Queda limpio el día 1 de octubre

10 / 10 / 2016 Luis Algorri
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La masonería española inaugura una impresionante nueva sede central en Barcelona

La calle del Vallès, en el barrio de Sant Andreu de Barcelona, es tranquila, no muy ancha, con poco tráfico. Casi parece una calle de capital de provincias. Pero es sábado por la tarde, 1 de octubre, y a la mitad de la calle del Vallès pasa algo extraño. Hay un montón de gente que ocupa las aceras y la calzada. Todos, hombres y mujeres de las más variadas edades, van vestidos igual: en negro, blanco y gris, muchos de traje, otros con esmoquin. Están esperando a que empiece algo, eso está claro. Los vecinos miran disimuladamente desde las ventanas.

Pero hay uno de los del traje, canoso, gordito y con barba, que está en la esquina de abajo de la calle, obviamente muy nervioso, fumando como un carretero y enredando con el guasap. No hace más que mirar a los coches que pasan. Ninguno es el que él espera. Y se le acerca un señor que anda por allí con un perro.

–Oiga, ¿usted sabe qué pasa hoy ahí?

–¿Eh? Sí, sí, sí lo sé. Perdone.

–Es que, como va usted vestido igual,  pues he pensado que va con ellos.

–Desde luego, desde luego.

–¿Es una boda?

–¿Cómo dice? No, hombre, qué va a ser una boda. Disculpe un momento...

El del perro, inexorable:

–Entonces es que están abriendo una iglesia de esas raras, ¿a que sí?

El gordito del móvil da un respingo:

–¡¿Una iglesia?! No, por favor, qué cosas dice usted. No es una iglesia. Es una casa nueva de la masonería. Se inaugura ahora, dentro de un momento.

–¿De la masonería? Caramba, ¡qué interesante! ¿Y se podrá visitar?

–¿Qué? Ah, sí, pues claro que se podrá visitar, cuando usted quiera. Vaya por Dios, hay atasco. Este chico no va a llegar a tiempo. Y a ver qué hacemos.

Y el del perro, que es como las moscas:

–Oiga, señor, ¿y usted puede decirme qué es eso de la masonería?

Ahí el gordito del móvil pierde la paciencia y le dice al otro que sí, que claro que puede, pero que está esperando a un amigo que tiene que llegar en un taxi con algo importantísimo, y que mejor en otro momento, señor, ¿le parece? Hala, hala, usted siga bien.

A los tres minutos llega el taxi y el gordito de la barba echa a correr calle del Vallès arriba, resoplando, con un objeto negro y alargado que lleva en alto como si fuera un estandarte. Todo ha ido bien.

Lo que se inauguraba en la sosegada calle del Vallès esa tarde de sábado, 1 de octubre, es la más impresionante sede que ha tenido la masonería española desde el legendario edificio de la Logia Añaza, en Santa Cruz de Tenerife, hace más de un siglo. Un espacio enorme en dos plantas, decorado con un gusto exquisito, moderno, funcional y sobre todo útil. Hay cuatro templos para las ceremonias y reuniones de los masones. El mayor de los cuatro, que es el que se inaugura esa tarde, es un lugar resplandeciente, muy amplio, en el que se reúnen varios cientos de personas; unas dentro y otras fuera, en el exterior de la gran sala, porque de ninguna manera caben todos. A partir de esa tarde (repito: sábado, 1 de octubre), en ese amplio espacio tendrán su sede central la Gran Logia Simbólica Española, el Supremo Consejo Masónico de España y varias organizaciones más de la bullente y creciente masonería liberal española. Después del de Vitoria, este es el segundo centro que tiene en propiedad, en España, esa rama de la masonería en nuestro país. El lugar es de tal hermosura que ha sido concebido con carácter museístico y didáctico: se podrá visitar y el señor pesadito del perro –y muchos más– podrán enterarse, si quieren, de qué es eso de la masonería.

Que ya no es (no lo fue nunca) una cueva de conspiradores amarillentos, el tren de la bruja para buscadores de misterios tipo Cuarto milenio, un lugar por el que trepar social o profesionalmente, ni nada de todas esas sandeces que los españoles de cierta edad han oído miles de veces en su vida. Siempre fue lo que es hoy: una agrupación de personas inquietas que buscan hacerse mejores de lo que son y ayudar a los demás, mediante un trabajo constante y difícil. Un colectivo de librepensadores. Una sociedad que ya no es secreta en la que hombres y mujeres que se llaman unos a otros hermanos buscan lo que dice el hermoso cristal grabado de la entrada: Libertas, Aequalitas, Fraternitas: Libertad, Igualdad, Fraternidad.

¿Les va bien? Claro que les va bien. Esta nueva sede, adquirida e impulsada por la Fundación Eugen Bleuler, es la prueba. Los masones españoles despegan, de eso no cabe duda.

La ceremonia de inauguración es de una emocionante belleza: el ritual masónico, tan humano, tan próximo a la razón y al trabajo, que usa la hermosa metáfora de la construcción, brilla como nunca. La música, interpretada en vivo por uno de los mejores pianistas españoles y por un gran barítono (masones, naturalmente), conmueve a todos. Los discursos de Joan-Francesc Pont, Jordi Farrerons y Nieves Bayo son memorables. Y al final todo acaba cubierto de pétalos de rosa. Lo único que falla es el aire acondicionado: está muy fuerte y hay quien se abriga para no pasar frío.

Al salir, uno de los masones le dice al gordito de la barba:

–¿Sabes, hermano? Tal día como hoy, 1 de octubre, hace 46 años, un general viejo y dañino, cuyo nombre no voy a decir porque estamos de fiesta, salió al balcón de la plaza de Oriente a hablar en público por última vez en su vida. Y lo que hizo fue calumniar a la masonería.

Sonrisa de medio lado.

–Pues hoy, 1 de octubre, los masones inauguramos nuestra nueva casa. Así que queda desinfectada, reivindicada y limpia la fecha del 1 de octubre. He dicho.

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