Romántico

16 / 03 / 2017 Juan Bolea
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Los románticos alemanes exploraron una síntesis entre poesía y filosofía.

Friedrich Schlegel

Justamente cuando los franceses abandonaban la poesía de su naturaleza revolucionaria, aquellos maravillosos poetas alemanes, abuelos de Verlaine y de Walt Whitman, salieron al camino para descubrir el mundo y su lenguaje secreto.

Ninguno, ni Hölderlin ni Heine, sabían al partir si les acompañarían los mitos y la poesía de los antiguos, Tristán e Isolda, Wotan y Sigfrido, o los más recientes y calderonianos personajes (Calderón, traducido por Friedrich Schlegel, fue una referencia en el nacimiento del romanticismo alemán), los príncipes Segismundo y Constante. Tampoco conocían, según intuición de Brentano (“Si digo que amo a Shakespeare, a Goethe, que adoro las viejas historias...”) la procedencia de las cosas benignas, e ignoraban también si Cristo, logos de Dios, les invitaría a revivir la pasión del hombre o a buscar otro destino a sus palabras, a su propia naturaleza como intérpretes de su hermético concepto de lo absoluto... El hecho fue que exploraron una síntesis entre poesía y filosofía; esto es, en busca de Alemania.

Pero no eran iguales, ni siquiera parecidos. Tieck, los hermanos Schlegel o Schelling (que también componía poesía bajo el seudónimo de Bonaventura) no descubrirían los mismos ecos e intuiciones en los clásicos, en el círculo de Jena, en París o en los bosques de Berlín. Su proteica variedad y contradicciones se reflejan en Floreced mientras. Poesía del romanticismo alemán, edición bilingüe de Juan Andrés García Román para Galaxia Gutemberg, con una apropiada selección de autores y poemas.

Entre finales del XVIII y principios del XIX, los románticos alemanes sí coincidirían, como principal descubrimiento, no tanto en la lírica de la naturaleza como en la existencia real de un pueblo alemán que les aclamó como a sus nuevos sacerdotes y héroes. García Román: “Fueron los trovadores de la nueva Alemania, organilleros y músicos callejeros, tal y como aparecen en tantos poemas
 de Wilhem Müller o Echendorff”.

Con excepción de algunos casos, como el de Karoline Von Günderrode, que se suicidaría en el Rin cuando su amante, un hombre casado, se negó a divorciarse, los poetas románticos del pueblo, Arnim, Kerner, cantaron a la alegría de vivir, a la música y al amor. Poco a poco, sin embargo, fueron sobrecargándose de un nacionalismo y de un tradicionalismo que más adelante traería sus consecuencias, pero que ante sus contemporáneos les hizo identificables, consustanciales, y a sus poemas, fáciles de recitar, musicar, cantar e incorporar como paganos himnos a las celebraciones familiares o al calendario festivo, porque el yo de los poetas no estaba presente en los versos y su idealismo se basaba en elementos inconcretos derivados del panteón de la belleza o del sueño reunificador de la nación alemana.

Un festín lírico, filosófico y político.

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