La España sicalíptica

13 / 11 / 2014 Juan Bolea
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Culturas del erotismo en España es un repaso a un país de golfos y probos contrastes que van del relicario a la enagua.

Culturas del erotismo en España, de Maite Zubiaurre (Cátedra), es uno de esos ensayos que comienzan en el Uno y acaban en el Todo, como a propósito de Dostoievski escribiría Stefan Zweig. El erotismo como tema medular nos conducirá en la España de Alfonso XIII a un abanico temático relacionado con el sustrato y evolución del país en materia sexual: penetración del psicoanálisis, tolerancia o rechazo a lo homoerótico, importación de modelos pornográficos, reacción de los intelectuales (Unamuno, Ortega, Marañón) a favor o en contra del patriarcado y otros muchos aspectos de la vida lúdica y política de aquella España que en sus años veinte alguien bautizó como “sicalíptica”. Término inspirado, según María Moliner, en los griegos sykon –vulva– y aleiptikós –excitante–. En cualquier caso, haría fortuna y se popularizaría.

Quizá no todos los españoles lo fueran, pero Alfonso XIII fue sicalíptico con sus postales y películas. Como sicalíptico se revelaría asimismo su dictador, Primo de Rivera, haciendo gala de su pasión por espectáculos y mujeres que iban de manolas o jamonas enfundadas en medias de seda a tobilleras o lolitas, o a las masculinizadas, a lo garçonne, cantantes de cabaret, a las que Unamuno llamaba varonas. A Zubiaurre no le falta razón al afirmar que la cultura erótica de los años veinte en España recuerda un cuarto de maravillas, con sus rarezas, transformismos y un alegre aroma a clandestinidad como el que emanaba el perfumado Álvaro Retana, compañero de Hoyos y Vinent, Benavente, García Lorca, Rivas-Cheriff, Azaña o aquel Pedro de Répide que César González Ruano describió “empolvado con polvos blancos que le daban un aire pierrotino y con zapatitos de color cubano sangre de toro...”.

El nudismo –desnudismo, entonces– alcanzaría también divulgación en la España prebélica. La revista Elysia dedicó su atrevida contracubierta al paraíso de los desnudistas, aquel pionero evangelio (1930), Valley of the Nudes, lanzado en California para disfrutar naturalmente de la naturaleza. Tampoco escasearon los tratados de educación afectiva integral, como Iniciación en la vida sexual de Escalante, del grupo de sexólogos y psiquiatras españoles formados en el extranjero gracias a las becas de la Junta de Estudios e Investigaciones Científicas, presidida por Santiago Ramón y Cajal. Freud o Havelock Ellis influirían en Jiménez de Asúa, Juarros o en el propio Marañón.

Realidad y ficción se mezclaban en la vida y en la escena. El protagonista de Sin razón, obra teatral de Sánchez Mejías, sería un psiquiatra formado en Alemania. El juego entre la intelectualidad y el sexo adquiriría ribetes dramáticos en la circunstancia de Hildegart Rodríguez, la niña prodigio educada por una pigmalionesca madre que la ejecutó a balazos cuando Hildegart, enamorada, decidió abandonar su experimento y tutela para vivir junto al hombre que amaba.

Un repaso a una España de golfos y probos contrastes, del relicario a la enagua, del escapulario a la liga, ilustrado por fotografías, postales y grabados ciertamente sicalípticos.

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