Elle

27 / 10 / 2016 Ricardo Menéndez Salmón
  • Valoración
  • Actualmente 0 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 0 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

La película de Verhoeven se asoma a los abismos de las clases pudientes.

Luis Buñuel habría disfrutado con Elle, la vuelta a la dirección de Paul Verhoeven tras una década de silencio desde que filmara El libro negro. Película que se asoma a los abismos de las clases pudientes, esta extraordinaria obra, sustentada sobre el trabajo de una de las mayores actrices vivas, Isabelle Huppert, propone una puesta al día, ética y estética, de algunos de los presupuestos que animaron dos de las grandes películas de la época francesa del cineasta de Calanda. Ecos de Belle de jour y El discreto encanto de la burguesía resuenan en esta vigorosa muestra de que Verhoeven mantiene su talento indemne.

Elle es una película incómoda por su punto de partida, la violación de una mujer madura, y desasosegante por su puerto de arribo, la constatación de que todos, incluso las víctimas, alimentamos una simiente oscura. La ambigüedad por la que Verhoeven hace que su película transite es turbadora por lo que posee de demolición de certezas. Las líneas rojas del comportamiento han sido en ella dinamitadas. A este respecto, justo en el centro temporal de la película, hay una escena prodigiosa en la que el cineasta ampara el potencial de los conflictos que, como lava, afloran a la superficie. En esa escena Michèle, la protagonista, invita a un festejo navideño a sus allegados. En torno a su mesa lo que se despliega es, en realidad, el catálogo de mentiras que articula cada emblema social. Una madre anciana con su gigoló; un hijo que ejerce una paternidad impostora; un exmarido con una novia que podría ser su hija; las ceremonias de seducción a un vecino; el engaño reiterado a la mejor amiga. Nada es lo que parece, todo sigue su curso.

Las máscaras privilegian la revancha, la perfidia, la anomia de un carácter cuyo único criterio es la supervivencia a cualquier precio. Como la propia Michèle augura, ni siquiera la vergüenza es ya un sentimiento lo bastante poderoso como para impedirnos hacer lo que deseamos.

Pero Elle es fascinante por otro motivo. Y es por su consideración del espectador como un sujeto mayor de edad, no como alguien tantas veces estupidizado e insultado por ciertas estrategias narrativas, que insisten en la construcción de un imaginario maniqueo, amparado por buenos y malos, y levantado sobre certezas de una sonrojante ingenuidad. Si el cine, y el arte por extensión, posee una razón última, esta no puede estar alejada de su capacidad para procurar autopsias, tanto de las épocas como de los individuos. Y lo que Elle propone en última medida es una plausible autopsia de la oscuridad de nuestro tiempo. Todo ello, por supuesto, sin moralizar, sin escándalo, sin rechinar de dientes, con los comensales, educados y bien vestidos, sin alzar la voz ni torcer el gesto, reunidos en torno a la mesa con la negligencia propia de un mundo saciado.

Grupo Zeta Nexica