Sentencia de muerte para un teatro

05 / 12 / 2016 Luis Algorri
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La incuria, la torpeza y las querellas de partido van a acabar con el Villamarta, el magnífico teatro de Jerez de la Frontera.

A Juan Carlos lo llevamos a la ópera los amigos, al teatro Villamarta de Jerez de la Frontera. Juan Carlos tenía veintipocos años, era (sigue siendo) boliviano y vivía en España de lo que podía. Por entonces andaba sin papeles, ahora ya no. A mí me pintó la casa dos veces y me puso en gracia de Dios todos los grifos, lámparas y enchufes. A otros les planchaba, les barría y les fregaba. Lo que se dice un chaval extraordinario que sabía un montón de fútbol, pero que en su vida había visto una orquesta sinfónica en directo. Sabía muchísimo de la Policía, eso sí, que lo detenía cada vez que se lo cruzaba porque siempre tuvo cara de indiecito, pero de ópera... no tenía ni idea de que existiese semejante cosa.

Así que una mañana lo metimos por una puerta del Corte Inglés, con sus cachos (botas o zapatillas de fútbol) y su camiseta descosida, y lo sacamos por la otra vestido de duquesito, con la americana, la camisa, la corbata, los vaqueros elegantes y unos zapatos negros que elegí yo porque él se emperró en unas botas con punta de acero labrado que estaban bien para domar toros en Texas, pero no para iniciarse en Donizetti.

La fille du Régiment, nada menos. Dirigía el inmenso Juan de Udaeta, también amigo, que estaba en la conspiración y nos consiguió (es imposible saber cómo) entradas de primera fila de patio de butacas para que el chico pudiese ver no solo a los cantantes sino el foso de la orquesta. Y a él con la batuta.

El resultado fue espectacular. Juan Carlos se aprendió de memoria el famoso pasaje circense de los nueve Do de pecho (el Pour mon âme, quel destin); quiero decir que se le pegó la música, pero desde luego no la letra, y anduvo como un mes cantando aquello en un francés fingido, que la gente pensaba que le había dado hipo o que imitaba al gallo Quirico de nuestra infancia.

Esa fue la primera vez que fui al magnífico teatro Villamarta. Luego he vuelto muchas más, porque la dirección siempre anduvo corta de dinero pero más que sobrada de imaginación, y el Villamarta ha sido, desde que yo lo conozco, uno de los centros indispensables de la cultura andaluza. Siempre lo vi como aquella noche: a rebosar. Los jerezanos parecían preferirlo claramente a Sálvame y hasta al Facebook. Daba gloria verlo.

Pues ahora lo quieren cerrar.

Mejor dicho: en la fachada han puesto un letrero, una tela blanca pintada con espray rojo, en el que se dice que lo van a cerrar, “si nadie lo remedia”, el último día de diciembre.

¿Y por qué lo quieren cerrar? ¿Y quién?

En Jerez de la Frontera hay ahora mismo una alcaldesa del PSOE. Prefiero no imaginar cómo gobierna la pobrecita porque tiene siete concejales sobre 27. La alcaldesa presentó los presupuestos municipales. Tanto el PP como Ganemos Jerez (la marca local de Podemos, para entendernos) vieron la ocasión ideal para chinchar... pues no se sabe a quién, si a Susana Díaz, a Pedro Sánchez, a Errejón, al Pacto de Varsovia o al Cristo de la Misericordia, pero se apresuraron a votar que no y dejaron al ayuntamiento sin presupuestos. Y en esos presupuestos estaba la partida que el Villamarta necesita inexcusablemente para sobrevivir.

Solución: despedir a todo el mundo, que se dice pronto, y comprar un candado para ponerlo en la puerta del teatro. Con cargo a los presupuestos, imagino.

Ahora mismo nadie tiene la culpa de nada. Los hunos aseguran que el teatro era un reducto burgués y elitista, propio de la casta, ajeno a la cultura que demanda el pueblo (el pueblo son ellos y nadie más), y que la culpa de todo la tienen los socialistas, que son unos vendidos y unos caguetas.

Los hotros se lamentan de que la mala gestión haya hecho inviable el teatro (que es público); que en sus manos habría funcionado mucho mejor, y que, caramba, qué le vamos a hacer, que si da pérdidas, pues... Primero, el Villamarta lleva funcionando desde 1926, que fue cuando lo inauguró el rey Alfonso XIII; tiempos más difíciles habrá habido, digo yo, que los de ahora. Segundo, es falso que aquello fuese un reducto clasista de nada ni de nadie. Bastaba con pagar la entrada (de precio, por cierto, nada elitista) y se accedía a una programación variada, numerosa, imaginativa e interesantísima. Y del director durante años y alma del teatro, Paco López (lo mismo que de la actual directora, Isamay Benavente) puede decirse cualquier cosa salvo que perteneciesen a la aristocracia castera jerezana: todo lo contrario.

Tercero: es una frecuente canallada repetir que la cultura tiene que ser negocio y dar beneficios. Eso podría lograrse si en España hubiese una ley de mecenazgo medio decente; no la hay. Pero la cultura, como la sanidad, la educación y tantas cosas más, no tienen que dar beneficios, porque no son gastos sino inversiones en el futuro de las personas. No son negocios sino servicios públicos. Hay que evitar, desde luego, que sean una ruina, pero un teatro como el Villamarta, que ha funcionado durante 90 años, no lo es. Y si lo es, a ver quién tiene la culpa: los técnicos, los creativos, el coro, los artistas y el público, desde luego no. Lo dice Juan de Udaeta, desolado por esta barbaridad: “Si cierran el Villamarta, cierran con él una gran parte de la vida musical de Andalucía, de Jerez y de cientos de artistas que hemos sentido que formaba parte de nuestra vida. Y eso que al Villamarta siempre íbamos a trabajar bien y con una familia que nos acogía; el caché era muy secundario, y eso es algo de lo que muy pocos teatros en España pueden vanagloriarse”. Dicho queda.

Ah: Juan Carlos, el boliviano, está tristísimo. No me extraña. Yo también. 

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