El yo de Hitchcock

20 / 10 / 2016 Vicente Molina Foix
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La muestra más allá del suspense descubre los entresijos de la obra del director

Por encima de su obra fílmica, una de las más sustanciales y creativas de la historia del cine, la gente conoce a Alfred Hitchcock por su ego. Grueso y grandioso, irónicamente redicho de voz, su vocación egocéntrica se mostraba a la menor ocasión: al presentar ampulosamente la serie televisiva de sus historias de miedo (372 episodios), en la infalible aparición personal, a veces recóndita, en cada uno de sus largometrajes, en el talento para venderse él junto a su producto, y en el mando férreo que ejercía sobre sus actores y su equipo artístico, aprovechando que el éxito comercial de la mayor parte de sus títulos le daba carta blanca en Hollywood.

De todo eso y de otros particulares se ocupa la sugestiva y muy bien concebida exposición Hitchcock, más allá del suspense, comisariada por el cineasta y profesor Pablo Llorca, abierta en el espacio Fundación Telefónica de Madrid (hasta el 15 de febrero de 2017). Dividida en cinco secciones, el visitante tendrá ocasión de descubrir no pocos de los entresijos de la labor del cineasta americano nacido en Inglaterra: trucos del ilusionismo genial que hizo memorables tantas de sus películas, así como fragmentos, dibujos, carteles, storyboards y un rico material colateral, como el trabajo de narración fotográfica que Hitchcock ideó, por encargo de la revista Life, para hacer cautelosos a los americanos en mitad de la Segunda Guerra Mundial. Pero también hay suspense, y miedo para los miedosos, como en la recreación de la secuencia de la ducha de Psicosis, en la que podemos ver la escena tal como la concibió originalmente el director, sin sonido externo, y a continuación con la conocida partitura de Bernard Herrmann, que supo convencer al maestro de la necesidad de esa electrizante música.

Puritano y monógamo, Hitchcock nunca traspasa en su cine los límites del recato, siendo a la vez inquietantemente libidinoso, algo que se refleja en el tercer apartado de la exposición, “Mujeres y hombres”, donde podemos ver los cinco besos más tórridos de su obra. Besos que dan, entre otras actrices, sus tres iconos eróticos preferidos: Grace Kelly, Kim Novak, y Tippi Hedren; de esta última, a la que moduló a la vez que la torturaba, supo hacer, pese a sus limitaciones interpretativas, una heroína inolvidable.

Exigente, cuidadoso hasta extremos maniáticos en los vestuarios y los decorados, este humorista de lo tenebroso fue uno de los formalistas más exquisitos que ha habido, sin dejar por ello de fascinar sensorialmente. Su carrera empezó en el cine mudo británico y acabó en 1976 con La trama, que no está entre sus mejores títulos. La exposición, sin pretender abarcar sus más de cincuenta años de actividad, consigue revelarnos sus obsesiones y resaltar su poderoso influjo en el arte, el cine y el pensamiento contemporáneo, en un arco muy amplio que alcanza desde los libros de los filósofos Eugenio Trías y Slavoj Zizek hasta la instalación del artista centroeuropeo Jeff Desolm, que, a partir de La ventana indiscreta, cierra sorprendentemente el recorrido.

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