El camino de Leguineche

23 / 05 / 2016 Luis Algorri
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B vuelve a publicar un libro fundamental en la literatura de viajes: El camino más corto, de don Manu.

Hay personas, la verdad es que pocas, a las que quiere todo el mundo. Esto es difícil de entender pero es un hecho incuestionable. No son santos, no son filántropos, no son almacenes de bondad y sonrisas: son solo personas corrientes, o quizá no tanto, que tienen la extraña facultad de hacerse querer por todos, incluidos sus enemigos.

Don Manu Leguineche era una de esas personas y, como suele ocurrir, él no lo sabía. Por eso escribió un libro que tituló El club de los faltos de cariño. No sé si lo habrá leído mucha gente: es como si Paquirrín publicase un tratado de astrofísica. De eso no sabe demasiado, como don Manu sabía forzosamente poco de falta de afecto.

Pero sí sabía, y mucho, de otras cosas completamente indispensables para manejarse en la vida. Cuando se empeñó en apuntarse a una expedición de chiflados americanos que pretendía dar la vuelta al mundo en un todoterreno de los 60 (don Manu tenía por entonces 24 años), le preguntaron cómo pretendía que le dejaran viajar con ellos si no sabía conducir ni tenía la más remota idea de mecánica. Él respondió con una frase ya célebre: “Eso es verdad. Pero sé cantar, jugar al mus, tengo muy buen humor, sé algo de geografía y he leído a Conrad, a Stevenson y a Julio Verne”. Naturalmente, lo admitieron. No por esa respuesta de cronopio que no habría mejorado ni el propio Cortázar, sino porque, sin la menor duda, aquellos locos lo quisieron de inmediato, como le pasaba a todo el mundo; y cómo no vas a dar la vuelta al mundo con un tipo capaz de cantar Granada en un chigre de Pakistán y de jugar al mus con el estado de ánimo de quien está a punto de invadir el Nepal de noche y por sorpresa. Y en broma.

Aquel viaje inverosímil que hicieron don Manu y los americanos se acabó posando en un libro monumental, tanto por su tamaño (casi 700 páginas) como por lo que significó para la literatura de viajes. El libro se llama El camino más corto. Se publicó hace casi cuarenta años, en 1978. Luego, como suele suceder, se agotó, se descatalogó y solo permaneció vivo en la memoria de quienes lo leyeron.

Hasta que ahora B ha decidido corregir el error porque, del mismo modo que no hay derecho a que los chicos de quince a veinte años de ahora mismo no puedan leer a Conrad, a Stevenson o a Verne (como los leímos todos y por eso se reeditan), es la misma clase de crimen que los muchachos insensatos que ahora mismo estudian periodismo, o la gente a la que le gusta viajar, o las personas que viven la vida y la literatura con pasión, no puedan encontrar en las librerías la obra maestra de don Manu Leguineche.

Por eso lo vuelve a publicar ahora B. Porque hay libros que no es que sean buenos o malos; es que son necesarios, como el Quijote, Romeo y Julieta, la Historia de la Filosofía de Bertrand Russell o el Diccionario de uso del español de María Moliner. Entre muchos ejemplos más, tampoco tantos.

Don Manu Leguineche cambió con este libro la forma de escribir sobre viajes. Se dio cuenta de que una aventura como la que se posó en las páginas de El camino más corto no puede escribirse si uno no se plantea, desde el principio, mezclar el periodismo, la historia, la memoria, el humor y desde luego la literatura. Nadie volvió a escribir jamás sobre viajes, o siquiera sobre otro país que no es el suyo, con la mentalidad de Byron o de Mérimée. Cela no había leído a don Manu cuando escribió su Viaje a La Alcarria, pero el urmiento de ambos caldos es el mismo, aunque los lugares no tengan nada que ver.

Don Manu añadió al guiso de su libro dos especias esenciales y rarísimas. La primera es la humildad. Tú no puedes enfrentarte a la vecindad de la muerte en el paso de Kyber si no te dejas en casa buena parte de lo que crees que sabes, con la excepción de algunas páginas de Kipling y del don de cantar romanzas de zarzuela, que eso siempre viene bien. O dejas de suponer lo que vas a ver en cuanto amanezca, en cuanto dobles un recodo, o no verás nada.

Y el segundo ingrediente es el corazón. Don Manu le dijo a alguien, durante el viaje, que aquella aventura disparatada era el trayecto más importante de su vida. Y el más corto, porque donde en realidad estaba viajando don Manu era al centro de sí mismo, al interior, al nadir de cada cual. Es decir, que aquella vuelta al mundo fue en realidad un viaje iniciático con el que no todo el mundo se atreve, porque debajo de la cáscara de mentiras y de autojustificaciones que nos hemos ido fabricando todos para sobrevivir hay un magma que espera, un nido de hechos y recuerdos que siguen vivos por más sepultados que estén, y meterse ahí abajo a pecho descubierto suele ser muy doloroso. Por eso no lo hace casi nadie.

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