude Lèvi Strauss, como si fuera un texto embrujado, pretendiendo ser científico.

En la nueva edición de Paidós releo embebido Tristes trópicos de Claude Lèvi Strauss, como si fuera un texto embrujado, pretendiendo ser científico; como si fuese una novela, pretendiendo ser un ensayo; como un libro de viajes, pretendiendo ajustarse a esa antropología levi-straussniana de la que surgieron las modernas ramas de la etnografía. Esa impresión dual, torrencial, abarcadora, suele acaecernos cuando la visión del autor es a la vez panorámica y concreta; objetiva y saturada de subjetividad.  

Y extrañamente tranquila y serena, pues Lèvi Strauss no se aproxima a su objetivo, las últimas tribus primitivas, como un explorador que al fin las encuentra sepultadas en los bosques del Amazonas, sino como un viajero que antes que a ellos desea conocer sus países, y que, cuando se tropieza con los caduceos, bororos o nambiquaras, con sus alargadas chozas y cerbatanas y sus delgadas caderas y tatuajes, no dejará de estudiarlos en la contextualización de su entorno, aquel hombre, aquella naturaleza mano a mano.

Sus estudios de campo, sus genealogías, la descripción de sus ritos y dioses, de hechiceros y hechizos, visiones y ayahuasca llegarán a las páginas de Tristes trópicos una vez el viajero haya remontado los ríos amazónicos en vapores que transportaban seres humanos tan interesantes o extraños como los propios indígenas. A la manera de Conrad o Somerset Maugham, Lèvi Strauss se asomará a la indumentaria y al alma de esos individuos –hacendados, cazadores, gampeiros o buscadores de oro- que persistían en perseguir su particular Eldorado en los últimos territorios vírgenes del planeta. El antropólogo trazará sus tipos, atenderá sus historias en la popa del barco, mientras las estrellas iluminan la verde y negra irrealidad de Mato Grosso.

Ya en territorio caduveo, Lèvi Strauss se concentrará en descifrar su lenguaje pictórico. Caras y cuerpos nativos se presentaban a sus ojos recubiertos y tatuados con enigmáticas series de arabescos de geometría sutil. El primero en describirlas fue el jesuita Sánchez Labrador, que vivió con esas tribus entre 1760-70. Un siglo después, Boggiani reproduciría con exactitud los hipnóticos dibujos asimétricos trazados en la piel con una espátula de bambú empapada en el zumo del genipapo, incoloro en la extracción, pero azul-negro en cuanto lo revelaba el proceso de óxido. En busca de explicaciones o fuentes de inspiración, Lévi Strauss llegaría a comparar esas cruces, espirales, barras y rombos con los estucos del barroco español, preguntándose si no estaría en presencia de un estilo ingenuo tomado de los conquistadores, del mismo modo que otros pueblos amazónicos, como los mamba, tatuaban naos en sus pechos después de haberlos visto remontar sus ríos como nuevos dioses del agua…  

Una lectura, la de “Tristes trópicos”, que hoy nos sigue asombrando.

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