Paseando con Whitman

13 / 10 / 2016 Juan Bolea
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El poeta impregna sus escritos sobre la guerra de secesión de sol y viento

El poeta Walt Whitman pasó el verano de 1864 en hospitales de campaña.

Acudía a sus tiendas para consolar a los soldados heridos en las batallas contra el Sur. Por las calles de Washington solía cruzarse con el presidente Lincoln, a caballo sobre una montura gris, vestido de negro y protegido por un destacamento de caballería con los sables desenvainados.

Entre los heridos, la presencia del poeta era muy valorada. Le pedían que les contara historias y escribiese cartas a sus familias. Whitman llevaba una gavilla de cuentos célebres, otros de su cosecha, almanaques y una Biblia, pues a menudo los moribundos le solicitaban el consuelo de una lectura sagrada.

Por las noches, al regresar a casa, después de ver sufrir y morir a los héroes (también reír, también salvarse), Whitman registraba sus impresiones y charlas con los soldados, las amputaciones y operaciones quirúrgicas, los gestos de grandeza y derrota, el destino, la debilidad y el valor de aquella generación de norteamericanos que la Guerra de Secesión había partido en dos, como al Norte y al Sur.

Los apuntes literarios de Whitman, traducidos por la editorial Capitán Swing (Perspectivas democráticas y otros escritos), son sobrios, majestuosos, y contienen, como el resto de la obra del autor de Hojas de hierba, elementos esenciales de su época. Whitman canta a su joven democracia, y a los jóvenes norteamericanos, con pureza e inocencia, esforzándose por orientar el torrente de toda esa sangre ilusionada hacia el horizonte de una nación más justa y generosa, los Estados Unidos de América. En la descripción de sus principios éticos, fortaleza moral y bellezas paisajísticas el poeta despliega su fascinante arborescencia verbal, impregnada de sol, viento y naturaleza, un metafórico carruaje que nos transporta por Alabama o Virginia con veloces y chispeantes adjetivos, como caballos de tiro, y al pescante, el patriarca.

Gracias a su visión poética, Whitman pasó del pozo del feudalismo europeo al manantial democrático, de Edimburgo y París a Las Rocosas, los grandes ríos, los Grandes Lagos. Sus palabras flotan, sus frases perduran y en este libro el alma de la nación aflora. Viajamos por un mundo urbano y rural, industrial y místico, bélico y pacífico que él nos invita a ver con una mirada nueva y donde el errante cantor, ángel caído o profeta, irá encontrando a otros personajes irrepetibles. Edgar Allan Poe, con quien mantuvo una entrevista en su despacho de Broadway (“Estuvo muy cordial, muy tranquilo, y su apariencia personal y ropas eran cuidadas. Muy amable y humano, pero algo vencido, quizá un poco fatigado”, anotó Whitman). O como el fabuloso Jon Jacob Astor, que se desplazaba por Nueva York en trineo, vestido de pieles, no en vano era el mayor importador del Ártico...

Legendario.

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