Jardín para pensar

25 / 05 / 2017 Vicente Molina Foix
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Jardinosofía..., de Beruete, coincide con un reverdecimiento del concepto de jardín.

En una época de mi vida fui jardinero, sin sombrero de paja ni azadón. Hacía en Londres estudios posgraduados de Historia del Arte, en un sistema a la carta que permitía, cada trimestre, elegir la materia impartida por grandes especialistas, procedentes en su mayoría de los institutos universitarios Courtauld y Warburg; llevado por la curiosidad y mi inopia campestre, me matriculé en un curso que trataba, dentro de la transición neoclásica, del llamado jardin anglais. Me familiaricé así con los nombres de grandes jardineros-paisajistas como Capability Brown o Humphrey Repton, cuyas obras de fantasiosa recreación vegetal visité maravillado, mientras leía en casa a los tratadistas de lo sublime y lo pintoresco. Por eso ha sido un placer volver a aquellos campos de la imaginación romántica con la lectura de Jardinosofía. Una historia filosófica de los jardines, de Santiago Beruete (publicado por Turner), que es una obra múltiple: estudio histórico de la evolución de los jardines desde la antigüedad hasta el siglo XXI, reflexión sobre sus fundamentos y su variedad, a la vez que compendio erudito que el autor redondea, en un libro de más de 500 páginas que se devoran, con un glosario muy útil, un nutrido reparto de personalidades importantes y una bibliografía (siendo solo de lamentar que no se incluya un índice onomástico general).

El libro de Beruete coincide con un reverdecimiento teórico del concepto de jardín. Es muy noble el impulso humano –nunca fenecido, pese al avance implacable de la especulación inmobiliaria– de cavar unas zanjas y plantar un macizo de rosas o una pequeña arboleda, pero más trascendental es la noción de que el jardín, por encima de su función de hobby o su utilidad frutal, es una de las bellas artes, un arte mudo que no produce rimas ni arias ni cuadros alegóricos, pero logra emocionarnos como si fuera parlante, melodioso, pictórico. Con la ventaja de que la naturaleza no es, ni siquiera cuando está retocada por la mano del hombre, pedante.

Aparte de leer a Santiago Beruete, de quien recomiendo en especial los siete capítulos de su tercera parte (desde el jardín moral de los filósofos hasta los laberintos mitológicos o contemporáneos), así como su análisis de los jardines racionalistas de Le Corbusier y Lloyd Wright y su brillante excurso sobre las plantas en la ciencia-ficción, quien viaje a París antes del 24 de julio no debería perderse la bellísima exposición Jardins en el Grand Palais, que mezcla la instalación ocurrente (como el botánico vertical de Patrick Blanc) con el reflejo artístico de la jardinería en grandes pintores como Durero o Cézanne. En su defecto, es también muy recomendable ver on line la serie producida por la cadena Arte Jardins d´ici et d´ailleurs, episodios de 26 minutos en los que, de la mano del arquitecto paisajista Jean-Philippe Teyssier, recorremos en filmaciones espectaculares jardines de un aquí y un allá que incluyen el sur de Europa, Japón, Marruecos, Irán o Indonesia.

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