Spotlight: cuando la realidad supera la ficción

25 / 02 / 2016 Enrique Peris
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El periodismo es el periodismo, y la ficción es... otra cosa. Las buenas prácticas exigen no confundir ambos territorios. 

Un momento de Spotlight

El cine sobre periodistas ha producido títulos fascinantes como El gran carnaval, de Billy Wilder; Mientras Nueva York duerme, de Fritz Lang; Network, de Sidney Lumet; y otros. Pero aún más interesantes y reveladoras han resultado algunas películas sobre el periodismo basadas directamente en personajes y hechos reales: un subgénero en el que Todos los hombres del presidente, en torno al Watergate y a la investigación de Carl Bernstein y Bob Woodward, es la pieza maestra por excelencia.

Ahora, Spotlight nos sorprende como otro ejemplo de excelente cine periodístico comprometido con la realidad. Y ya se sabe que la realidad puede ser más chocante e increíble que cualquier fantasía.

Cuando, en julio del 2001, los reporteros de Spotlight (el reducido equipo de investigación de The Boston Globe), comenzaron a indagar en los abundantes casos de abusos sexuales de niños atribuidos a sacerdotes católicos de las diócesis de Massachusetts, no suponían que aquello iba a dar tanto de sí. El director del periódico, Marty Baron (entonces recién llegado al cargo, y hoy director de The Washington Post) quería comprobar si esos curas pedófilos eran algo aislado y excepcional, unas cuantas manzanas podridas en el cesto, o si se trataba de un problema general y sistémico. Y si la jerarquía católica local conocía los hechos y los encubría.

Seis meses, después, a comienzos de 2002, aparecía en el Globe el primer fruto de sus investigaciones. El titular (“Church allowed child abuse by priests for years”) apuntaba a que la Iglesia había permitido tales abusos durante muchos años. Y el artículo dejaba claro que la Archidiócesis de Boston, encabezada por el muy poderoso cardenal Bernard Law, conocía de sobra el historial del sacerdote John Geoghan como pederasta y violador de niños a raíz de los testimonios de decenas de víctimas, y que se había limitado a ir cambiándolo de sitio y “trasladándolo de parroquia en parroquia”. Hechos y datos pacientemente investigados y verificados, a pesar de los obstáculos y las presiones.

La terrible carrera del padre Geoghan como predador sexual había corrido paralela a su carrera como sacerdote durante más de tres décadas. Pero eran casi un centenar los curas implicados en abusos pedófilos y violaciones... solo en la católica Boston. Y el patrón era parecido en todos los casos. El arzobispado pedía silencio a las víctimas “por el bien de la Iglesia” y les ofrecía una compensación económica, con abogados de por medio.

Si pudo conocerse por fin la envergadura del asunto, con infinidad de casos de sacerdotes católicos pederastas y abusadores en todo Estados Unidos, y en el resto de América, y en Europa, y en Australia (¿y dónde no?), fue en buena medida gracias a la determinación de un grupo de periodistas. En el año 2003 recibieron el premio Pulitzer. Y hoy son los personajes de una magnífica película que cuenta con increíble fidelidad lo que fue aquella investigación.

Apartado finalmente del sacerdocio, el padre Geoghan murió en 2003, asesinado por un compañero de celda en la prisión de Massachusetts donde cumplía condena por abusos deshonestos.

El cardenal Law, considerado como encubridor de cientos de curas pedófilos, tuvo que renunciar como arzobispo de Boston, pero no le fue mal: Juan Pablo II se lo llevó a Roma y lo hizo arcipreste de la Basílica de Santa María la Mayor, que ha sido su residencia muchos años. Allí se cruzó, en marzo de 2013, con Francisco, entonces recién elegido. Indignado, el nuevo Papa proclamó que no quería volver a ver al cardenal por allí. Algo había cambiado... 

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