Los primeros libros

26 / 03 / 2014 Juan Bolea
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La lectura de Los primeros libros de la humanidad resulta tan útil como placentera.

Ya en las primeras páginas de Los primeros libros de la humanidad (Fórcola), se percibe que su autor, el venezolano Fernando Báez, ha empleado tiempo en documentarse sobre las fuentes de los textos primigenios del género humano. Esfuerzo no vano, pues la lectura de este libro de libros resulta tan útil como placentera.

Por un lado, satisface las más comunes preguntas sobre el origen de las grandes religiones y sagas nacionales. Por otro, ofrece una visión ecuménica y panorámica de la actividad de escribas y rapsodas, cantores y evangelistas, iniciados, sacerdotes, aquellas castas secretas de iluminados, poetas y cronistas que desde la invención de la escritura se encargaron de ritualizar los mitos y mitificar los ritos de nuestras más antiguas creencias.

En su búsqueda del origen del primer libro de la humanidad, Báez se remonta 7.000 años antes de Cristo, hasta la proto-escritura de Vinca (junto a la actual Belgrado): dos mil figurillas de arcilla con signos gráficos que, curiosamente, se repiten en la mítica escritura lineal A de Creta.

El yacimiento de Harappa, en la India, plantea otro misterio no menor: cuatro mil objetos, datados en el 5.500 a. de C., con inscripciones en lengua dravídica.

Dos milenios después, hacia el 3.500, la escritura sumeria de la ciudad de Uruk, a base de cuñas con cálamo de hueso, asentaría la escritura como práctico registro contable, con primitivos balbuceos políticos y religiosos.

Desde su origen, la escritura fue sagrada. Tal así, que el rey Enmekar de Ur fue condenado a los infiernos por haber olvidado escribir o mandar redactar sus hazañas. Hacia el 3.250 a. de C. podría fecharse el inicio de la escritura jeroglífica egipcia, que habría de durar cuatro mil años. El papiro más antiguo, un acta contable del templo de El Gebelein, fue escrito en el 2.500 a. de C. Según narra Platón en su Fedro, poniéndolo en boca de su maestro Sócrates, los egipcios atribuyeron la invención de la escritura al dios Toth, “quien descubrió el número y el cálculo, la geometría y la astronomía, el juego de damas y el de dados y, sobre todo, las letras; conocimiento que hizo más inteligentes a los egipcios, pues se inventó como un fármaco de la memoria y de la sabiduría”.

El siguiente y relevante paso lo darían los fenicios, con la invención del alfabeto, se cree que de veintidós signos. Los griegos adoptarían y adaptarían ese código gráfico a su incipiente producción literaria, destinada, con los inmortales poemas de Homero, a cambiar para siempre el arte de escribir.

Asimismo los chinos dispusieron en el siglo XIII a. de C. de un primitivo sistema de escritura en huesos y conchas, destinado a usos ceremoniales y a la espatulomancia o arte adivinatoria. China inventaría el papel, soporte de los códices y del libro moderno.

Báez nos habla de otras muchas maravillas, como los libros pagoda o el poder espiritual de la caligrafía musulmana, refiriendo anécdotas tan curiosas como que los primeros libros de bolsillo aparecieron en Roma, en tiempos de Marcial.

Para gozar.

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