La espalda nuestra de Raif Badawi

26 / 01 / 2015 Incitatus
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¡Gracias!

Un bloguero saudí está recibiendo 50 latigazos a la semana (así hasta 1.000) por defender la libertad de conciencia. Pero poco puede la dignidad ante el petróleo.

Raif Badawi es un muchacho de Arabia Saudí (acaba de cumplir 31) que hace unos siete años tuvo la ocurrencia de abrir un blog en Internet. Ese fue el origen de todos sus problemas.

Raif, además de abrir ese blog, ha cometido otros dos crímenes. Uno es escribir bien, con notable sentido del humor. El otro es esa manía que tiene de pensar por su cuenta. De no creer inmediatamente en lo que le mandan. De reflexionar libremente. Y, encima, decirlo.

Raif, que se casó a los 18 años y tiene tres niños, creó en 2008 su blog Free Saudi Liberals. Creo que no será necesario traducirles a ustedes eso que, en nuestro mundo occidental, es casi una tautología. En esa web, que pronto tuvo cierto éxito porque ya digo que este chaval tiene gracia escribiendo, se propugnaba lo que, para ser políticamente correctos, podríamos llamar “liberalización moral” de Arabia Saudí.

En cierta ocasión agradeció, no sin ironía, a las autoridades de su país que  “nos enseñen siempre la virtud” y que “persigan su sueño de velar para que todos los saudíes vayamos al paraíso”. Quizá deban leer ustedes de nuevo esas dos frases porque a primera vista les habrán parecido una soplagaitada digna de nuestro castizo Alfa y Omega, pero las autoridades saudíes no son tontas y algún clérigo barbado y furibundo debió de percibir un cierto tufillo irónico en ese devoto deseo. Pobre Raif.

El chico proponía algo tan disparatado y atroz como la libertad de pensamiento. Que cada cual pueda pensar como quiera y creer en lo que prefiera creer. Y que todo esto se discuta tranquila y civilizadamente en su blog.

Le han detenido tres veces. Le han acusado de ridiculizar los valores del islam. De ser un apóstata, un ateo, un revolucionario que “ponía en peligro la seguridad del Estado” con su blog, porque otra cosa este chico no tiene ni hace. Primero le deportaron. Pero quiere a su país y se las arregló para regresar. Entonces hicieron todo lo contrario, prohibirle viajar al extranjero. Afortunadamente, su mujer y sus críos lograron escapar a tiempo. Mientras a Raif le vaciaban su cuenta bancaria y lo encarcelaban, su familia huía a Líbano, a Egipto y por fin a Canadá, donde están escondidos.

Cuando le llevaron ante el tribunal, el juez le preguntó (prefiero no imaginarme en qué tono) si era musulmán. Raif respondió inmediatamente que sí, que lo era y que no toleraba que nadie lo dudase, pero añadió que, en su opinión, cada persona tenía “el derecho de creer o no creer”. Pobre Raif. Buena la hizo.

Quizá olvidó que en Arabia Saudí, país al que todos queremos mucho porque de él depende la llave del petróleo que nos permite funcionar, la religión oficial y obligatoria de todos los ciudadanos es el islam en su variedad wahabí, una de las más brutales.

Primero que se cure.

Raif Badawi fue juzgado por hereje, apóstata y antirreligioso en julio de 2013. Le condenaron a siete años de prisión y a recibir seiscientos latigazos. Tuvo la desdichada ocurrencia de apelar y su caso fue revisado por la Corte Criminal de Yeda.

Los nuevos jueces determinaron que la sentencia era injusta y la modificaron. Vaya si lo hicieron. La cambiaron por una multa de 235.000 euros, diez años de prisión y mil latigazos. Eso fue el 7 de mayo del año pasado. El abogado de Raif, Waleed Abu al-Khair, protestó la decisión. Quizá no debió hacerlo porque él también fue detenido e inmediatamente condenado: quince años de cárcel por “protestar la decisión del tribunal”.

¿Saben ustedes qué son mil latigazos?

Los jueces sí que lo sabían, así que decidieron que Raif Badawi no los recibiese todos a la vez. Tuvieron el gesto caritativo y humanitario de distribuirlos en veinte sesiones de cincuenta latigazos cada una, lo cual es prueba evidente de su bondad y de su generoso sentido de la Justicia.

Raif recibió la primera sesión de cincuenta latigazos el pasado viernes, 9 de enero. Quedó en tal estado que el médico oficial rogó encarecidamente al tribunal que la segunda tanda se aplazase. Ojo: han leído bien, que se aplazase y no que se suspendiese. Lo que el médico quería era que Raif se curase de sus heridas. Algo difícil porque el látigo tradicional que se usa en Oriente Medio suele estar hecho de piel de toro o de hipopótamo y, más que producir heridas parecidas a cortes, lo que hace es desollar literalmente a la víctima, ya que separa el tejido cutáneo del muscular. Es decir, que le levanta la piel a tiras. Como una funda de papel.

¿Y para qué quería el abnegado médico que Raif se curase? Pues muy sencillo: para poder seguir torturándole. Si el bloguero hubiese muerto en la segunda sesión, lo cual era algo muy probable, la sentencia del tribunal islámico no se habría cumplido, lo cual contravendría la voluntad de Alá. Era, pues, necesario curarle para poder continuar con la terrible tortura. Eso fue lo que se hizo.

Si usted tiene la costumbre de bajar a por su número de Tiempo el día en que esta revista llega a los quioscos, el viernes 23 de enero, debe saber que muy probablemente Raif Badawi está siendo martirizado por segunda vez mientras usted lee estas líneas. Si lee esto el sábado o el domingo, es muy posible que este hombre haya muerto ya, desollado vivo a latigazos por sostener que en su país, como en el de usted y en el mío, cada uno tiene derecho a tener sus propias opiniones y a creer en el dios que le dicte su conciencia.

Probablemente usted ha oído mil veces, e incluso ha dicho muy serenamente, una frase terrible: “Yo respeto todas las opiniones”, o bien “todas las opiniones son respetables”.

Pues no. Eso no es verdad. No todas las opiniones son respetables. De ninguna manera. Ni todas las ideas, ni todas la creencias. Quienes sí son respetables son las personas. Todas las personas. Un ser humano, por el mero hecho de serlo, tiene derecho a la vida, a la alimentación, a la salud, a que se respete su dignidad intrínseca. Así sea Hitler, Stalin, Pol Pot, Santi Potros o el hijo de satanás del médico de Raif Badawi. O sus enloquecidos y rezadores jueces.

Pero las ideas que defienden estas bestias no merecen el más mínimo respeto, precisamente porque no protegen sino que destruyen la vida y la dignidad de las personas. Sean quienes sean y estén donde estén. Esas ideas y creencias, en este caso una versión atroz y deshumanizada del islam, deben ser condenadas y combatidas por las gentes de bien.

Pero no pasará nada. Ningún gobierno protestará. Es Arabia Saudí. Son los amos del petróleo. Ante eso ¿qué importan los derechos humanos?

Hace unos días, el mundo se movilizaba con una frase hermosa: Je suis Charlie. Hoy, mis espaldas son las de Raif Badawi. Pobre Raif...

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