Pero ¿qué selvático animal era la nota Re?

02 / 03 / 2015 Incitatus
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Los Oscar celebraron el 50 aniversario de una de las más grandes películas de la historia: The sound of music, cuya traducción al español resultó... inolvidable.

La gala de los Oscar transcurría con su pesantez habitual, una cargazón que siempre me ha parecido mucho mayor a la de los documentales de National Geographic Wild (confieso que se me dispara la adrenalina al ver cómo los ñus tratan de escapar de los cocodrilos) (casi nunca lo consiguen), cuando de repente apareció en el escenario Lady Gaga.

Tenía yo en mal concepto a esta señorita neoyorquina, de apellido Germanotta (mal empezamos, como ven) que me parecía inclinada a cantar como si la estuvieran degollando y a vestirse de tarasca. Pues estaba equivocado. Apareció la damisela envuelta en un vestido que la convertía en un elegantísimo témpano de hielo y se puso a cantar, con una voz sencillamente prodigiosa, The hills are alive with the sound of music.

Golpe de agua en los ojos, gemido, temblor, paquete de kleenex. Esa canción abre una de las películas de mi vida, The sound of music, que todos conocemos como Sonrisas y lágrimas: el tercer filme más visto de toda la historia, que cumple este año medio siglo de edad. Yo iba, de crío, al cine cargado con un magnetófono para grabar aquellas canciones maravillosas de Richard Rodgers y Oscar Hammerstein. El acomodador me miraba con mal ceño pero no me decía nada: nadie sabía aún si estaba prohibido o no grabar el sonido de las películas, les estoy hablando del periodo cassettiense, años 70 d. C. Y venga a llorar luego con Edelweiss, con el concierto de la familia Trapp, con la Cabrita solitaria y con las monjas cantoras. Bueno, con las monjas no; la censura de Franco eliminó el bellísimo y angelical número musical de las monjas, debió de parecerle poco piadoso.

El caso es que Lady Gaga terminaba de cantar el popurrí de la película cuando entró por el fondo del escenario nada menos que mi madre. Quiero decir: Julie Andrews en persona, que ha guardado toda la vida tal parecido físico (y de voz) con mi señora madre que a esta nunca la hemos llamado Ana sino Yuli. La grandísima cantante y actriz, que está a punto de cumplir 80 años, se abrazó a la señorita Germanotta con toda su alma, porque la interpretación de la Gaga había sido de escalofrío. Y la narigonzuela vestida de iceberg temblaba, a su vez, como una pipiolina. Con razón.

Ustedes seguramente no creerán esto y harán bien, pero hace unos pocos años apareció en el salón de mi casa quien decía ser la cantante que había doblado al castellano las canciones de Sonrisas y lágrimas. En los créditos ponía “Teresa María” y ella se llamaba María Teresa. Nos pusimos a cantar como locos y la verdad es que se las sabía todas de arriba abajo, lo mismo que yo. Pero quizá fue una broma: aquella señora no se apellidaba, que yo sepa, De las Heras, como la auténtica “Teresa María”, ni era, salvo error mío, la madre del cantante Macaco, como es el caso de la dobladora.

Pero dominaba la asignatura y yo aproveché para investigar uno de los enigmas sin duda más tenebrosos y agrios de la historia de la música española del siglo XX: quién fue el de-
 salmado que adaptó al español la letra de la canción Do re mi, con la que Julie Andrews enseñaba a cantar a los prodigiosos y salzburgueses niños Trapp. Y por qué lo hizo. Y qué pena le fue impuesta.

Ciervos, vacas y ripios.

Yo creo que todos nos sabemos de memoria esa letra delirante. En la versión original de la película, naturalmente cantada en inglés, la exmonja María enseña a los niños las notas musicales y hace juegos de palabras que tienen intención mnemotécnica. Busca términos que suenen parecido (no igual) al nombre de las siete notas. Y así empieza: “Doe, a deer, a female deer”. La palabra inglesa Doe, que se pronuncia muy aproximadamente como la nota Do, significa, efectivamente, cierva (también coneja, o liebre hembra). Todo bien hasta ahí.

Pero la adaptación al español era dificilísima. Su responsable fue un señor que se llamaba Ernesto Santandreu, autor de revistas musicales cuyo nombre artístico era Maestro Damasco. Le ayudó el traductor del guion a nuestro idioma, Bartolomé Pallarés. Estos dos, ante la imposibilidad de hallar en el DRAE una sola palabra que tuviese que ver con los ciervos y que sonase “Do”, decidieron tirar por la calle del medio y produjeron un verso inquietante: “Don es trato de varón”.

Los niños de mi tiempo (sobre todo los repipis), al oír aquello, alzamos las orejas como búhos en estado de alerta. A ver: la nota se llamaba Do, no Don. Y ¿desde cuándo a los varones se les ponía el tratamiento de don? Había muchos que no lo llevaban. No estaba nada claro eso. En clase, el malvado Enriquito argumentó que quizá no se hablaba de los varones sino de los barones, lo cual generó una larga discusión sobre tratamientos nobiliarios que no llevó a ningún resultado. Pero bueno. Lo dejamos pasar. El problema llegó con el segundo verso. En inglés es así: “Ray, a drop of golden sun” (“Rayo, una gota de sol dorado”, qué bonito, qué poético se puso ahí Hammerstein, ¿verdad?). Ray se pronuncia en inglés más o menos igual que la nota Re, aunque se escriba de modo diferente.

¿Y qué hizo para traducir eso el esforzado Maestro Damasco, con la complicidad de Pallarés? Pues, sin la menor duda, lesionar gravemente su salud a base de noches enteras de insomnio, tabaco, café y alcohol, porque el asunto no tenía solución posible. Era una encerrona. Y al final se les ocurrió una frase imposible de empeorar: “Re, selvático animal”.

El versito ha producido años de devanamiento de sesos en generaciones enteras de españoles. El otro día, durante la gala de los Oscar, un tuitero genial se desesperaba: “¿Re, selvático animal?  ¿Cuál? ¿Cuál? ¿Qué p... selvático animal es Re?” Está claro que el Maestro Damasco se arriesgó mucho y quiso encabalgar la primera palabra con la segunda, para que sonase “res, selvático animal”, pero ¿cuántos niños de entonces sabíamos, caramba, que el DRAE considera reses también a los venados y jabalíes? ¡Las reses eran las vacas, por Dios! No se atrevieron los traductores a poner, en una película tan austriaca y elegante, “Res, la vaca en el corral”, que habría dejado las cosas clarísimas, y nos volvieron locos con ese “selvático animal” para nosotros tan cursi como inidentificable. Y así hasta hoy.

Da igual. La canción es una joya (aunque la traducción al español prosigue en el mismo tono surrealista) y la película es una obra maestra que ha hecho llorar, reír y soñar a millones de espectadores de todo el mundo que no tenemos vergüenza en ponernos, de vez en cuando, un pelín dulzones con las canciones, Julie Andrews, las monjas y las reses que se devoran desde hace medio siglo en las impenetrables selvas de Salzburgo.

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