Zar por un día

26 / 03 / 2013 12:11 Luís Reyes
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Petrogrado, 15 y 16 de marzo de 1917 · Nicolás II abdica en su hermano, el gran duque Miguel, que será el último zar durante un día.

El último zar fue Nicolás II según todos los libros de Historia, pero técnicamente no fue así: otro Romanov ciñó la última corona de la monarquía rusa, el hermano pequeño de Nicolás II, Miguel, que fue zar por un día. Esa alta posición, insostenible cuando ya se había desatado la revolución en 1917, fue un auténtico regalo envenenado que le costaría la vida.

El gran duque Miguel nació en San Petersburgo en 1878, cuarto hijo varón de Alejandro III. Este era un ultraconservador fanático de la política de mano dura, que extendió a la educación de sus hijos, criados con régimen espartano en el campo. La única época buena para los niños eran las vacaciones de verano con sus abuelos maternos, los reyes de Dinamarca. Cristian IX de Dinamarca llevaba una vida sencilla en las antípodas de la pesada etiqueta zarista, e igualmente se hallaba en el otro extremo del espectro ideológico, pues Dinamarca era un país democrático con monarquía parlamentaria, mientras que Rusia seguía siendo una autocracia con rasgos de despotismo oriental. Seguramente esas felices vacaciones con los abuelos liberales fueron plantando en Miguel el rechazo a lo que era y significaba la monarquía zarista.

El destino, sin embargo, no iba a dejarle en paz. Los otros dos hermanos que le precedían murieron prematuramente, de modo que a los 20 años Miguel se encontró con que era el heredero de su hermano mayor, el zar Nicolás II. Ocupó el para él engorroso puesto de heredero durante varios años, porque Nicolás II y la zarina Alejandra tenían hija tras hija y las mujeres no podían ocupar el trono. El nacimiento del zarevich Alexis en 1904 fue visto como una liberación por Miguel, pero pronto se descubrió que el niño padecía hemofilia y nadie pensaba que pudiera vivir para reinar. Otra vez la posible sucesión de Nicolás II se convirtió en una espada de Damocles para Miguel.

Quizá no lo hiciera conscientemente, pero parece que el corazón de Miguel decidió liberarlo de esa obligación no querida, y una vez tras otra se enamoró de mujeres cuyo matrimonio le incapacitaría para reinar. La primera fue la princesa Beatriz de Gran Bretaña, nieta de la reina Victoria. Parecía un sueño, ella era bellísima y estaba también enamorada de Miguel, desgraciadamente los novios eran primos hermanos y la Iglesia ortodoxa era intransigente con el matrimonio consanguíneo, y puso el veto. El zar ordenó a su hermano romper las relaciones.

Novias inapropiadas.

Miguel obedeció y se buscó otra novia, pero el remedio fue peor que la enfermedad. La elegida ahora era una dama de compañía de su hermana Olga, llamada Alejandra Kossikovskaya, una simple burguesa aunque de clase alta. Cuando Miguel solicitó permiso para casarse con ella fue como si hubiera arrojado una bomba en el seno de la familia imperial. Nicolás II le amenazó con expulsarlo del ejército –pues Miguel seguía y le gustaba la carrera militar–, y los enamorados planearon fugarse para casarse en el extranjero. Sin embargo Alejandra, convertida en un problema de Estado, era estrechamente vigilada por la Okhrana, la siniestra policía secreta del zar, y le impidieron viajar. Fin del segundo amor.

Como si en vez de asimilar las lecciones se creciera con el castigo, el tercer amor de Miguel fue aún más inapropiado, o más bien francamente escandaloso, pues no solo era de una burguesa, sino además casada y con un pasado sentimental muy movido: Natalia Sheremetyevskaya, de la alta sociedad moscovita, divorciada de un primer matrimonio y ahora esposa de un compañero de regimiento de Miguel (ver recuadro).

El gran duque la hizo su amante y tuvieron un hijo, eso era normal en la realeza y Nicolás II lo aceptó, aunque mantenía a la pareja estrechamente vigilada por la Okhrana, por si acaso. Pero Miguel había aprendido las astucias para burlar a la policía secreta. Anunció unas vacaciones en la Costa Azul y, mientras los policías seguían a la servidumbre y al niño, la pareja se fugó a Viena, donde los casó un pope de la Iglesia serbia.

Nicolás II desterró a Miguel, lo expulsó de la Regencia y del ejército, embargó todas sus propiedades. El gran duque y su esposa –que no podía titularse gran duquesa– se convirtieron en unos proscritos, viviendo en hoteles por Francia y Suiza, hasta que se instalaron en Inglaterra en una casa de campo. Vivían modestamente debido al embargo de la fortuna de Miguel, pero se habrían considerado felices si les hubiesen dejado así el resto de su vida, lejos de las intrigas y violencias de la monarquía zarista.

Sin embargo, un fátum trágico intervino antes de que llevaran dos años casados: en agosto de 1914 estalló la Gran Guerra y Miguel sintió que el honor le llamaba a luchar por su país. Solicitó permiso a su hermano el zar, que ante la fuerza de las circunstancias le permitió regresar a Rusia con su esposa y su hijo. El gran duque fue ascendido a general y tomó el mando primero de la famosa División Salvaje, luego de todo un cuerpo de caballería cosaca y caucasiana.

La corona y la muerte.

El ejército ruso era un gigante con pies de barro, pero Miguel se las arregló para obtener algunos éxitos en la campaña de los Cárpatos. Resultados aparte, el gran duque demostró ser un buen jefe que lograba la adhesión de los hombres a sus órdenes, en contraste con el triste papel que desempeñaría el zar Nicolás II cuando tomó el mando supremo en el frente.

La popularidad de Miguel iba en aumento mientras que Nicolás II, totalmente entregado al capricho de su reaccionaria esposa –que la opinión pública llamaba con desprecio la alemana– y del siniestro monje Rasputín, se iba hundiendo en el abismo. La prensa americana calificaba a Miguel de “sencillo y democrático”, el cónsul británico informaba de que “sería un excelente monarca constitucional”, y el jefe del ejército, general Brusilov, lo consideraba “un hombre de fiar y absolutamente honorable... como soldado, un excelente jefe”.

Miguel no intentó conspirar contra su cada vez más impopular hermano, al contrario, le advirtió repetidamente que alejara a Rasputín, que no le hiciera caso a la cavernícola zarina y que tomara medidas reformistas, pero Nicolás II no atendió a Miguel, hasta que finalmente estalló la revolución el 23 de febrero de 1917.

Todavía no era la revolución bolchevique, sino la liberal, y Nicolás II pensó que aún se podía salvar la monarquía si abdicaba. A las 3 de la tarde del 15 de marzo lo hizo en su hijo de 13 años, el zarevich Alexei, pero por una vez atendió a los consejeros sensatos, que veían inviable un zar niño y hemofílico cuando hacía falta alguien con mucho carácter para salvar la monarquía. Entonces, 20 minutos antes de la medianoche, realizó una nueva abdicación en favor de su hermano el gran duque Miguel.

Esa madrugada se produjo en las unidades militares y las ciudades la proclamación del nuevo “emperador Miguel II”, al que nadie había consultado ni advertido de la decisión. Cuando por la mañana se despertó, ignorante, tenía esperando al presidente de la Duma (Parlamento) y a varios ministros del Gobierno provisional, incluido Kerenski, que le comunicaron que era el nuevo zar.

Estuvieron reunidos todo el día estudiando la situación, que Miguel no veía clara. Exigía para aceptar el trono que una asamblea constituyente elegida democráticamente le designase zar, y a última hora hizo una declaración escrita afirmando que no aceptaría la corona más que cuando se lo solicitara la asamblea constituyente. Había sido zar de derecho menos de 24 horas y dejaba el poder expresamente en manos del Gobierno provisional revolucionario.

Nunca se lo devolverían, pues la dinámica histórica iba por otro lado, por el contrario. A partir del verano de 1917 fue mantenido en distintos grados de privación de libertad, primero por el Gobierno burgués de Kerensky, luego por los comunistas, que en marzo de 1918 lo deportaron a la lejana Perm, en los Urales.

Allí, el 13 junio de 1918, poco más de un mes antes del asesinato de Nicolás II y toda su familia en Ekaterimburgo, Miguel II, por haber sido zar de un día, fue asesinado por los bolcheviques y su cuerpo, enterrado en un bosque.

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