Toque a degüello en El Álamo

08 / 05 / 2006 0:00 Luis Reyes
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El Álamo es el acta fundacional del expansionismo americano. Fue una derrota que EE UU convertiría en gesta gloriosa, el principio del imperio.

Una batallita, unos pocos miles de combatientes, unos cientos de muertos. Nada, desde el punto de vista de Europa. Napoleón había perdido hacía poco 250.000 hombres solamente en la retirada de Rusia, 300.000 en la guerra de guerrillas de España; y la Guerra de los Treinta Años provocó en Alemania secuelas equiparables a un ataque nuclear, según la moderna historiografía.

En El Álamo murieron sus 187 defensores, pero eran americanos. La Historia, la propaganda y los medios de Estados Unidos se han encargado de convertirlos en grandes protagonistas de la épica militar. Lo cierto es que seis semanas después de que cayera El Álamo, en la batalla de San Jacinto, los americanos habían acuñado ya un eslogan, Remember The Alamo (Recordad El Álamo) que les empujó hacia la victoria.Y hasta hace poco, en el aniversario del 6 de marzo, las escuelas de Tejas reconstruían la batalla, haciendo que los niños hispanos interpretaran el papel de los malos, los mexicanos, año tras año derrotados por los rubios escolares anglosajones.

Colonos

Tejas estaba en la periferia del inmenso virreinato de Nueva España, que tras la independencia de la Corona española se convertiría en México. Era un territorio enorme, apartado de los centros de poder, casi despoblado y fronterizo con EE UU. Reunía todas las condiciones para inspirar la doctrina estadounidense del Destino Manifiesto, la dominación yanqui de toda América del Norte.

En 1820 comenzaron a llegar a Tejas numerosos colonos procedentes de Estados Unidos. En 1830 México cerró su frontera pero ya era demasiado tarde; la población anglosajona superaba a la hispánica en cuatro a uno. Los colonos, que se autodenominaban “texans”, se declararon en rebeldía contra el Estado mexicano en noviembre de 1835. Formaron un gobierno provisional bajo la jefatura de Sam Houston, un antiguo gobernador del Estado norteamericano de Tennessee, y ocuparon la capital del territorio, San Antonio de Béjar.

El presidente de México, el general Antonio López de Santa Anna, acudió a sofocar la rebelión con un pequeño ejército de 4.000 hombres. Mientras Houston retrocedía intentando reunir tropas, un par de centenares de rebeldes se atrincheraron en El Álamo, una misión a las afueras de San Antonio, para retrasar el avance mexicano. Santa Anna llegó ante El Álamo el 23 de febrero de 1836. Para él, lo que tenía enfrente no era un ejército regular con quien se observasen las reglas de la guerra, sino un grupo de sediciosos a los que tenía derecho a ejecutar. Si no se rendían, les advirtió, entraría a degüello.

Durante varios días el asedio consistió más que nada en una guerra psicológica en la que los mexicanos alternaban los bombardeos con estridentes toques de corneta. Eran el toque a degüello, la señal de un ataque que nunca empezaba, que pretendía romper los nervios de los defensores.

Por fin, al amanecer del 6 de marzo, ha- ce ahora 170 años justos, Santa Anna lanzó un asalto frontal. Suponía encajar muchas bajas, dada la buena puntería de los sitiados, pero resolvió la batalla en pocos minutos. Los asaltantes, unos 1.800, hicieron una brecha en el muro, entraron en la misión y cumplieron su amenaza. No hubo prisioneros, pasaron a cuchillo a los 187 defensores, incluidos los heridos.

Revancha

Esta crueldad propia de una guerra civil –como la consideraba Santa Anna– tuvo mayor repercusión porque entre los muertos había personalidades célebres para los norteamericanos. En El Álamo estaba Davy Crockett, famoso luchador contra los indios, político muy popular, miembro del Congreso de Washington, protagonista de baladas y leyendas. Otro personaje del folclore de la frontera en El Álamo era Jim Bowie, antiguo tratante de esclavos y célebre luchador a cuchillo, que había huido a Tejas tras matar a un hombre en duelo.

La revancha tardaría poco. Un mes y medio después, con las fuerzas mexicanas diseminadas y faltas de suministros, Santa Anna fue derrotado en el río San Jacinto por Sam Houston. Fue poco más de una escaramuza, alrededor de un millar de combatientes por cada lado, pero supuso la pérdida de Tejas. Faltando también a las reglas de la guerra, Houston le puso una pistola en la sien al presidente mexicano para que otorgara la independencia.

Duraría poco, sólo diez años hasta que Tejas se incorporó a Estados Unidos. El mismo plazo en que la poderosa nueva nación dio su segundo envite en pos del Destino Manifiesto: arrebatarle a México California, Arizona y Nuevo México.

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