Leonard Cohen: la voz de las catacumbas

18 / 11 / 2016 Antonio Puente
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Se ha ido alguien que, más que cantante o compositor, era un grandísimo poeta.

Antes de que en las iglesias de toda índole comience a propagarse la eucaristía con hostias sin gluten para celíacos espirituales, conviene registrar muy bien el licor fuerte, sin rebajas ni aditivos –o al menos la coherencia–, de aquel juglar extrañísimo hasta lo irrepetible, que comenzó a ilustrar, con un mensaje susurrante de individualidad irreductible, la larga incertidumbre instaurada a partir del otoño del 68. Parece un guiño de la fatalidad que se haya ido en el preciso instante en que su colega de trova anglosajona –es decir, mundial– y también premio Príncipe de Asturias, Bob Dylan, haya obtenido el Nobel de Literatura. Es evidente que Leonard Cohen (Montreal, 1934-2016) ya no estará en las nominaciones de próximas ediciones al galardón, donde estuvo muchas más veces y desde mucho antes. Abordar desde esa perspectiva del reconocimiento final a ambos trovadores coetáneos, que comparten una ascendencia judía y una discografía made in USA, junto a una aureola mítica a gran escala, es un elocuente filón.

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