Oprobio de las naciones

14 / 07 / 2016 Ricardo Menéndez Salmón
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Existe un consenso, amparado por fuerzas tan poderosas como el Banco Mundial, por famosos tan ubicuos como Bono o Bob Geldof y por ese 1% de personas más ricas del planeta entre las que se encuentran el matrimonio Gates y Warren Buffett, según el cual el desarrollo científico y tecnológico está a las puertas de abolir para siempre una de las mayores penalidades de la humanidad: la falta de alimento o, mejor dicho, la dificultad de un acceso efectivo y eficaz al mismo. 

La desaparición del hambre está a la vuelta de la esquina gracias a la conjunción de los avances que la ciencia pone al alcance de los agricultores y a las bondades del filantrocapitalismo, término acuñado por Matthew Bishop y Michael Green, matrimonio de cuya unión surgirá ese “radiante porvenir”, un día soñado por la literatura comunista. Todo ello, con la connivencia de unas instituciones convencidas de haber alcanzado el mejor de los mundos posibles (el universo apolítico y posideológico sancionado por Francis Fukuyama en El fin de la Historia y el último hombre) y felices por haber encontrado en el gran capital al aliado que nos conducirá a un mundo del que habrá desaparecido una lacra que hoy condena al horror a más de mil millones de personas sobre la Tierra.

Hasta aquí el discurso feliz, el despliegue de maravillas, el non plus ultra del optimismo de ingenieros y técnicos.

A este dictado panglosiano, David Rieff opone en su ensayo El oprobio del hambre los sofismas que esconde, las medias verdades que acuña y la evidencia de unas prácticas que en poco o nada se compadecen de lo antedicho. Por primera vez en la historia humana, el ámbito empresarial, convertido en usufructuario de los poderes del Estado, aparece como encarnación destinada a asegurar el bienestar de los desamparados.

Ninguna revolución podría ser más radical, ninguna previsión podría ser más antihistórica ni precisar de mayores reservas de fe. No en vano, no se recuerda que el causante de una catástrofe haya sido su solución.

Es a este secuestro de la voluntad del Estado, a su debilitamiento a manos de fortunas y corporaciones, contra lo que apunta el trabajo de Rieff, un documento indispensable para comprender cómo el discurso acerca del fin del hambre no esconde sino la interesada manipulación de una realidad que se tergiversa en función de la conversión de la Historia en un movimiento inercial con los filantrocapitalistas y sus icebergs financieros erigidos como salvadores materiales de las ofensas humanas, en este caso ese hambre que ya el profeta Ezequiel, 600 años antes de la era cristiana, llamaba “oprobio de las naciones”.

Un libro apasionado, de honestidad radical, obligada lectura para quien quiera entender de qué hablamos cuando hablamos de hambre y justicia en el mundo actual.  

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