Rumbo al mar blanco

12 / 09 / 2017 Ricardo Menéndez Salmón
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Malcolm Lowry: “Me tengo por un gran explorador que ha descubierto tierras extraordinarias de las que jamás podrá regresar para darlas a conocer al mundo: pues el nombre de estas tierras es infierno".

En Bajo el volcán, novela que regalaría a Malcolm Lowry prestigio universal y en torno a la que forjaría su leyenda, el escritor de Liverpool pronosticó: “Me tengo por un gran explorador que ha descubierto tierras extraordinarias de las que jamás podrá regresar para darlas a conocer al mundo: pues el nombre de estas tierras es infierno. Claro que no están en México, sino en el corazón”. Semejante advertencia podría servir como lema para la obra completa de este alcohólico genial y novelista sin epígonos, que inspirándose en Dante proyectó una Divina comedia en tres etapas de las que, en vida, apenas el Infierno, su peculiar lectura del Día de los Muertos, vio la luz. Hasta 1963, seis años después de su fallecimiento, no aparecería gracias a la intercesión de su segunda esposa Piedra infernal, Purgatorio que narra la estancia de Lowry en el Bellevue Hospital de Nueva York, y solo en fecha tan cercana como 2013 Rumbo al Mar Blanco, el supuesto Cielo de su trilogía dantesca, apareció en su lengua original, hoy felizmente recuperada por Malpaso para los lectores en español. 

Pocos escritores han alimentado como Lowry la pasión por el accidente y la extravagancia, una suerte de fortuna adversa seguramente imputable a una personalidad nada previsora y a una conducta errática. Sus manuscritos sufrieron extravíos, mutilaciones, robos, destrucciones, peripecias sin fin. Y ninguno satisface esta máxima como el de Rumbo al Mar Blanco, la gigantesca novela en la que trabajaba desde comienzos de los años 30 y que fue consumida por las llamas en una cabaña de la costa canadiense en 1944. Dada por perdida, una copia de la obra conservada en casa de la primera suegra de Lowry (deus ex machina cuando menos pintoresco) reapareció al cabo de décadas para permitir disfrutar una vez más de esa rara, soberbia mezcla de romanticismo y existencialismo que convierte la lectura de Lowry en una experiencia radical. 

Inconclusa y amputada como está, falta de una purga profunda y de los trazos que completaran su trama, Rumbo al Mar Blanco sigue siendo puro Malcolm Lowry. Y como tal, literatura de muchos quilates. Todos los viejos temas del malhadado estudiante de Filosofía en Cambridge están ahí. Comenzando con su mayor pasión, el mar de su adorado Melville, el océano que ya marcó su primera obra, ese virtuoso pastiche titulado Ultramarina, continuando con sus angustias en torno a la muerte, marcado como quedó para siempre por el suicidio de su amigo Paul Fitte, y concluyendo con su confianza en que el amor, que la Yvonne de Bajo el volcán encarnará como nadie, pudiera librar al escritor atormentado por sus fantasmas. Espacio y tiempo, pasión y extinción. Los temas eternos que cifran el periplo del hombre, de cualquier hombre, rumbo al mar de su felicidad o de su desgracia.

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