La vida como un vertedero

16 / 01 / 2014 10:29 Antonio Puente
  • Valoración
  • Actualmente 5 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 5 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

Se publica por primera vez en castellano la poesía de Archibald R. Ammons, uno de los autores imprescindibles del sigo XX. 

Se imaginan recibir un sms de esta guisa: “De todo corazón; enviado desde mi bypass”? Semejante saludo podría resumir el irónico y cáustico legado, descreído pero tan profundo como si constituyera una Biblia pagana, de Basura (Garbage, 1993), el poemario emblemático de Archie Randolph Ammons (Whiteville, Carolina del Norte, 1926 - Ithaca, Nueva York, 2001), señalado por el exigente y puntilloso Harold Bloom como uno de los textos canónicos del siglo XX.

Pese a que en su día mereció el National Book Award, el prestigioso galardón estadounidense -el autor ya lo había obtenido veinte años antes, por Collected Poems, (1973), ahora traducido como Otros poemas-, y que fue varias veces candidato al Nobel de Literatura, la poesía de Ammons aparece ahora por vez primera en castellano. Una de esas ausencias que no tienen explicación. Una tardanza que se compensa, al menos, por esta impecable edición bilingüe de Lumen, con ímprobo esfuerzo de traducción y comentario de Daniel Aguirre y Marcelo Cohen. El primero, profesor en Cambridge, ha tenido que vérselas con los 2.217 versos del único poema de Basura, un monumento alucinatorio y magmático que mezcla irrefrenablemente cultismo y oralidad, metapoesía y relato, clasicismo y actualidad, citas intertextuales y precisas denominaciones científicas (antropológicas, químicas, astrológicas o botánicas)... Y Cohen, traductor de la segunda parte, argumenta con lucidez la inclusión de Ammons en la gran poesía norteamericana, a través de ese estrecho acantilado inaugurado por  Emerson y Whitman,  por el que discurrirán, en rigurosa fila india, Dickinson, Eliot, William Carlos Williams, Wallace Stevens, Marianne Moore, Robert Frost... y algunos más, pero no muchos más; con el añadido, cabe inferir, que, de todos, A. R. Ammons es quien mantiene más estrechos puntos de contacto con cada uno de ellos, como si fuese, a la vez, un paroxismo y una culminación.

No obstante practica con T. S. Eliot la más explícita y frontal intertextualidad, al punto de que no sería nada exagerado afirmar que lo que supuso Cuatro cuartetos para mediados del siglo XX, lo supone Basura para su cierre. Ammons compuso este texto apabullante (distribuido en dísticos, como en una respiración entrecortada, o acaso también para mofarse del limitado código binario de la pobre mente humana) a finales de los años 80, siendo ya sexagenario. “En mi principio está mi fin”: Ammons tenía grabado a fuego en el cerebro el emblemático -y, a fin de cuentas, religioso- verso de Eliot. Este viejo profesor de literatura de la Universidad de Cornell, lo recordó cuando vio desde su automóvil, en una autopista de Florida, un vertedero de basura, que le dio la inspiración. Ammons se puso manos a la obra: ¡2.217 versos! (aunque en el curso de su prolongada escritura sufrió, por cierto, sendos infartos y le implantaron un bypass).

El poemario/poema -cuya dedicatoria reza: “A bacterias, escarabajos peloteros, carroñeros, forjadores de palabras: los transfiguradores, restauradores”- no rebaja ni un instante la sosa cáustica en las pupilas, y en el tragar saliva, que exige la contemplación de un vertedero de basura como metáfora del universo. En las primeras páginas, el operario que maniobra con el camión saluda de este modo al comisario que lo supervisa (ambos con “barriga cervecera”): “En tu fin está mi principio”... Y muchos versos después, le dirá: “en tu fin está mi principio, repito; también / mi fin; mi fin, de hecho es tu principio, en cierto modo”.

Con el mismo aliento reflexivo y épico de Cuatro cuartetos, Ammons paganiza en Basura a Eliot. O, mejor dicho, muestra cómo las coordenadas religiosas trazadas por aquel décadas atrás -como una persignación entre los bombardeos de la Guerra Mundial- se han secularizado cuando el siglo XX está a punto de desmoronarse, al rebufo de la caída del muro de Berlín. Desde una radical asunción de la inmanencia y contingencia vitales, el poeta muestra en crudo el zarrapastro existencial (se respira a menudo, en su texto, ese ambiente opresivo de la América profunda) y el material de desecho (somos “fogatas celulares” ardiendo en frío, define) del que pende la condición humana. Para Ammons, el lenguaje mismo es un vertedero. Y por eso nos alerta del ruido de los mercaderes de sílabas: “Bocazas y voceros... en las provincias verbales de la pura disimulación”. También de la disecación y solemnidad de la poesía más convencional (“un purpurar de pacotilla”, dice, o, con ironía, meros “archivos cuneiformes en acervos sacerdotales”). Y para predicar con el ejemplo, dice de sus propios versos: “¡Qué despropósito de poesía! ¡Toda esta basura!”, mientras confirma que sólo aspira a que cunda, con ellos, “un largo reguero de bazofia”.

Pero en los zigzagueantes cambios de registro (en eso estriba su maestría: salta del fémur de la muerte a la celebración del glúteo en las estrofas más libérrimas que puedan concebirse), Ammons enaltece la verdadera poesía como “casa del anhelo”. El proceso creador consiste en “cagar fuego / (y tirar las cerillas lejos)”. Pero, en rigor, nadie puede erigirse en propietario de la casa del anhelo, y ni siquiera habitar del todo en ella. Su poesía es una invitación al desahucio de las constricciones humanas para gozar de la mera respiración a la intemperie. De cuando en cuando, el viento y el agua (protagonistas también en Otros poemas) remueven los montones de basura y permiten que la naturaleza fluya en el máximo esplendor de sus menudos movimientos sin fin. Ammons nos alerta de la necesidad de velar por esos resquicios (contra la “basura” de la percepción humana), mientras enarbola un hermoso y laico canto a la vida.

Superado en extensión tan sólo por las 600 páginas de un único poema que componen el Cántico cósmico (1989), de Ernesto Cardenal, Basura (cuya edición original, Garbage, se publicó casi a la par, en 1993) es una genial culminación de los grandes poemas épicos del siglo XX.

Los reflejos hispanos.

En el ámbito hispano brillan en esa ardua y arriesgada senda, entre otras obras, Altazor, de Vicente Huidobro, Muerte sin fin, de José Gorostiza, o Piedra de sol, de Octavio Paz (de cuyo nacimiento se cumplirán, por cierto, cien años en marzo próximo). Y el gran ascendente, en la órbita occidental, es Cuatro cuartetos de T.S. Eliot, de reconocido influjo en los poetas más variopintos, desde realistas a metafísicos. No por nada, A.R. Ammons dialoga recurrentemente con ese texto, desde una posición desengañada e irónica. Si Eliot asevera ahí, con cierta solemnidad, que “si todo tiempo es eternamente presente / todo tiempo es irredimible”, Ammons le enmienda la plana, cantando, justamente, al presente efímero, al don de la instantaneidad irrepetible. El presente concebido como un presente (regalo). Y recurre, de cuando en cuando, al sentido del humor, como una suerte de panacea: “dónde si no en el culo mismo de una caída está  /  la redención”, exhorta, por ejemplo.

A diferencia de los grandes poemarios citados, forjados cada uno de ellos de una imprescindible reflexión, Ammons pulveriza el monotema. Se trata, a su juicio, de suspender la búsqueda de la trascendencia y admitir en todo su esplendor, con devoción pagana, la contingencia de la vida. Por eso desmantela, sobre todo, el embuste de cualquier amago de solemnidad, con un rechazo casi manifiesto (so pretexto de Eliot, por ejemplo, y su religiosidad ventrílocua) hacia la figura del sacerdote-poeta. Desconfía de cualquier invención social, empezando por las palabras mismas: “Estamos prácticamente solos en las palabras (...) el mundo fue el principio / del mundo; las palabras son un modo de defenderse en el / mundo: pueden desaparecer lenguajes enteros como / desaparecen las especies / sin que la tierra pierda un gramo de / peso, y es posible sumar insuperables sistemas / simbólicos sin que llegue a llenarse zanja o dedal”, argumenta, para sintetizar cientos de versos después que “casi de tanto les sirve / a los babuinos el aseo como a nosotros las palabras”.

Lo inquietante de Basura es la irrelevancia, casi hasta lo irrisorio, que Ammons concede a la condición humana. Y lo deja traslucir predicando con su propio ejemplo. Cuando Harold Bloom, el gran gurú de la crítica literaria actual, lo incluye en El canon occidental, destacando que “Ammons se presenta como el poeta del intransigente control geométrico de la Tierra sobre los hombres”, apostilla su entrada con esta singular valoración -como no lo hace, dicho sea de paso, con ningún otro escritor digno de figurar en su restringido olimpo-: “El canon de la poesía estadounidense lo insertará en la tradición quizás más profundamente de lo que él pretendía”. ¿Cuánto de profundamente lo pretendía él, que nos enseña a desconfiar de cualquier poema que “vuele más allá de sus alas”? Contra el estercolero de las ‘pretensiones’, que nos impide ver la vida, es, justamente, contra lo que se revuelve. Que nadie se tire los pedos más altos que su culo (emplea la palabra “holeass” cada vez que es preciso), y meno aún si lo hace encorsetado y por escrito; pues, por ejemplo, “uno lee  / sobre viajeros que van a las islas y el continente / y lo que hay es castillos, / cuadros / abadías, cabriolés y / proclamaciones (todo ese bodrio occidental de antes), / pero quién cuenta que se ha ido a mear o se ha tirado un  / pedo en el porche tan campante; por lo visto está bien / mencionar el estreñimiento (la máxima moralidad) porque / nunca va nadie o nunca puede hacerlo”, etcétera.

Elegía sin lamento.

Entonces, ¿cuán profundamente pretendía él entrar en el canon? Cuando, en 1987, siendo ya más que sexagenario, divisa el vertedero de basura que le inspirará su poema testamentario (es un decir, porque es un canto a la vida que no admite elegía personalizada ni lamento alguno), Ammons era ya autor de unos treinta poemarios y había recibido los más importantes galardones estadounidenses. Con los presupuestos indicativos de su obra anterior (“Mantener el equilibrio / entre lo uno y lo múltiple sin / perder en la operación ni lo uno ni lo múltiple”, había escrito en Collected poems), el maduro poeta ahora se arremanga y se sitúa en una orilla del basurero para obtener una suerte de poesía aplicada, instructiva, sobre la imposibilidad de instruir, como no sea el consejo de que cada cual ame su instante vital, desbrozando y desbrozando. Pues, “no hay más dioses que estos ahora”, y “la eternidad llegará sin tardar”. Y, además, “no importa cómo trates de espantarlo / el mundo vuelve de una sacudida”... Entonces, “por qué / debemos dar a la realidad una respuesta, cuando podemos / mantenerla sujeta al eje de nuestras ilusiones: no / ilusiones de ilusos, sino tan solo la “vuelta” / en dirección a lo posible (...) argumentar es igual que cenar: / revuelve un rato con una buena cena y acabas con basura”. ¿Pretendía, en todo caso, señalar que cualquier canon es basura, y por eso Harold Bloom se defiende? “mi poesía es espuertas plagadas de pulgas”, define, para anunciar, sardónico, sobre Garbage que “si este poema no es el mejor / del siglo, acaso puede tratar del peor poema del siglo: al menos aparece hacia el final”.

Grupo Zeta Nexica