Un mito milenario y vivo

22 / 12 / 2015 Luis Reyes
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Alejandría, año 55 A.C. Cleopatra sube al trono con 14 años

Cleopatra surge de la alfombra ante Julio César en la visión decimonónica de Gerome.

Blaise Pascal era un genio matemático y un sabio pensador en varias disciplinas, pero tuvo la mala idea de escribir en sus Pensamientos que “si la nariz de Cleopatra hubiera sido más corta, toda la faz de la Tierra habría cambiado”. No se lo iban a perdonar en el siglo XX, desde la Escuela de los Anales francesa a los historiadores marxistas ridiculizaron a Pascal, convirtiendo el tópico de “la nariz de Cleopatra” en el paradigma de Historia vetusta, poco científica, que solo se fijaba en los protagonistas del poder e ignoraba los factores sociales y económicos.

No vamos a entrar en la polémica de Historia social frente a prosopografía, pero lo cierto es que, hubiera cambiado o no el curso de los acontecimientos históricos, la figura de Cleopatra ha tenido un efecto magnético en nuestra cultura que dura ya 2.000 años. A lo largo de los siglos pintores, escultores, escritores y músicos se han inspirado en la reina egipcia, convirtiéndola en un personaje de culto. Cleopatra ha sido protagonista de 200 obras de teatro, diez óperas y 40 películas, firmadas por genios como Shakespeare, Händel o Georges Meliés, el pionero del cine. Ahora mismo la mayor sala de exposiciones de Madrid exhibe una dedicada al mito de Cleopatra donde se ven desde bajorrelieves egipcios al vestuario que lucía Elizabeth Taylor en Cleopatra, la película de Manckiewiz que en su día fue la más cara que jamás había filmado Hollywood (ver Historias de la Historia, “La muerte de Cleopatra”, en el número 1.500 de TIEMPO).

Son muchos los elementos que han contribuido a este protagonismo de 21 siglos. Empezando por los más objetivos, resulta que Cleopatra fue broche final de toda una era histórica importantísima, la de la civilización egipcia, la más grandiosa de la Antigüedad y también la más longeva, pues duró 3.000 años. Después de Cleopatra Egipto se convirtió en una provincia romana, ella fue su última soberana, el último faraón en una interminable lista de cientos de nombres a lo largo de 33 dinastías.

También fue Cleopatra punto terminal de otra brillante edad, la helenística, el mundo globalizado y multicultural que había creado Alejandro Magno llevando la civilización griega hasta los confines de la India. Cleopatra fue no solo el último faraón, sino el último diadoco, como se llamó a los sucesores de Alejandro que se repartieron su imperio, implantando dinastías griegas por Oriente. Absorbidos poco a poco los reinos helenísticos por un nuevo imperio, el romano, fue Egipto el más duradero, tres siglos, 19 faraones griegos desde que a Alejandro Magno le impusieran la corona de los dos reinos en Menfis, en el año 332 antes de Cristo.

Comparados con los 3.000 años de Egipto, 300 años no parecen mucho, pero la impronta del helenismo en Egipto fue magnífica. Su materialización fue la ciudad de Alejandría, la más importante de las 20 Alejandrías fundadas por Alejandro Magno, famosa sobre todo por su Biblioteca, la más importante institución cultural de la Antigüedad y modelo para nuestra civilización hasta el presente.

Superviviente. Otro aspecto fascinante de Cleopatra es su fibra política, cómo, desde la posición de inferioridad que soportaba la mujer en aquellos tiempos, supo maniobrar en la cueva de escorpiones que era la corte egipcia de los últimos Lágidas. No solo sobrevivió, sino que dominó la escena política de Egipto. Su condición femenina le obligaba a compartir la corona con un varón, y en el trono de los faraones se sentaron con ella nada menos que cuatro cosoberanos, ninguno de los cuales ha merecido mucha atención de la Historia, mientras que ella se convertía en una estrella de su tiempo y de los siglos venideros.

El primer cofaraón con Cleopatra fue su propio padre, Ptolomeo XII Auletes, que había entregado Egipto a los romanos para poder reinar, y que la asoció al trono cuando ella tenía solo 14 años. Tras la muerte de Auletes, Cleopatra, de 18 años, se casó con su hermano Ptolomeo XIII, de 10, pero tardaron poco en pelear por el poder.

Cleopatra tuvo que huir de Alejandría para salvar la vida, pero no se conformó con el exilio. Cuando Julio César llegó a Egipto, Cleopatra acudió a él de forma rocambolesca, escondida dentro de una alfombra enrollada que llevaron a la habitación de César. Una entrada en escena semejante auguraba un soberbio melodrama entre el amo del mundo y la seductora reina del Nilo: César y Cleopatra formaron una de las grandes parejas de la Historia, ella obtuvo de él la victoria sobre su hermano y, lo que era más difícil, que Roma no se anexionara Egipto, conservar la doble corona sobre su cabeza. A cambio le dio un hijo, Cesarión. La llegada de Cleopatra a Roma dejaría boquiabiertos a los romanos, tan deslumbrante era la faraona, y así se convirtió en un mito mundial. Por cierto, en ese viaje la acompañaba su nuevo marido y cofaraón, su hermano más pequeño, un niño de 13 años llamado, como todos los Lágidas, Ptolomeo XIV.

Cleopatra vivió en Roma hasta el asesinato de César, cuando el ambiente se tornó amenazador. Regresó a Egipto, envenenó a su hermano-esposo y nombró cofaraón a su hijo Cesarión, llamado, cómo no, Ptolomeo XV. Estaba por tanto soltera de nuevo cuando apareció en escena Marco Antonio, miembro del triunvirato que tomó el poder después de César, a quien había correspondido gobernar Oriente. A diferencia de César, que era lo que en la época se consideraba un anciano cuando Cleopatra se metió en su cama, Antonio era un hombre joven y hermoso, de modo que por encima de los intereses políticos se produjo una mutua seducción entre él y Cleopatra.

Había un pequeño problema, Antonio estaba casado con la hermana de Octavio, que acumulaba poder en Roma para convertirse en el primer emperador. Cuando Antonio repudió a su legítima esposa para casarse con Cleopatra, la hostilidad familiar se sumó a la disputa por el poder entre los dos triunviros. Cleopatra había logrado, a la tercera, casarse por amor, pero también un enemigo que acabaría con ella y con el Egipto de los faraones.

Por si todo lo relatado no bastase para hacer de Cleopatra uno de los personajes más fascinantes de la Historia, ella le puso un final que parece el delirio de un libretista de ópera trágica. Cuando Octavio derrotó a Antonio y este se suicidó al estilo romano, clavándose su espada, Cleopatra se hizo traer un áspid, pequeña víbora muy venenosa, y le ofreció su seno desnudo.

¡Qué escena para los pintores!

Grupo Zeta Nexica