Robar a los que crean

25 / 01 / 2016 Luis Algorri
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Una ley reciente condena increíblemente a los creadores a elegir entre su pensión y sus derechos de autor

Antonio Gamoneda

Mi amigo Manuel (que, además de amigo viejo y para siempre, es mi padrino) va a cumplir 78 años. Tiene una pensión que no llega a los 1.400 euros, y eso después de una vida dejándose las costillas como periodista de renombre y merecidísimo prestigio. Manuel (nombre supuesto), además de reportero jubilado, es uno de los mejores y más reconocidos poetas vivos de España, y sus libros (todos delgaditos) llenan un anaquel entero, quizá el más querido, en esa estantería que tengo ahora mismo a mi espalda.

Tiene suerte Manuel de ser poeta, es decir, maestro en un género literario que se vende poco. Si mi padrino fuese escritor de novela histórica mediante falsilla, o perpetrador de libros de autoayuda, o compositor de música para anuncios de la tele, o maquinador de monólogos para los diversos clubes de comedia, o guionista de Gran Hermano, Manuel estaría desesperado. Porque seguramente sus derechos de autor superarían (en los años buenos, no en todos) los 9.000 euros anuales, que es la reverenda mierda a que asciende el salario mínimo interprofesional. Y entonces llegaría la Seguridad Social y le diría, con esa sonrisa que ponen: don Manuel, enhorabuena por su éxitos profesionales, pero le vamos a quitar la pensión, ¿sabe usted? No puede cobrar las dos cosas. O los derechos de autor, o la pensión. Lo dice la ley de enero de 2013, fíjese, tres años ya, cómo pasa el tiempo.

Manuel, que tiene un carácter fuerte bregado en mil corresponsalías, se pondría hecho una fiera y trataría de hacerle ver al funcionario que la pensión que cobra no es un regalo; que tiene derecho a ella porque ha estado trabajando como una bestia toda su puñetera vida. Que el Estado le ha estado quitando durante décadas una parte de su sueldo para dárselo ahora, cuando ya no está en edad de trabajar. Y que esa pensión procede no de su pasión de escritor, no de sus libros deliciosos, sino de su trabajo como periodista, que es cosa muy distinta. Y que es una absoluta canallada obligar a un viejo a prescindir de unos pocos euros –los derechos de autor– que le ayuden a redondear la cutre pensión que le han dejado.

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