Berkana pide ayuda

27 / 03 / 2017 Luis Algorri
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Una de las librerías más heroicas de España se enfrenta a la peor de las crisis: la del desinterés por la cultura.

Mili Hernández en su librería. Foto: Alberto Paredes

Veo la extraordinaria carta que ha publicado Mili Hernández (la encuentro en las redes sociales) y se me parte el alma al leer los comentarios. Muchos de ellos se pueden resumir en lo que sigue: “Berkana es, de toda la vida, uno de mis referentes fundamentales como lector y como gay. Siempre que me desplazo a Madrid paso por allí”.

No es nada difícil adivinar el perfil de quien escribe eso. Una persona (hombre o mujer, eso es lo de menos) ya entrada en años, o quizá no tanto, pero que no vive en Madrid: que viaja de vez en cuando a la capital desde lo que seguramente será la España profunda para sentirse libre, para poder respirar en paz, para no tener que disimular que le atraen las personas de su propio sexo, para no andar fingiendo ante los paisanos del pueblo, y que sin dudarlo se mete en la librería Berkana, en la calle de Hortaleza, para comprar libros. O vídeos. O fotos. O lo que sea, pero cosas hechas para él por gente que es como él. O ella, ya digo que eso da igual. Una librería llena de complicidad, de esperanza y de afecto.

Ya, pero de eso no se vive hoy. Berkana, la librería más importante de España especializada en temática gay y lesbiana, está atravesando la crisis más grave de toda su historia, y eso son casi 24 años seguidos. ¿Y por qué? Pues por algo tan terrible como inevitable: la sociedad está cambiando. Y está cambiando a mucha más velocidad en las grandes ciudades que en la España de toda la vida.

Las dos heroínas de Berkana son Mili y Mar de Griñó, dos mozas casadas, como ellas bromean, no solo por amor sino también por la hipoteca. Crearon esa espléndida librería en los años en que el reconocimiento de los derechos de las personas homosexuales eran un sueño, sí; una quimera, un combate, un estímulo, un desafío a la honestidad democrática de muchos, sí; pero es que además se estaba creando una cultura específica, muy potente, con señas de identidad clarísimas, y eso dio origen casi a un género literario propio que tuvo un éxito enorme (la literatura gay), a una cinematografía, desde luego a una música y, siendo muy generosos, podría decirse que también a una estética, aunque eso es muy resbaladizo porque en el mundo gay convivieron siempre, juntas pero nunca revueltas, tendencias estéticas y de moda completamente contradictorias entre sí.

Eso se ha ido al carajo, ustedes perdonen. Hace algo más de veinte años, cuando Mili y Mar abrieron en el madrileño barrio de Chueca el primer comercio declarada y abiertamente dirigido a gais y lesbianas, aquellas calles eran un albañal de jeringuillas, drogadictos tirados por los rincones, atracadores nocturnos y diurnos, y viejecitos acojonados que no se atrevían a salir de sus casas ni de día ni de noche, porque aquello era peor que el Bronx.

Mili y Mar abrieron brecha. En muy pocos años, poquísimos, Chueca se convirtió en un barrio limpio, luminoso, próspero, seguro... y carísimo. Aparecieron como setas después de la tormenta tiendas de ropa, restaurantes, bares, agencias de viajes, hoteles, pubs elegantes, todo género de negocios creados por gais y pensados para un público no exclusiva pero sí mayoritariamente gay. Los viejecitos dejaron de estar asustados y pasaron, en muchos casos, a ponerse impertinentísimos, con el inestimable apoyo de los munícipes del PP: aquello de que se “diese tanta libertad a los maricas” les parecía un pecado gordísimo. Y Berkana, donde se vendían libros y vídeos y cosas todavía peores, era como el templo de Satanás de aquella tropa de perdularios que había convertido el barrio en un lugar sencillamente adorable. Doña Ana Botella, piadosísima alcaldesa especializada en Biología (lo suyo con la reproducción en cautividad de las peras y las manzanas no se olvidará jamás) obligó a celebrar un concierto callejero en la plaza de Chueca en el que todos y cada uno de los espectadores bailaban y saltaban llevando auriculares puestos. Aquel espectáculo no lo habría imaginado ni Gila. Pero no se podía interrumpir la siesta de los inquilinos de una residencia de ancianos que había por allí cerca.

La editorial Egales, hermana gemela de la librería Berkana, publicó mi primera y torpe novela: nunca más en mi vida me van a traducir a seis idiomas, eso sí que lo sé. Berkana te ofrecía los libros de Patricia Neill Warren, de Genet, de Burroughs, de Lluís Maria Todó, de Wilde, de Timothy Conigrave, de Leila Slimani, de Virginia Woolf, de Estratón de Sardes, por supuesto de Wilde y Lorca y Mendicutti y mil autores más, elegidos y editados con absoluto mimo.

Vayan ustedes ahora mismo a preguntar a los críos y crías de 20 años que andan por Chueca quién es Oscar Wilde. No lo saben. No lo quieren saber. El amor, o al menos el sexo, es algo que se puede conseguir en diez minutos con un móvil. Eso basta a una alarmante cantidad de gente. Si quieren leer, para eso están Amazon y las editoriales que encargan a ciertos “escritores” novelas sin palabras abstrusas, como por ejemplo abstruso. Si quieren socializar, para eso está Grindr. Si quieren tener amigos como ellos, para eso están Facebook y el albañal de Twitter. Y si de milagro se les ocurre comprar un libro, o una peli, para eso está la piratería en Internet.

Eso es lo que está matando a un lugar legendario como Berkana, que fue bandera de una cultura: que en los últimos dos años han cerrado en España unas 1.400 librerías. Que estamos atelecincados todos. Pero yo voy a ayudar: es mi librería, la mejor. En la campaña de GoFundMe van ya casi 8.000 euros para salvar un símbolo. Hacen falta más.

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