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¿Por qué leemos lo que leemos?

10 / 08 / 2015 Daniel Jiménez
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Se publica la nueva entrega de Cincuenta sombras de Grey, uno de los hitos de la literatura erótica.

Hay varias preguntas en estos tiempos extraños (pero todos lo son) a las que cuesta encontrar una respuesta. Por ejemplo: ¿sabemos lo que comemos? O mejor: ¿sabemos lo que votamos? Y también: ¿sabemos realmente por qué leemos lo que leemos? ¿Somos plenamente conscientes de lo que nos impulsa a leer unos libros y no otros?

Según las estadísticas de venta, en la última década, nos han interesado más, no necesariamente por este orden, las novelas históricas y guerracivilistas, las fantásticas, las eróticas, las policíacas o negras, el terror gótico y los thriller. ¿Qué podría ser lo siguiente? ¿Queremos saberlo o es mejor vivir con la incertidumbre? No debería importarnos tanto la moda argumental, que siempre es caprichosa y perversa, como la posibilidad de elegir nuestra propia ruta literaria.

Por si aún queda alguien que no se haya enterado, se acaba de publicar el nuevo libro de E. L. James titulado simplemente Grey, al que la crítica ya ha calificado de sexista. Lo sorprendente habría sido que le llamasen místico o deportivo.

Dejando a un lado la polémica, el libro es la cuarta parte de la trilogía erótica que arrancó con el celebérrimo libro Cincuenta sombras de Grey, el cual, junto a las dos siguientes entregas, consiguió encandilar, según las estimaciones, a 125 millones de lectores, siete de ellos radicados en España. Pero ¿de verdad quedan tantos lectores en el mundo? Por los resultados de las encuestas y los últimos datos del sector, bien se podría pensar que no.

Al parecer este nuevo libro, narrado por el protagonista del título, se asemeja más al relato de un psicópata que al erotismo. Tal vez por ahí tengamos una pista de hacia dónde van los tiros. ¿Se lanzarán las editoriales a meterse de nuevo “en la mente del asesino” para recuperar el tirón que en su día tuvieron libros como American Psycho o Hannibal? El lector de hoy está sometido a tantos estímulos que le cuesta formar su propio criterio. Las modas literarias dificultan el salto cualitativo que todo buen lector debe dar. Si leímos a E. L. James nos vendría bien enfrentarnos después con un libro de Catherine Millet. Si nos interesó El código Da Vinci deberíamos atrevernos ahora con El Péndulo de Foucault. Si nos sedujo la Barcelona de Ruiz Zafón volvamos a la de Marsé. Si nos creímos la versión de Almudena Grandes, nos sorprenderá la verdad de Chaves Nogales. Y si disfrutamos con Stieg Larsson, Benjamin Black nos volverá locos. Sin embargo, ¿estamos todos de acuerdo en que hay unos autores mejores que otros, unos libros mejor construidos, más relevantes y que merecen más atención que los demás?

Dice Patricio Pron, un escritor que lee mucho y muy bien, que lo mejor que le puede pasar a un libro es que encuentre a sus lectores. Pero ¿qué pasa cuando los lectores no encuentran el libro que se merecen? ¿O bien cuando el libro encuentra más lectores de los que podría esperarse?

Las modas, ya lo hemos dicho, son caprichosas y perversas, por lo que logran desviar nuestra atención de lo verdaderamente importante. Ellas nos dicen qué leer y por qué. Pero ¿quién puede decir que un texto vale más que otro? ¿Son las propias editoriales? ¿Los críticos literarios? ¿Los millones de blogueros? Sería bonito decir que son los lectores quienes deciden con su elección qué libros son mejores que otros. Pero si nos remitimos al caso de las Cincuenta sombras de Grey y sus coletazos, parece fácil demostrar que no siempre es así. Estamos dentro de una gigantesca red de intereses e influencias que impide que nuestras elecciones sean plenamente soberanas.

Nos queda, siempre nos quedará, la posibilidad de rechazar las imposiciones, sean del tipo que sean. Y en eso siempre seremos, o deberíamos ser, plenipotenciarios.

Grupo Zeta Nexica