La verdad de María Magdalena

24 / 07 / 2006 0:00 Jesús Egido
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Convertida en emblema de la nueva teología feminista, la discípula de Jesús se consolida como el personaje más polémico de la Biblia.

22/05/06

Cada cierto tiempo la literatura, el cine o un estreno de campanillas basado en el best seller de moda socavan los pilares vaticanos. E, invariablemente, es al personaje bíblico de María Magdalena a quien le cabe el dudoso honor de hacer temblar las estolas y casullas de la curia más conservadora. A finales de la década de los 80, Martin Scorsese convocaba a la puerta de los cines a grupos de católicos integristas para protestar contra su película La última tentación de Cristo. En ella, el director estadounidense hacía que Jesús de Nazaret pasara la noche en la cama de la Magdalena, siguiendo casi al pie de la letra la novela homónima del gran escritor griego Nikos Kazantzakis, eterno nominado al Nobel de Literatura.

Ahora es el cineasta Ron Howard quien se alía con el novelista Dan Brown para atraer las críticas de los integristas contra El Código Da Vinci, en la que el Santo Grial deja de ser el cáliz sagrado que buscaron en vano los caballeros del rey Arturo, para convertirse en un linaje dinástico, la sangre real que corre por las venas de los herederos del supuesto hijo (o hija) fruto del matrimonio entre Jesús y María Magdalena. Por citar textualmente un pasaje de la película, el Grial deja de ser “una pieza de vajilla”para encarnarse en los sucesores consanguíneos del Rey de Reyes.

Tres en una

¿Quién era María de Magdala? ¿A qué se debe que 2.000 años después aún concite tanta polémica respecto a su relación con Cristo? En la historia apenas quedan huellas de su memoria. En los textos sagrados respaldados por la Iglesia su condición de mujer le ha hecho pagar una discriminación negativa, menos asfixiante durante los primeros siglos del cristianismo.

Al parecer, en esta María se confunden tres, número que se repite constantemente en el Nuevo Testamento. Pedro negó tres veces a su Maestro antes de que cantara el gallo, Jesús murió en la cruz formando un trío con dos ladrones crucificados a su lado y resucitó al tercer día. Así, una Magdalena sería la prostituta pecadora que en el Evangelio de san Lucas secó con sus cabellos los pies del Señor en casa del fariseo. Luego aparece María de Betania, hermana de Lázaro y Marta, en el Evangelio de san Juan, donde también destaca la tercera María, la de Magdala, primera persona que tuvo el honor de ver a Jesús resucitado.

Los últimos concilios se han inclinado por un retorno a los orígenes para despejar la confusión trinitaria en favor del tercer personaje, la más destacada de las mujeres que acompañaron a Jesús hasta Jerusalén, oriunda de Magdala o Magadán –ciudad rica de la costa del Mar de Galilea– y, al parecer, amiga de la esposa del administrador de Antipas, lo que la convierte en una mujer de posición acomodada sin necesidad de prostituirse. Si se tiene en cuenta que los apóstoles carecían de ingresos, ya que habían abandonado sus oficios para acompañar a su Maestro, las investigaciones más recientes se inclinan por la teoría de que María de Magdala, junto a otras mujeres destacadas, financiaban la labor apostólica de Jesús.

Está escrito que Cristo expulsó del cuerpo de María, de esta María, siete demonios, aunque no habría que tomar la cifra ni al maligno al pie de la letra, porque los estudios más modernos indican que la posesión diabólica podía ser en la época sinónimo de una enfermedad grave.

En cualquier caso, la importancia de María de Magdala en el Nuevo Testamento es tanta que aparece citada más veces que la Virgen María en los cuatro evangelios oficiales reconocidos por la Iglesia, los de san Marcos, san Mateo, san Lucas y san Juan. Y en los apócrifos, los que no gozan desde hace siglos del favor del Vaticano, llega a protagonizar algunos pasajes. Por ejemplo, en el de Felipe se narra que el amor que Jesús sentía por ella era tan intenso que, en ocasiones, le besaba en la boca ante el resto de sus discípulos.

Leyenda bíblica

El hecho de que Jesús de Nazaret fuera ágrafo –no escribió una línea en su vida o, al menos, no queda rastro de que lo hiciera– dificulta mucho la investigación sobre su biografía y la de los que le rodearon, por lo que los expertos suelen deambular por el territorio de las hipótesis. Sobre todo si se tiene en cuenta que, para los carentes de fe, los 27 textos que componen el Nuevo Testamento distan mucho de ser verazmente históricos. En su Guía para entender el Nuevo Testamento, que acaba de publicar la editorial Trotta, Antonio Piñero, catedrático de Filología Griega de la Universidad Complutense de Madrid y experto en estudios bíblicos, dice que esta parte fundamental de la Biblia “a los ojos de los que no comparten esta fe es una mezcla de historia, leyendas y mitos de contenido religioso”. No es extraño, por tanto, que Juan Victorio, profesor de Literatura Medieval de la UNED, autor de Amores y versos en el otoño medieval y uno de los investigadores que más ha indagado en el papel desempeñado por la mujer en la literatura, insista en que los evangelios, y en general todos los textos bíblicos,“ no son más que relatos heredados de la literatura oriental, donde la ficción se mezcla y se amontona con la historia”. En su opinión, la divinidad de Cristo y la virginidad de su madre no son más que mitos tomados de textos de la cultura India que intentan explicar la creación del mundo.

Esposa o apóstol

Parece obvio que la biografía real de María de Magdala seguirá siendo un misterio, pese a los esfuerzos por esclarecerlo de autores como el escritor y periodista Juan Arias, que ha aprovechado el tirón de El Código Da Vinci para publicar en la editorial Aguilar La Magdalena: el último tabú del cristianismo, donde comulga –y nunca mejor dicho– con la misma teoría del best seller de Brown, al que cita en varias ocasiones: Jesús y la Magdalena eran marido y mujer.

Para ello se apoya en el papel relevante que ocupa María como espectadora de la crucifixión y primera persona que acude al sepulcro el Domingo de Resurrección. Según el Evangelio de san Juan, al no ver el cuerpo de su Maestro en la tumba rompe a llorar,“porque se han llevado a mi señor y no sé donde lo han puesto”. Ese “mi señor”, para Arias, podría ser sinónimo de “esposo”.

Refuerza su tesis con el análisis sociológico: en la época, un judío que llegara soltero y sin hijos a los 30 años era contemplado como alguien pecaminoso. Piñero no sólo discrepa con esto, sino que recuerda un texto donde Plinio el Viejo advierte que una rama de los judíos sesenios se mantenía célibe durante toda la vida.

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