Poesía para transformar el mundo

26 / 03 / 2013 10:16 Daniel Jiménez
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Tras la llamada a la “insurgencia poética” de Gamoneda, esta es la temperatura de la poesía social, con un poema inédito de Enrique Falcón.

En unos versos que fueron y son proféticos, César Vallejo escribió: “¡Cuídate, España, de tu propia España! (…) ¡Cuídate de los nuevos poderosos! (…) ¡Cuídate del futuro!”. La difícil realidad que estamos viviendo ha traspasado los viejos límites y está impregnando todos los ámbitos culturales, entre ellos la poesía. Resulta sintomático que hasta el poeta y académico catalán Pere Gimferrer, ajeno a eso que se llama poesía con vocación social, haya hecho alusiones a las circunstancias actuales en su último poemario, Alma Venus (Seix Barral).

En un contexto de creciente descontento político y social, Tiempo ha hablado con una decena de poetas de diferentes generaciones, sexos, ideologías y posicionamientos estéticos. Todos ellos muestran o han demostrado en sus obras un compromiso que podríamos llamar social, activista o abiertamente político. Sus opiniones, diversas y a veces enfrentadas (salvo en la casi unánime reivindicación de la figura de Vallejo), certifican una idea: el poeta debe actuar. Después de publicar Canción errónea, el primer libro de poemas desde que obtuvo el premio Cervantes en 2006, Antonio Gamoneda elevó una llamada a la “insurgencia poética”, y las respuestas a esa llamada están siendo muy variadas.

La literatura de Enrique Falcón (Valencia, 1968) ha recibido la calificación de conflictiva o activista. Buena muestra de ello es su próximo libro, Porción del enemigo (editorial Calambur), del que publicamos un poema inédito. Ajeno a los circuitos oficiales, al preguntarle por la insurgencia de la que habla Gamoneda, el valenciano se remonta a “la llamada a la rebelión que ya hizo el colectivo Alicia Bajo Cero en los años noventa y que culminó con el polémico libro titulado Poesía y poder”, que aglutinó a varios poetas en torno a la llamada poesía de la conciencia. Desde sus primeros poemarios, Falcón defiende que “si la poesía nace en un contexto de indignante injusticia social, el llamado estilo es también una elección profundamente moral, y lo más coherente resulta ser la insubordinación”.

Por eso él entiende que un poeta debe participar en la vida pública “escribiendo poemas que hagan compañía a la desobediencia de los otros y que logren resistir a las claudicaciones que sobre cada escritor también quieren ejercer el miedo y el poder”. En ese sentido Falcón advierte: “Manifestar que el verdadero compromiso de cualquier poeta lo es para con la literatura me parece una obviedad vacía e inútil que a menudo excusa el silenciamiento o la rendición”.

Más allá de las etiquetas.

Creador de una literatura de corte insurgente, Antonio Orihuela (Huelva, 1965) lleva 20 años escribiendo poesía que reflexiona sobre la realidad contemporánea y combate la injusticia desde posicionamientos libertarios. Orihuela se muestra contrario al puro esteticismo porque “toda poesía es política, pues ser político es la condición social del hombre y la de su producción material o simbólica”. Para el poeta onubense, más allá de las etiquetas, “la apuesta (de la poesía de la conciencia) ha sido aglutinar compañeros de viaje: gente real, solidaria, que genera un modo de mirar y decir que contradice la realidad tal y como se nos impone”. Entre sus objetivos destaca la búsqueda de “una poesía que trabaje para la vida y que nos ayude a construirnos individual y colectivamente contra la dominación, la desigualdad y la explotación. Una poesía –agrega Orihuela– que aspira a ser reflejo de unas prácticas sociales transformadoras”.

Los poetas, como los políticos, como los ciudadanos, tienen sus preferencias ideológicas y sus desencuentros. El propio Orihuela denuncia que “también en poesía, como otra parcela más de nuestra podrida realidad, tenemos nuestros casos Bárcenas, Gürtel o Urdangarin. Los poetas, sobre todo los más mediáticos, deberían, antes de rasgarse las vestiduras por la situación actual y querer dar lecciones de ética o de compromiso cívico, darse una vuelta por el blog de los Addison de Witt. Tal vez el verse allí retratados, descubiertos en sus oscuros manejos, les haría recular hacia los lugares de los que vienen y continuar como hasta ahora, escribiendo de su existencia ensimismada y haciéndole el juego al imaginario neoliberal”.

Jorge Riechmann (Madrid, 1962), poeta, traductor y profesor titular de Filosofía Moral en la Universidad Autónoma de Madrid, admite que “solo en circunstancias muy excepcionales se transforma un poema en una arenga eficaz”. Lo explica de la siguiente forma: “La educación no cambia el mundo, decía Paulo Freire: cambia a las personas que cambiarán el mundo. Análogamente se podría decir de la poesía: no transforma el mundo, ayuda a transformarse a las personas que transformarán el mundo”, afirma el autor de El común de los mortales (Tusquets). En la misma línea se mueve Isabel Pérez Montalbán (Córdoba, 1964). Para la autora de Siberia Propia “el poeta debería dejar, para trascender su propia existencia, testimonio ético y estético del momento en que vive, como cualquier creador. A estas alturas, ya no vale solo un gesto: son precisos la coherencia y el compromiso”.

Si aceptamos que existe un establishment poético, una de las características que lo vertebran podría ser el reconocimiento obtenido en forma de premios literarios, lo cual, según parece, genera reacciones enfrentadas. En su reciente poemario titulado Las identidades (Visor), Felipe Benítez Reyes (Cádiz, 1960) combina la denuncia social con la introspección. Respecto al papel del poeta en la vida pública, el gaditano ve un impedimento grave: “Vivimos en una especie de democracia despótica en la que los canales de participación ciudadana están minuciosamente bloqueados, se sea poeta o se sea ebanista”. Benítez Reyes, sin entender muy bien a qué se refiere Gamoneda con esa llamada a la insurgencia, está de acuerdo en que “cuando una situación política se vuelve tan dramática se impone algún tipo de rebelión, sin duda”.

Una manera de estar.

Para Luis García Montero (Granada, 1958), poeta y catedrático de Literatura, “la poesía no es una reunión de palabras raras o preciosas, sino una meditación profunda sobre el ser humano y sobre su manera de pensar y estar en el mundo”. García Montero, principal representante de lo que en su día se llamó poesía de la experiencia, es un autor de sobrado prestigio que ha recibido numerosos premios, entre ellos el Nacional de Poesía por Habitaciones separadas y el Nacional de la Crítica por La intimidad de la serpiente. García Montero, sin ocultar sus posicionamientos políticos, sostiene que un poeta “no puede perder su independencia, convertir una obra en una divulgación de consignas partidistas. No debe tampoco confundir un poema con un panfleto. Los panfletos se empeñan en dar respuestas. El poema suele hacer preguntas”. Para el poeta gaditano, que lleva años defendiendo una poesía de carácter civil, “ser rebelde es concebir el lenguaje poético como un espacio público de entendimiento frente a la cultura neoliberal que destruye los espacios públicos y consagra las privatizaciones. Ser rebelde significa no pasarme la vida criticando a los poetas comprometidos de la propia generación por rencor y envidia ante su fama, y significa no convertirme en el bufón de un presidente de Gobierno, de Rodríguez Zapatero por ejemplo, para alcanzar premios como el Cervantes”.

Independencia total.

Miguel Veyrat (Valencia, 1938), periodista de larga trayectoria y poeta por convencimiento, afirma no haberse presentado jamás a un premio literario por el descrédito que le merece la composición de los jurados. Su obra poética, cuyo último libro es Poniente (Bartleby, 2012), busca conscientemente desvincularse de cualquier familia literaria del panorama español. Por eso Veyrat defiende la independencia total del poeta y duda que deba hacer política con sus versos, ya que a su juicio “solo sería legítimo en momentos extremos de exaltación bélica o circunstancias de supervivencia, como sucedió con los resistentes del cerco de Stalingrado, que alegaron haber tomado fuerzas, careciendo de alimentos, con la lectura colectiva de poesía”. Defensor de la transparencia y el diálogo, Veyrat comulga con Gamoneda ya que para él un poeta “debe ser un rebelde que no se encuentre cómodo ante lo establecido como obligatorio por los usos y costumbres”.

Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) incluyó sus primeros poemas en El malestar al alcance de todos (Caballo de Troya), libro marcado por la crítica y el escepticismo. “Creo que si finalmente la poesía cambia algo, no es porque el o la poeta tengan esa misión: hay que dejar que el lector decida si quiere emplear el texto como herramienta de cambio social”, matiza la escritora madrileña. Cebrián se desmarca a tiempo de las polémicas: “Si la manera específica de participar en la vida pública de un poeta es aparecer en los medios haciendo declaraciones rotundas, entonces pienso que no debería”. “Frente al escándalo o el griterío, mi modo de ser rebelde es hacer las cosas a la chita callando, mediante el examen de conciencia”, afirma.

Ariadna G. García (Madrid, 1977), autora de los libros de poemas Napalm y Apátrida (Hiperión), celebra la necesaria observancia y crítica social del poeta. Frente al recogimiento, García manifiesta que el poeta “debe involucrarse en la vida pública, creando espacios de reflexión y participando activamente en las movilizaciones sociales”. Llevada por la solemnidad y la trascendencia que muy posiblemente hemos motivado a la hora de plantear este reportaje, García expresa una opinión que todos los poetas encuestados, a pesar de sus diferencias, han suscrito de una u otra manera: “No hay verdadero poeta, hombre o mujer, que carezca de un espíritu a contrapelo de la ideología oficial. Ser poeta es querer transformar el mundo, crear una sociedad civil más justa”.

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