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El infierno de los perros

03 / 08 / 2015 Luis Algorri
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¡Gracias!

El amor y el respeto que uno se merece es exactamente el mismo que muestra por los animales.

Hace un par de días me encontré en Facebook con un vídeo que me dejó helado. No dura ni un minuto. Por una calle concurrida avanza una señora envuelta en un espectacular abrigo de pieles. De pronto se abalanza sobre ella un mozallón vestido de negro, muy al estilo de los moteros, que va armado con un grueso bastón. Sin decir ni media palabra, descarga sobre la señora una tormenta de golpes –ya el primero la derriba al suelo– y, cuando la tiene exánime, ensangrentada y boca abajo, le arranca el abrigo a tirones, como si la desollara, y se lo lleva tranquilamente.

Como habrán adivinado, es un alegato contra las matanzas de focas árticas, a las que se trata exactamente así. Lo firma el PETA, el partido animalista más grande e influyente del mundo.

Los comentarios se los pueden ustedes imaginar. Desde los que se dan por aludidos y se ponen a defender, sin que nadie se lo pida, la fiesta de los toros, hasta los que claman diciendo que los seres humanos deberíamos ser todos exterminados porque los únicos que tienen derecho a vivir en el planeta son los animales. En el medio, los que dicen que hay que respetar a los animales porque son seres vivos y sintientes, como nosotros; y los que rezongan que bueno, que bueno, que no es para tanto.

Este mes que empieza, agosto, es en España el infierno de los perros. No solo de los perros, pero dejémoslo ahí: miles de ellos, que han convivido durante mucho tiempo con familias, son abandonados en carreteras, descampados o atados a postes para que mueran de sed mientras sus “dueños” se van de vacaciones. Me cuesta un enorme trabajo creer que esas familias se comportan así sin el menor dolor de corazón. Pero el hecho es que se comportan así. En los hoteles o apartamentos a los que van a pasar dos semanas no suelen admitir perros. Esa es la justificación.

Decía Thomas Hobbes que el hombre es un lobo para el hombre. No estoy de acuerdo. Cuando es un lobo, el hombre lo es en términos absolutos, para todo lo que se mueve y le rodea, salvo para su prole. Y, además, los lobos jamás se comportarían como algunos seres que llevan indignamente el título de humanos. Los nazis que gaseaban a los judíos en los campos de exterminio sentían luego sincera ternura por sus propios hijos y tenían mascotas a las que mimaban. Los tipos que abandonan perros, a sus perros, para irse de vacaciones con comodidad, seguramente acariciarán a sus retoños mientras se enternecen viendo Sálvame.

¿De verdad creen ustedes que esta comparación es exagerada? ¿En qué?

El amor que se establece con un perro es, seguramente, el más sincero de todos, y esto por una razón: el perro no pide, no reclama nada en ninguna circunstancia. Solo da. Su afecto va más allá del maltrato, del olvido y del hambre. No entiende el desamor. Quien haya tenido un perro sabe esto perfectamente. Yo he visto a un teniente coronel del Ejército español, un tipo de dos por dos metros, duro como una torre y serio como una acelga, aguantar sin un solo temblor que su amor le abandonase, después de quince años, por un paisano, que eso fue lo que más le dolió. Se tragó el dolor quedándose solo en casa y leyendo a Marco Aurelio, que ya son h… Bueno, que ya es decir. Pero ese mismo tipo rocoso y malencarado lloró lo que no está en los escritos, lloró durante semanas como un niño perdido, se desmigó en llanto sobre este hombro que tengo aquí a la derecha de mi cabeza, cuando se murió su perro.

Y, aficionado al arte como ha sido siempre, me gemía: “Ya no puedo ir al Prado, Luisín. En los cuadros que me gustan siempre hay perros”.

Es verdad. A mí me pasa lo mismo. Pero ahí encontré el argumento para consolarlo. Fíjate en esos cuadros, le dije. Mira con atención El cardenal-infante don Fernando de Austria, cazador, de Velázquez (ver foto), y dime cuál es el listo de los dos: si ese chaval de veintipocos años, medio gilipollas, que no sabe ni poner cara de foto, o ese podenco color canela que parece decir: “Tranquilos, que ya se le pasará la tontería y ganará muchas batallas”. Mira uno de los más geniales cuadros de todos los tiempos, el Lavatorio de pies de Tintoretto: una docena de gañanes secándose las pantorrillas y, en el medio, sereno, iluminado, un perro tumbado como un duque, un mil leches que oscurece a todos, que manda sobre todos, que dirige la mirada hacia los demás, que los mira de soslayo y, en el fondo de su corazón los quiere, pobrecitos, allí lavándose los pies, ellos sabrán por qué hacen esas cosas.

Llevé a mi perro, Pol, en brazos hasta la incineradora después de que un desalmado lo atropellase en una carretera. Fue la primera vez que me enfrenté con la muerte de un ser amado. Digo bien: amado. Tenía yo catorce años y tardé muchos más, muchísimos, en llorar tanto por otro ser vivo… que se lo merecía bastante menos.

En este agosto, por favor, piensen en estas cosas. Hay gente, hay lugares en que cuidan de los animales que uno cree que ya no necesita, aunque siempre sea mentira eso porque todos necesitamos alguien que nos quiera sin pedir nada a cambio, y esos son los perros.

Además está claro: el amor y el respeto que uno merece es exactamente el mismo amor y respeto que muestra por los animales. No sé quién dijo esto pero da igual porque es verdad. Nos vemos a finales del mes que entra. Hasta pronto.

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