Las dioptrías

10 / 10 / 2016 Antonio Díaz
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El documental Fuego en el mar, que ganó el Oso de oro en Berlín, muestra el drama de los refugiados

En junio de 1943, en medio de una operación británica que tenía como objetivo allanar el desembarco de los aliados en la isla de Sicilia, los aviones de la Royal Air Force destruyeron una emblemática nave militar italiana, La Maddalena. La embarcación ardió en el puerto de Lampedusa durante toda la noche y en aquella pequeña isla, en la más profunda oscuridad, la intensidad de las llamas hizo pensar a muchos de los habitantes del lugar que hasta el mar había prendido fuego. Aquella visión inspiró una canción popular que en el dialecto local se titula Fuocoammare (“fuego en el mar”), de la que toma el título el nuevo documental del director Gianfranco Rosi, galardonado con el Oso de oro en la última edición de la Berlinale y que se estrena en España el próximo 14 de octubre.

Infiltrado

Setenta años después, las naves militares italianas han vuelto a surcar las aguas del Mediterráneo y a atracar en el puerto de Lampedusa, pero esta vez su objetivo es el de interceptar las embarcaciones de migrantes que pretenden arribar en Europa. Hasta este territorio, de escasos 20 kilómetros cuadrados, separado de Sicilia por 205 kilómetros y de las costas de Túnez por solo 113, se trasladó este cineasta italiano durante un año, infiltrándose entre sus 6.000 habitantes para contar cómo es el lugar en el que en los últimos veinte años han desembarcado más de 400.000 migrantes que huían del hambre o la guerra, y de los cuales aproximadamente 15.000 han perdido la vida en el mar. Pero Fuego en el mar no es un documental al uso, sino un filme en el que Rosi se sirve de los mecanismos de la ficción para ilustrar la catástrofe humanitaria y el desastre político que arrastran las aguas que bañan las costas de esta isla.

No-ficción

Como ya hizo en su anterior documental, premiado con el León de oro de Venecia en 2013 –el espléndido Sacro GRA, que retrataba diferentes vidas en la periferia de Roma–, el cineasta se sitúa detrás de la cámara, silencioso y ajeno a la acción. De este modo presenta a los personajes, cuyas acciones, escritas y puestas en escena aunque basadas en su auténtica cotidianidad, estructuran la narración del filme a medida que se aproxima una tormenta y resuenan en la radio de la base de salvamento marítimo italiano los SOS que envían unos migrantes a bordo de una embarcación que navega a la deriva.

Los personajes principales de este filme de no-ficción son Samuele, un chaval de 12 años logorreico e hipocondriaco que afina la puntería con su tirachinas, forzando su ojo vago, para prepararse contra un enemigo que desconoce, y el doctor Pietro Bartolo, un médico de familia que recuerda cada uno de los naufragios en los que ha tenido que intervenir para salvar vidas o certificar defunciones. Gianfranco Rosi usa estas escenas planificadas como vehículo metafórico de su discurso y en contraste encastra el retrato de los protagonistas de la tragedia, patéticos y espontáneos, como el hombre subsahariano que, tras haber sobrevivido a la odisea marítima, relata a modo de góspel su testimonio, que no es otra cosa que una enumeración de lugares, peligros y compañeros que ha dejado atrás hasta alcanzar la tierra prometida: un CIE en el que juega al fútbol con otros migrantes como él.

Samuele, con su miedo a la invasión pueril y atávico y su ojo vago, encarna las pocas dioptrías con las que Europa contempla la migración, como fenómeno y como estadística, sin cuestionarse los motivos primigenios que empujan las olas migratorias. Rosi no quiere que el humo impida reconocer cuál es el origen del fuego que arde en el mar, convencido, como Bertolt Brecht, de que la ficción no es un espejo sino el martillo con el que se perfila la realidad. 

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