Miguel Veyrat: cómo escalar los Pirineos

31 / 07 / 2009 0:00 Incitatus
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¡Gracias!

El viejo periodista es uno de los poetas españoles que mejor simbolizan hoy el abrazo entre las letras españolas y francesas que busca la Feria del Libro.

A Miguel Veyrat lo recordarán ustedes (los que de entre ustedes tengan ya poco pelo, y puede que hasta gris) de la tele. En los tiempos nada remotos en que nos tragábamos todos nada más que dos cadenas: una que se llamaba la tele por antonomasia y otra mal bautizada como el u hache efe, Veyrat aparecía en la pantalla, a la hora de los informativos, micrófono en mano, y se mandaba unas crónicas asombrosas sobre lo que estuviese sucediendo en lugares del mundo tan disparejos como Rabat, Londres, Ginebra, Argel, Roma, Dublín, desde luego París, pero quién sabe desde dónde asomaba Veyrat.

Las crónicas eran asombrosas no sólo por lo bien construidas, sino porque Miguel contaba lo que pasaba y nada más. Esto se entiende mal hoy, pero hace treinta y tantos años se entendía mucho peor. Contar lo que ocurría en realidad, y no lo que el jefe, o el director general, o el ministro, o la mujer del ministro, imponían que estuviese ocurriendo, era peligroso.

Tenía que tener cuidado con lo que escribía hasta el tipo que redactaba la página de teléfonos de urgencia. Así que a Veyrat, que había fundado la Facultad de Periodismo de la Complu- tense y que había inventado un programa que se sigue llamando Documentos TV, lo jubilaron en TVE de muy mala manera. ¿Por qué? Pues por rojo. Y entonces descubrimos que Miguel Veyrat, aquel periodista que hablaba más idiomas que todo el Consejo de Ministros junto, era, en realidad, un gran poeta que había comenzado a publicar versos en 1959, cuando gastaba aquella barba sin bigote de contramaestre noruego que ahora imita su hijo Pablo . Hoy, a los 71 años, después de habérselo leído absolutamente todo, rejuvenecido (mejor fuera decir “devuelto a la vida”) por el amor de una mujer extraordinaria, Miguel vive en un palacete del corazón mismo de Sevilla cuyas paredes y patios están agobiados por el poder de las hiedras, las buganvillas, las madreselvas, los geranios y el ciprés de la entrada, derecho como un endecasílabo. Miguel convive con sillas de montar, muebles de hace doscientos años, cuadros, esculturas, toneladas de libros.

Miguel entra en el zaguán y, de un vuelo, con impecable puntería, zas, encaja el sombrero panamá con cinta negra en la cabeza de un impresionante busto de Ramiro Megías . Vamos, como si en su vida hubiese hecho otra cosa. Luego se sienta en el despacho (puertas blancas con adornos dorados, un lienzo republicano de Andrés Cillero , más libros, la placa del premio Stendhal) y sonríe, definitivamente encantador: -¿Y de qué quieres que hablemos? Inci siente que se lo come la envidia por do más pecado había; sabe ya que la vida jamás le besará como ha besado a Veyrat, pero se ha ido a Sevilla a charlar con el poeta español que hoy, seguramente, mejor simboliza el abrazo (a veces es un zarandeo cruel) entre España y Francia, que es lo que este año quiere reflejar la Feria del Libro de Madrid. Miguel se pasa la vida escribiendo, sí, pero no deja nunca de recibir a los estudiantes franceses que vienen a estudiar su obra.

Es uno de los poetas españoles vivos más estimados y traducidos en Francia. Ahí está, por poner sólo un ejemplo, El lirismo español contemporáneo, obra de la hispanista Françoise Morcillo , catedrática en la Universidad de Orléans, sobre la poesía de Veyrat, Luis Antonio de Villena, Jaime Siles, Guillermo Carnero y Antonio Colinas . Y, en sentido contrario, ahí están también las traducciones que Veyrat ha hecho de la obra de André Breton, Philippe Jaccottet, Martine Broda (este libro sale ahora), François Bédaria o Jacques Darras , uno de los más grandes poetas franceses vivos, cuya traducción de Antología fluvial (Ed. Calima) le valió a Veyrat el premio Stendhal de traducción en 2007.

Veyrat está presente en la Feria, o muy poco después, con su decimosexto libro de poemas, Razón del mirlo (Ed. Renacimiento); con su traducción de Martine Broda; y con la versión al francés de su propia novela Paulino y la joven muerte, que en España publicó Témpora y en Francia el sello Le Cri.

Cómo escalar

Inci, algo abrumado, se pregunta casi en voz alta si será verdad aquello de que ya no hay Pirineos, que dijo el embajador de España en París cuando Felipe de Anjou ganó la Guerra de Sucesión. Miguel contesta: “Hay. Lo que pasa es que hay que aprender a escalarlos. Y poner una pierna a cada lado tiene sus costes”. Veyrat se lanza a hablar de poesía y de poetas, y ahí cuidado porque este hombre no hace prisioneros. Es la li- bertad de quien no le debe nada a nadie, de quien jamás se ha presentado a un premio, de quien no es canónigo beneficiado en ninguna editorial: “El fracaso del 98 se prolongó en España durante la dictadura de Franco, y eso fue una catástrofe cultural sin precedentes. Muchos poetas hubo aquí que se pusieron a hacer imitaciones garcilasianas del petrarquismo. Otros pensamos que la única manera de salir de aquel albañal era abrirse al mundo.

Leímos a Pound, a Eliot, a Rilke , a las vanguardias francesas, al novecento italiano, a Ungaretti , todos tan desconocidos en España. Nos buscábamos los maestros. Nos vendían los libros en Fuentetaja por debajo del mostrador. Comprendimos que la cultura era la acumulación de muchas voces, y que eso era lo que había conformado el espíritu de Europa desde el Renacimiento. Pero aquí no llegaban las voces de los poetas de fuera, no tenías contacto físico, no podías hablar con ellos, asistir a sus clases. Teníamos que buscarnos la vida”. Miguel se ríe: “Aquí estaban los fascistas garcilasistas y en el exilio los comunistas garcilasistas. ¡Todos igual de garcilasistas! Había que salir de eso...”. Vale, sí, pero eso se terminó, ¿verdad? Ahí a Miguel se le vuelven los ojos brasas: “Seguimos encerrados en la aldea. Antes eran los juegos florales provinciales y ahora los premios autonómicos. Muchos excelentes poetas no pueden publicar si no les dan un premio.

Y ni así: los jurados son una trama de favores mutuos, yo te voto a ti y te doy un premio, el mes que viene me lo das tú a mí. Todos son amigos, todos se deben y se hacen favores. Eso no tiene nada que ver con la literatura. Tiene que ver con el bodeguiyismo, con los artistas tomados como adorno decorativo por los políticos. Eso se está haciendo ahora mismo. El otro día, en los toros, el hijo de El Cordobés le brindó un toro al Pocero. ¿Cuánto habrá sido eso en euros? Pues con los poetas pasa igual. Que no, que no me pidas nombres, que no me tires de la lengua, que soy periodista mucho más viejo que tú. Pero es que...

El que escribe Tú me llamas amor, yo cojo un taxi y van y le alaban como el mejor endecasílabo de la historia. La graaan editorial que tiene de adorno una colección de poesía cuyo director, muy bien pagado, sólo publica a su cuadra de amigos. Los que...”. Mejor lo dejamos, Miguel, ¿eh? Que Sevilla en mayo es una gloria, que a ti te espera la Feria del Libro (con o sin Pirineos) y encima tienes quien te quiera. Así que ponte el panamá y vamos a por esa manzanilla. Que aún tenemos que hablar de muchas cosas, compañero...

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