Las mujeres de Picasso

28 / 08 / 2009 0:00 Inigo Philbrick (Londres)
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El pintor malagueño tuvo una relación muy especial con las siete mujeres con las que compartió su vida. Una exposición cuenta ahora cómo influyeron en su obra.

La National Gallery de Londres está exhibiendo actualmente una exposición titulada Picasso: retando al pasado, que explora la relación del pintor con el canon artístico europeo. La exposición trata de la relación del artista con maestros de antaño como Ingres, Manet o Velázquez, pero también del tradicional tema de sus musas, amantes y amigas. Mucho se ha escrito en torno a la relación de Picasso con sus mujeres, incluyendo la última exposición Picasso’s Marie-Thérèse en la neoyorquina Acquavella Gallery, y que contó como estrella con la obra The Dream, propiedad del billonario dueño de casinos americanos Steve Wynn.

Esa exposición se centró en el largo affaire que mantuvo el artista con la significativamente más joven Marie- Thérèse Walter. La de Londres incluye un cuadro de la misma etapa que el de Wynn, de 1932, cuando el artista tenía 51 años y su amante solamente 23. La obra es una de las piezas más importantes de la exposición, y sólo por verla vale la pena pagar la entrada. El lienzo, colgado en la sala bautizada Modelo y musa, está rodeado de imágenes de su primera mujer, Olga Khokhlova, de la célebre y bella fotógrafa americana Lee Miller y de la musa vanguardista Fernande Olivier. Observando los cuadros, y en especial la cambiante representación de Olga, queda claro lo influyente que fue su círculo de amistades en su obra.

Con fama de mujeriego, las relaciones sentimentales pasaban velozmente por su vida y todas ellas quedaron reflejadas en sus pinturas. En su forma de tratar a las mujeres, como amantes y como tema, parece que se combinan dos de sus más citadas opinio- nes. La primera es que para él sólo había dos tipos de mujeres, “las diosas y los felpudos”. Y la segunda es que “cualquier valor positivo tiene su precio en términos negativos... el genio de Einstein lleva a Hiroshima”. Por mucho que Picasso necesitase que las mujeres en su vida fuesen diosas, se las arreglaba para reducirlas a felpudos a través de la relación conceptual con su imagen representada.

La amante artista

Para cuando hizo el primero de los comentarios, ya era una celebridad internacional de 61 años que descubría a Françoise Gilot, una artista de 21 años que pronto se convertiría en su penúltima amante y madre de dos de sus cuatro hijos. Gilot conoció a Picasso en un ambiente de artistas, por lo que sus conversaciones giraban en torno a la pintura y sus técnicas, lo que probablemente la salvase del fatal destino de sus muchas otras amantes. El hecho de estar unidos por su vida profesional logró que ella no cayera víctima de la terrible influencia que sí atrapó a las otras mujeres de su vida, de las cuales cuatro acabaron sus días en una absoluta desesperación.

Habitualmente se habla de siete relaciones relevantes para Picasso, aparte de sus varios intereses artísticos por personalidades, mecenas y amigos como Lee Miller, la escritora Gertrude Stein y el peculiar marchante alemán –incorporado a la escena francesa- Daniel-Henry Kahnweiler. De las mujeres que fueron algo más que meras amantes, son las dos primeras y las dos últimas con las que mantuvo una unión más tradicional. Tal vez sea así, al menos con Fernande Olivier y Eva Gouel, quienes a veces eran el tema de sus pinturas y no sólo una mera fijación. Excepcionalmente, Gouel nunca fue pintada de manera representativa; aunque aludida en alguna obra, nunca llegó a ser retratada. Olivier fue la obsesión inicial de Picasso y una de las pocas amantes que durante el tiempo que pasaron juntos era una personalidad y una figura más conocida que Picasso como pintor. Era una estrella de la vanguardia parisina que, partiendo de una infancia pobre y profundamente abusiva y habiendo sido criada por unos parientes, logró abrirse camino entre los círculos menores de pintores y escultores. Como en un cuento de hadas, escapó de su durísima vida a través de la literatura contemporánea que robaba a su aterrador tío, y esta fue precisamente la que la convirtió en una mujer sofisticada.

Cuando finalmente conoció a Picasso lo encontró “singularmente intenso” y sus pinturas le parecieron “asombrosas”, pero no supo dónde “situarle en la escala social”. Aunque en un principio rechazase su mirada vanguardista, al final acabó amándole y llegó a convertirse en el tema –o al menos en uno de los temas- de las Señoritas de Avignon, quizá la contribución más importante de Picasso, superada tan sólo por el Guernica en la lista de las más asombrosas pinturas de la historia. Aunque significativa, las Señoritas de Avignon surge del compromiso que el artista tiene con el cubismo primario, de su asociación conceptual con Braque y, sólo en parte, de la deteriorada relación que estaba viviendo con Fernande Olivier. Ell le abandonaría poco tiempo más tarde por un pintor menor. Para cuando Olivier le dejó, Picasso ya había empezado a cortejar a Eva Gouel, una figura sobre la que hoy poco se sabe. Empezaron a vivir juntos en 1913, dos años después de comenzar su relación y el mismo año en el que el padre del pintor, su primer maestro, había muerto. Gouel, actualmente conocida como Marcelle Humbert, era una verdadera belleza, y aunque Picasso nunca la retrató, solía homenajearla en los títulos y mediante continuas referencias a ella en los cuadros, como en el caso de Ma jolie, que en francés significa “mi hermosura”.

Tras estas dos historias, Picasso empezó a tener una serie de largas relaciones amorosas que sirven para clasificar y fechar su producción artística. Mientras que Gouel murió por causas naturales y Olivier le dejó, cuatro de las restantes amantes no tuvieron finales tan ordinarios. Dos de ellas soportarían duras crisis mentales, y las dos restantes sufrirían incluso peores destinos, quitándose finalmente la vida.

Su primer matrimonio

El primer matrimonio de Picasso fue con Olga Khokhlova, una bailarina de la icónica tropa de los Ballets Russes. Fue una unión difícil porque Olga pertenecía a un círculo social sofisticado y de mucho dinero, del cual Picasso, a pesar de su fama y de una prosperidad que aumentaba cada día, no formaba parte. A pesar de que ella se convirtiese en 1921 en la madre de su primer hijo, Paulo, este matrimonio nunca sería un éxito. En la exposición, las dos mejores pinturas de Khokhlova captan a la bailarina en un ensueño silencioso, claramente distanciado del pintor, apenas unido a la manera sensual que caracteriza muchos de sus otros retratos.

Aunque mantuvo su matrimonio con Olga (de la que de hecho nunca llegó a divorciarse), en 1927, nueve años después de casarse, ya estaba manteniendo una relación con Marie-Thérèse Walter. Después de conocerla en la puerta de unos grandes almacenes, permaneció con ella ocho años, durante los cuales concibieron a su hija Maya. Estos años devolvieron al pintor a la vanguardia de la abstracción después de un periodo neo-clásico en el que parecía estar casado con una sociedad más burguesa. Mientras la relación fue un fantástico estímulo para el pintor, no fue tan fácil para Walter, quien acabaría ahorcándose en 1977, compartiendo quizás el sentimiento expresado por la siguiente amante de Picasso, Dora Maar, según la cual “después de Picasso, sólo Dios”. Aunque su relación con la joven Walter, de tan sólo 17 años, fuera siempre osada, sensual e ingenuamente seductora, su unión con Maar parecía a primera vista más acertada. Para cuando empezaron su relación, en 1936, ella ya había sido inmortalizada por el maestro y fotógrafo Man Ray, y la etiqueta de “musa privada” ideada por Picasso se le ajustaba perfectamente. Su relación impulsó la creación de un gran número de obras que se convertirían en iconos.

Maar sufrió un desmoronamiento después de que Picasso se marchase con una mujer aún más joven. La angustia emocional de Maar fue causada por la traición de Picasso con Françoise Gilot, la madre de sus últimos y seguramente más conocidos hijos, Claude y Paloma. Gilot siempre fue, en varios sentidos, la mujer que mejor controló a Picasso, trabajando junto a él como pintora y usándole como medio para hacer realidad esta pasión, llegando incluso a abandonar su carrera de abogada, a pesar de la furia de sus padres. Su relación duró menos de diez años, pero llevó a Gilot a la producción de su célebre y rentable libro Life with Picasso. Los años compartidos con Gilot están mal considerados por muchos amantes de la obra del pintor. Fue sólo con su amante final y segunda esposa, Jacqueline Roque, cuando experimentó su tardío renacimiento.

Los cuadros pertenecientes a este periodo han sido considerados como mediocres hasta hace relativamente poco, de forma parecida a lo que ocurrió con la obra más tardía de Andy Warhol. La exposición de Londres incluye un buen número de ejemplos de este periodo, entre los que se encuentra Desnudo reclinado. A pesar de que Jacqueline estuviese al lado del pintor durante este prolífico periodo en el que Picasso cuestionó una vez más las normas de representación y el lenguaje que su pintura había desarrollado, su historia tuvo otro trágico final. En 1986, trece años después de la muerte del artista y tras una agria disputa con sus hijos, se quitó la vida. Si las mujeres que Picasso amó están inmortalizadas en las paredes de la National Gallery, las relaciones de su vida real estaban todavía más fracturadas que sus cuadros. La exposición hace explícita la dependencia del artista respecto de los maestros, pero es imposible ignorar la propia relación con sus parejas. Tal vez, al fin y al cabo, el honor que no le pudo brindar a sus mujeres y amantes encuentra aquí el desahogo de la redención.

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