La lapidación de Javier Cercas

03 / 04 / 2017 Luis Algorri
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El monarca de las sombras provoca una reacción histérica en la que se llama al escritor fascista y asesino.

Hace semanas que venimos asistiendo, la verdad es que en medio de muy numerosos sentimientos entre los que no se encuentra la sorpresa, a la lapidación pública del escritor Javier Cercas, que ha publicado hace poco una novela titulada El monarca de las sombras (Literatura Random House).

Digo lapidación pública y no es del todo cierto. Las piedras, gordas y pinchudas, le caen a este hombre sobre todo en las redes sociales y en algunos diarios (digitales) que se tienen a sí mismos por progresistas o de izquierdas, sin darse cuenta de que esa misma palabra, progresismo, lleva implícita la libertad de pensamiento, cierta educación, ciertas lecturas, cierta actitud en la que no caben el regüeldo, la boina capona, el solisombra matinal y el palillo roído entre los dientes.

Cercas ha escrito la historia (más o menos aderezada de ficción) de su tío Manuel Mena, un crío que procedía de una familia extremeña de derechas, la del propio Cercas. Este niño, con 17 años, al comienzo de la Guerra Civil, se apunta a la Falange, se va a combatir en la guerra y muere en la batalla del Ebro. Eso es, en realidad, todo. Cercas cuenta la historia de un muchachito apasionado que creía en sus ideas con la solidez y el fundamento con que se creen las cosas a los 17 años. Dice que se equivocó de bando. Que ha escrito este libro no para justificar a su tío (y menos a sus ideas) sino para entender por qué un chaval que todavía no se afeita es capaz de dejarse matar por unas ideas que no entiende y que ya en aquel momento eran claramente injustas; aunque –añado yo– en los años 30 eran lo nuevo, lo deslumbrante, el gran hallazgo que iba a traer un mundo distinto y feliz, libre de la mediocridad de los políticos. Aquello fue el fascismo y llegó al mundo muy poco después que el totalitarismo soviético. El resultado de aquella confrontación de novedades fue, tan solo en la Segunda Guerra Mundial, 70 millones de muertos. Antes y después, muchísimos más.

Cercas dice que su tío fue una víctima de aquel fascismo en cuyo lado combatió, porque no murió por unas ideas sino “porque una panda de hijos de puta envenenó el cerebro de los niños enviándolos después al matadero”. Eso, es obvio, pasó en los dos bandos de la Guerra Civil y pasó en Alemania, en Rusia, en Italia y en todas partes. Y Cercas añade –espléndida entrevista de Anna Maria Iglesia en El Confidencial– que su tío no tenía la razón política, puesto que esta la tenía la República; pero que sí tenía la razón moral, la decencia, como la tenían otros, puesto que militó honestamente por una causa, aunque fuese la causa equivocada. Y pone un ejemplo: “Hubo millones de personas en el mundo que lucharon por Stalin, ¿todos eran unos canallas moralmente?”.

Muy bien. La que le ha caído y le está cayendo a Javier Cercas en Internet es de escalofrío. Las juventudes tuiterianas han entrado de nuevo en acción con el método que usan habitualmente: ni dios se ha leído el libro pero su autor es “un canalla que apoya políticamente a una causa asesina” (uno que se llama Borja) “un cómplice de los terroristas franquistas asesinos”, un “negacionista” y lo suyo es una “colección de simplezas, tópicos e infundios históricos” a cargo de quien “nos contó una Transición de caramelo”. Esto último lo dice un sedicente músico cuyas fotos, en su paré de Facebook, son francamente divertidas.

El colmo es un historiador extremeño, muy espinoso pero historiador de verdad, formado –como yo– con Antonio Miguel Bernal y Josep Fontana, al que le faltan apenas dos centímetros para enviar a Cercas y a su libro al Index librorum prohibitorum o, mejor aún, a hacerlo quemar en las famosas “hogueras de las vanidades” que hizo arder el fraile dominico Girolamo Savonarola en la Florencia de finales del XV, y en la que se quemaba todo aquello que al terrorífico cura le parecía pecaminoso: ardieron allí varios cuadros de Botticelli, por ejemplo. Acabó ardiendo el propio Savonarola; esperemos que no le pase lo mismo a este historiador, por más espinoso que sea, y más intolerante, y más avinagrado.

Cualquiera de ustedes tiene derecho a aburrirse o a enfadarse o a no terminar, porque no le guste, el libro de Cercas sobre su tío. No faltaba más que eso. Pero lo que es una indecencia moral es poner en boca de su autor no solo cosas que no ha dicho, sino todo lo contrario de lo que él ha dicho, para estigmatizarlo como fascista, revisionista y piomoico. Eso es lo que está haciendo mucha gente y, como empieza a ser habitual, todos a la vez, todos de hoy para mañana y todos con los mismos epítetos, las mismas injurias y hasta las mismas faltas de ortografía, lo cual es señal inequívoca del copia y pega que inventaron los papas en el XVI, que usan ahora los chavales gracias a la Wikipedia y al Rincón del Vago, y que goza de mejor salud que nunca gracias a las juventudes tuiterianas, como las llama con todo acierto Vicente Fernández de Bobadilla. Siguen las consignas como las ovejuelas del Señor. Solo les falta llamarle machista a Cercas, caramba, todos juntos y en unión, como es costumbre.

Dice Cercas que lo que hace un siglo fue fascismo regresa ahora con otro nombre y otras marcas. Que el pasado es un presente continuo que no se va. Algo hay de cierto en eso, no todo. Pero lo que está claro es que eso que ahora se llama suavemente populismo ultraconservador está generando no una reacción intelectual y ética en defensa de los valores de la democracia y los derechos humanos, sino una turba de lapidadores de signo contrario que se distinguen en muy pocas cosas de sus adversarios. Me pregunto hacia dónde nos lleva todo esto.

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