Un misterio sin resolver: la "espantá" de Suárez

27 / 03 / 2006 0:00
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Nadie tiene la clave cierta de por qué dimitió Adolfo Suárez hace ahora un cuarto de siglo. El protagonista, por desgracia, ya no lo recuerda. Es un misterio de la Historia reciente. Según Leopoldo Calvo Sotelo, el sucesor, Suárez dimitió "porque se sabía `calado´ por sus barones".

23/01/06

La programación de Televisión Española, la única que existía entonces, se interrumpió a las 19.40 de aquel 29 de enero de 1981; en la pantalla apareció un rótulo: “Declaración del presidente del Gobierno”.

En los cuartos de estar de todo el país los padres mandaron callar a los hijos. Los españoles estaban acostumbrados a los sobresaltos en aquella época. Desde el atentado de Carrero Blanco en 1973, periódicamente los medios informativos daban noticias de ésas que cambian la Historia de un país.

La culminación de tales estremecimientos mediáticos sería la transmisión en directo por la radio del asalto al Congreso de Tejero, luego visto por la tele. Faltaba muy poco para ello, menos de un mes. En realidad, la dimisión de Suárez podría considerarse el prólogo del golpe de Estado del 23-F, aunque posiblemente fuera un intento de impedir precisamente el golpe militar. Hay que decir posiblemente porque, al día de hoy, nadie conoce segura y completamente las razones que llevaron a aquella Declaración del presidente del Gobierno.

El único que las sabía, el propio Adolfo Suárez, las ha olvidado, pues como en una tragedia griega parece que los dioses le hayan castigado nublando su memoria. Una venganza divina contra quien se atrevió a cambiar los designios del Olimpo, como hicieron también a aquel benefactor de la Humanidad, Prometeo, que entregó a los hombres el secreto del fuego.

El misterio de la dimisión de Suárez aquel 29 de enero sólo es comparable a la sorpresa que causó. Todo lo demás era más o menos esperable, desde la muerte de Franco –el acontecimiento más esperado de nuestra Historia– hasta el golpe militar, tantas veces anunciado por el “ruido de sables”, por no hablar de otros grandes acontecimientos de la transición: elecciones, referendos, la legalización del Partido Comunista, la Constitución o los intentos terroristas de frenar todo ello, desde la matanza fascista de Atocha hasta el centenar de asesinatos anuales de ETA, la inestimable contribución de los nacionalistas vascos a la democracia.

Incluso la sorpresa que dio el Rey cuando, al amparo de las vacaciones veraniegas del 76, nombró presidente de Gobierno a un casi desconocido Adolfo Suárez, era asimilable; entraba dentro de lo normal que el Jefe del Estado ejerciera su prerrogativa y nombrase primer ministro a quien le pareciese bien.

Pero cuando el elegido, tras lograr el milagro político de la transición, tras convertir un régimen dictatorial en una democracia, dijo en el cuarto de estar de todos los hogares españoles: “presento, irrevocablemente, mi dimisión como presidente del Gobierno”, un sentimiento de estupor inundó al país.

EXPLICACIONES

“Suárez nos dijo que ya no tenía más conejos que sacar de la chistera, y que ni siquiera tenía chistera ni conejos”. Rodolfo Martín Villa, colaborador cercano, explicaría con esta boutade la dimisión de Suárez.

Curiosamente, el propio Martín Villa y otro peso pesado de UCD, Landelino Lavilla, habían llegado poco antes a la conclusión de que había que “quitarle la chistera” a Adolfo Suárez. Creían que se había desgastado demasiado y ya no era el hombre capaz de ganar las siguientes elecciones. Era inminente la celebración del congreso de UCD, y aunque pensaban que allí no sería adecuado plantear la substitución de Suárez, habían preparado una maniobra. Querían que el congreso dejara en manos del Consejo Político de UCD –que ellos controlarían– la posibilidad de cesar al presidente si las circunstancias lo aconsejaban. El previsible fracaso de UCD en las elecciones gallegas de mayo podría ser el momento.

Ante la sinuosa ofensiva de quienes encabezaban los dos sectores más potentes de UCD, Suárez intentó sacar un último conejo de la chistera: convocar elecciones anticipadas antes de que tuvieran tiempo de substituirle. Pero su mano no encontró al conejo en el fondo del sombrero; parece que el Rey se opuso a disolver las Cortes como le pedía.

Esta tensión con los barones del partido de aluvión que era UCD sería la explicación de su dimisión según Calvo Sotelo, su sucesor en la Presidencia.

“CALADO”

“Suárez dimitió porque ya no era capaz de seguir inventando el futuro… Pero sobre todo porque se sabía calado por sus barones –diría Calvo Sotelo, que en vez de una boutade hacía una cita de Eugenio D’Ors para explicar la situación–. Los barones le han tomado la medida a Suárez; Suárez sabe que los barones le han tomado la medida; los barones saben que Suárez sabe que ellos le han tomado la medida; Suárez sabe que los barones saben que él sabe que le han calado”.

El partido centrista creado por Suárez parecía, en efecto, Los hijos del Rey Lear, con casi todo el mundo dispuesto a arruinar al padre-patrón. Con la misma temeridad con que el Rey Lear de Shakespeare repartía fortuna y poder entre sus desleales hijos, Adolfo Suárez había situado en altos puestos de UCD a quienes iban a apuñalarle por la espalda.

Miguel Herrero de Miñón, que sostenía que “participé en la decepción general cuando nos enteramos de la designación de Suárez como presidente del Gobierno”, había sido designado jefe del grupo parlamentario centrista en el Congreso. Se supone que quien encabeza el grupo parlamentario del gobierno debe ser un firme escudo del presidente de turno frente a cualquier ataque de la oposición, pero Herrero lo que hacía, respaldado por Óscar Alzaga, era sabotear la política de su jefe en las Cortes.

Con no poca desfachatez, Herrero diría: “Faltó siempre en UCD una autoridad suficientemente segura de sí misma y prestigiosa”. Evidente; si no hubiese faltado, Suárez habría echado a Herrero antes de que fuera demasiado tarde.

Parecía que a Suárez le hiciera gracia o le estimulase meter enemigos dentro de casa. A Ricardo de la Cierva, que había recibido su nombramiento con un artículo en El País titulado “Qué error, qué inmenso error”, le hizo ministro.

De la Cierva le mandaba un par de cartas semanales con el encabezamiento “Mi querido y respetado Presidente”, en las que le contaba “historias de batallas de amor y campos de pluma”, según el eufemismo empleado por Calvo Sotelo.

Esos cotilleos sobre la vida sexual de la clase política, contados, siempre según Calvo Sotelo, con “medido suspense, buen humor y mejor estilo literario”, divirtieron tanto a Suárez que incorporó al chismoso a su gobierno. Aparte de los problemas internos con su partido, hubo otros factores externos que, si no determinantes por sí solos, sumados todos ejercieron una presión sobre Adolfo Suárez que podía resultar intolerable.

Los poderes fácticos estaban decididos a acabar con aquel modesto abogado de Cebreros que había cambiado la Historia de España. Los generales intentaban presionar al Rey para que le echase. Los obispos le condenaban por su intención de legalizar el divorcio. Los terroristas de ETA saboteaban la democracia con un centenar de asesinatos en un año. Washington le apuntaba en la lista negra porque había recibido oficialmente a Arafat. La inflación estaba disparada. Una huelga de controladores aéreos, no se sabe si espontánea o manejada, había obligado a aplazar el congreso de UCD y puesto en evidencia la falta de control del Gobierno sobre la situación del país; para algunos analistas era una maniobra de desestabilización comparable a la huelga de transportes que le montaron a Allende en Chile, prolegómeno del golpe de Pinochet...

PODERES FÁCTICOS

En su discurso de despedida, que duró 12 minutos, Suárez dijo: “no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la Historia de España”, lo que se interpretó como una referencia al golpe militar. Sin embargo, los que han conocido a Suárez no creen que fuera capaz de desertar de su puesto ante el peligro –“No me voy por temor”, aseguró en su discurso–, aunque es posible que creyese que, si se retiraba, quizá se desactivara la amenaza golpista. Otra de las razones que, de forma segura, pesó en la decisión de Suárez, fue la guerra sin cuartel, sin respeto por las normas, que le estaba haciendo la oposición socialista. Era “el ataque irracionalmente sistemático, la permanente descalificación de las personas”, que mencionó también en su intervención televisada.

En esa línea y sin piedad para el enemigo que se retira, Felipe González no intentó dar una explicación a la dimisión del presidente, se limitó a calificarla de forma afrentosa: “Adolfo Suárez ha dado la espantá”, dijo con desdén. No queriendo reconocer la grandeza trágica de la renuncia al poder de Suárez, “espantá” era, en un sevillano como González, una referencia a los ataques de pánico que le daban al torero El Gallo.

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