}

Regreso al lugar de La Mancha

12 / 01 / 2015 Incitatus
  • Valoración
  • Actualmente 0 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 0 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

La segunda parte del Quijote cumple en este año cuatro siglos y goza de magnífica salud, a pesar del exceso de celo de algunos que deberían ser sus cuidadores.

El día 2 por la noche regresé, he de admitir que muy ilusionado y gozoso, al querido “lugar de La Mancha” de cuyo nombre no quería acordarse Cervantes, él sabrá por qué. Quiero decir que, como todos los años impares, volví a empezar la lectura del Quijote. Ya he perdido la cuenta del número de veces que lo he hecho. Hasta ahora solía, además de releerlo, comprar una edición nueva, pero esta vez no ha sido así por dos motivos. El primero, que no he podido resistir la tentación de volver a disfrutar de los comentarios sagaces, mordaces, apasionados y en ocasiones atrabiliarios del inmenso Vicente Gaos, que hizo la edición (en tres tomos) de la editorial Gredos: la mejor que conozco, o una de las mejores. El segundo motivo es la prudencia: como siga comprando Quijotes me voy a tener que cambiar de casa porque ya no caben, y no están los tiempos para insensateces, digan lo que digan don Mariano y sus evangelistas.

Muchos amigos piensan que esto de volver al Gran libro cada dos años es una excentricidad. Yo creo que no lo es. Sobre todo ahora, en este 2015, cuando se cumplen cuatro siglos de la publicación de la segunda parte (claramente mi favorita) y cuando al Quijote le están pasando cosas que no me parecen tanto inquietantes como chuscas.

Por ejemplo: hay por ahí un escritor muy conocido y de carácter... vamos a decir algo difícil, que ha dado a la estampa una versión del Quijote “para escolares”. Lo auspicia la Real Academia Española, que a veces tiene estas cosas, y lo justifica con la intención de “facilitar una lectura sin interrupciones de la trama principal de la novela cervantina”. Para ello “se han retirado del texto original algunos obstáculos y digresiones que podrían dificultar aquella. Esa labor de poda, muy prudente y calculada”, dice la web de la RAE, ha pretendido “respetar al máximo la integridad del texto, los episodios fundamentales, el tono y la estructura general de la obra. Todo ello convierte esta edición en una eficaz herramienta docente, y también en un texto de fácil acceso para toda clase de lectores”.

Muy bien, hombre, muy bien. Menos mal que el intrépido novelista no es pintor, porque me lo imagino arremangándose delante de Las Meninas y diciendo, por ejemplo: “Este perro de aquí mejor lo vamos a quitar, porque no es más que un obstáculo y digresión que podría dificultar la comprensión del cuadro a los escolares, que ya se sabe cómo son los pobrecitos. Y al tipo del fondo, el que sale por la puerta, nos lo cargamos también, ¿qué hace ahí, que no se sabe si entra o sale? Nada, nada; hagamos una labor de poda muy prudente y calculada para facilitar una visión sin interrupciones de la trama principal del cuadro”.

Recuerdo una entrevista que le hice en Palma de Mallorca, hace ya bastantes años, al sedicente músico y director de orquesta Luis Cobos. Iba a dar allí uno de sus espectáculos. Se me ocurrió preguntarle por qué dirigía siempre fragmentos, “corta y pega” de obras clásicas, y no la emprendía, por ejemplo, con la Quinta Sinfonía de Beethoven entera. Me contestó sin dudarlo un segundo: “Porque no es comercial. Esa sinfonía que tú dices tiene cinco o seis minutos buenos, sobre todo los del principio, ¿saes?, los del po-po-po-póoon. Todo lo demás es relleno”. Y se quedó tan ancho. Y yo maravillado: aquel señor tan pendiente de su pelo efectivamente sabía que lo del po-po-po-póoon es de la Quinta Sinfonía. Uaau.

El libro que cambia.

Miren ustedes, el Quijote tiene fragmentos más duros y fragmentos más fáciles. El principio, la idea perversa que Cervantes urdió para dejar en ridículo a Lope de Vega, se lee del tirón, y don Miguel se permite el lujo de ventilarse la historia de la batalla entre los rebaños, o el combate contra los molinos, en página y media, como si le sobrase imaginación, como si fuese tan fácil encontrar argumentos tan fabulosos. Luego, en Sierra Morena, el autor se arma un lío con la famosa maleta, se despista con el robo del burro y el libro entra en una zona pantanosa de la que parece que no va a salir nunca: es el culebrón de Cardenio, Luscinda, Fernando y Dorotea. Esa parte es claramente más árida. Y Cervantes lo sabía, y pidió perdón, al comienzo de la segunda parte, por haberla colado y hacer así caso a la moda de su tiempo. ¿Habría que quitarla por eso?

Yo creo que no. De ninguna manera. Y esto por una razón que ustedes, si se han leído el libro al menos dos veces, entenderán sin dificultad.

El Quijote es un libro que cambia. Las aventuras son siempre las mismas, las frases y palabras también, pero su significado no lo es. Cuando, hace años, vi por primera vez la película El Señor de los anillos, me asombré al ver que aquel aro de oro tenía grabadas en su interior unas letras que unas veces brillaban y otras no. Mira, como en el Quijote, me dije. Porque es así. La lectura de ese libro nunca es la misma dos veces, jamás.

Cuando eres un chaval y lo lees por primera vez (yo lo hice con 15 años), suelen pasar dos cosas: o te ríes con los chistes o no te ríes, y el asunto no suele ir casi nunca mucho más allá. Pero si vuelves sobre él a los 20, a los 30, los 40 o los 50, te das cuenta de que pasas sin detenerte sobre párrafos que en otro tiempo te parecieron memorables, mientras que otras líneas, hasta entonces frías, cobran luz de repente y te deslumbran; y te detienes, y te conmueves, y las meditas, y (en mi caso) las subrayas; de ahí lo de comprarlo de nuevo cada vez que lo leo.

¿Por qué sucede eso? Porque tú creces, cambias, maduras. Y ese libro mágico lo hace contigo. Abre para ti, con el paso de los años, secretos que antes no te había mostrado. Frases que de pronto se ponen a arder ante tus ojos, como si te hubiesen estado esperando durante años: a ti, al que tú eres en ese momento, pero no al que fuiste y quizá tampoco al que más tarde serás.

Y esos tesoros aparecen en el rincón más inesperado. También en la historia de la maleta y en la del cuarteto del culebrón de la primera parte. También en los capítulos prescindibles, como dice este vanidoso adaptador y como, con muy mala leche, decía Cortázar en Rayuela.

Hace falta creerse que uno mismo es Dios y su madre para meterle la tijera al Quijote. Un amigo me decía que si este hombre, en vez de facilitar el Quijote, hubiese adaptado Platero y yo, lo habría titulado Yo y Platero. Para hacer eso es necesario creer que los escolares son idiotas. Y no lo son: todos fuimos escolares, todos pasamos por las mismas páginas, y aquí estamos. Así que, con su permiso, en la versión entera y verdadera, volvamos a empezar, a ver qué joyas encontramos esta vez. “En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre...”.

Grupo Zeta Nexica