El “jamás, Manuela” y otras maldiciones

12 / 09 / 2016 Luis Algorri
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Un libro sobre las más gloriosas meteduras de pata en las redes sociales deja claro que el olvido ya no existe.

No existe constancia documental ni testimonio fidedigno de que Cayetana Álvarez de Toledo haya perdonado jamás (pero jamás) a Manuela Carmena aquellas pintas que llevaban los Reyes Magos en la cabalgata famosa. Tampoco se puede comprobar que David Bisbal haya visitado las pirámides de Giza para comprobar que están algo más transitadas, una vez acabada la revuelta. Y tampoco está del todo claro que Alejandro Sanz se haya convencido de que el Estado norteamericano de Luisiana nunca se llamó “Luis y Ana” cuando fue “provincia” española.

Pero algo sí está claro: aquellas clamorosas costaladas verbales no solo no han sido olvidadas sino que permanecen, completamente vivas, en la memoria de millones de ciudadanos, y no solo españoles. Fueron proferidas en la red social Twitter y está claro que en ese sitio no se escribe con teclas y en caracteres virtuales sino con mazo y cincel, y sobre granito. Lo que ahí se lanza se comporta como el plástico de los océanos: permanece flotando y dando vueltas durante años. No se hunde. No desaparece.

Para comprobarlo basta abrir un libro  que acaba de salir y que ha escrito el periodista Manuel Moreno, muy ducho en redes sociales. Se llama ¿Quién no la ha liado parda alguna vez en Internet? Y lo ha publicado el sello Alienta.

El libro es una perversa delicia. Recuerda inmediatamente a la inolvidable Antología del disparate que publicó, hace ya más de medio siglo, el ya fallecido catedrático de instituto Luis Díez Jiménez, malagueño que disfrutaba recogiendo respuestas hilarantes de los alumnos en los exámenes. Por ejemplo, en Geología: “Las fallas son movimientos orogénicos ocasionados por el empuje del mar hacia la costa, originando una especie de pantano. En España las más famosas fallas son las de Valencia, donde se cultivan las tres cuartas partes del arroz nacional”.

Pero aquel libro prodigioso (en realidad fueron varios, y todos alcanzaron un éxito inmenso) tenía, en último término, un rasgo de piedad: nunca se decía el nombre del pobre chaval que cometía la barbaridad y, presionado por el estrés de las muchas asignaturas, se equivocaba de examen por las prisas, y cuando le pedían un ejemplo de molusco bivalvo, respondía: “Juan estudia”. Las perlas eran anónimas. Ahora no. Eso en Twitter es imposible porque más de la mitad de la gracia perversa de las atrocidades está en quién las dice. Y eso es lo que no se olvida jamás.

Moreno ha escrito su libro con una gran dulzura formal. Cuenta, sin juzgar, qué fue lo que dijeron unos u otros, y explica con detalle las consecuencias que una frase tuvo, y quién se enfadó, y cuánto, y qué tormentas atrajeron sobre la víctima aquellos enfados; porque Twitter es la jaula de los monos del zoo y al que responde a los insultos sencillamente lo despellejan vivo. Hace falta tener por piel el grueso cuero curtido de ArturoPérez Reverte para entrar a dentelladas con una horda anónima y cansarla sin cansarse, durante el tiempo que haga falta; y eso, al final, admira a las fieras.

Pero esa bondad del autor cuando explica lo que pasó sin mancharse las manos recuerda a otro viejo texto, el Libro de Buen Amor de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita: un catálogo de golferías que raya en el porno, por más medieval que sea. Y aquel clérigo se salvaba de las iras de los biempensantes repitiendo que él había escrito todo aquello para enseñar a las buenas gentes lo que no había que hacer, y por eso lo relataba con tanto esmero y cuidaba tanto la quaderna via. No se lo creía ni él, pero la disculpa era inatacable.

Pues ahora es igual. Moreno copia el tuit de Pedro Sánchez cuando dijo que estaba en Soria, “cuna de Machado”, y la que le cayó por semejante metedura de pata. O cuando Elena Valenciano soltó: “¿Habéis visto un tío más feo que Ribery?” y se le puso la cara de todos los colores del arcoiris cuando se enteró de que el futbolista había sufrido un accidente de pequeño y de ahí su rostro. O las reiteradas cantadas de Toni Cantó, una de las víctimas preferidas de las fieras tuiteras porque tiene la piel bastante más fina de lo que da a entender su arrojo metiéndose en charcos. O cuando a Mariano Rajoy lo devoraron las pirañas inmediatamente después de declarar “hecho innegable” que “en Cataluña hay muchísimos más catalanes que independentistas”, a lo cual le respondieron, entre otras mil lindezas: “Muy bien, Mariano. Otro hecho innegable: en un bote con bolitas amarillas y bolitas rojas hay más bolitas que bolitas rojas”. Y copio aquí una de las pocas respuestas publicables.

La agencia Efe que llamó mariquita al presidente del Gobierno sin darse cuenta, los toreros que se fotografiaban toreando con niños en brazos y luego les molestaba que les llamasen de todo, la empresa de bebidas energéticas que comentaba el accidente de Álvaro Bultó (muerto en un accidente de deportes aéreos) que “fue un amigo que siempre voló muy alto”...

Twitter tiene en España aproximadamente cuatro millones de usuarios. Bastantes más de la mitad tienen menos de 30 años y la cuarta parte menos de 24. Es como un patio de colegio lleno de críos crueles (y muchos muy ingeniosos) del que viven pendientes los políticos, los periodistas y los estudios de mercado; no es fácil saber por qué, porque en ese sitio no se razona ni se informa ni se dialoga ni se convence a nadie: es un vociferio de gracejos que quedan ahí grabados per in saecula. Si ustedes quieren conocer mejor esa pajarera, háganme caso: lean este libro que me parece, supongo que lo habrán notado ya, delicioso.

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