¿Quién bombardea?

04 / 09 / 2017 Luis Reyes
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Berlín, 25 de agosto de 1940. La aviación británica ataca la capital del Reich como respuesta al bombardeo de la Luftwaffe sobre Londres.

Los alemanes no lograron ni siquiera localizar un avión inglés con sus reflectores antiaéreos. Foto: Getty Images

Von Ribbentrop: “Los ingleses están en la últimas”. Molotov: “¿Entonces por qué estamos en este refugio? ¿Quién nos está bombardeando?”.

La reunión nocturna entre los ministros de Exteriores de Hitler y Stalin se había interrumpido a las 0.20 horas del 25 de agosto de 1940. Faltaban diez meses para que Alemania invadiese Rusia a traición, rompiendo la alianza llamada precisamente Pacto Molotov-Ribbentrop, pero mientras tanto Hitler quería que los soviéticos, que le surtían de materias primas, estuviesen confiados y satisfechos por su alianza con el vencedor.

Joachim von Ribbentrop era el hombre ideal para eso, al fin y al cabo era un comerciante de vinos que “vende el champán alemán al mismo precio que otros venden el champán francés”, como le dijeron a Hitler cuando se lo presentaron. El Führer lo puso al frente de la diplomacia nazi porque sabía idiomas, había viajado y tenía eso que los esnobs llaman “mundo”. En realidad era un caradura, se había apropiado del “Von” del apellido de una tía lejana para aparentar nobleza de cuna, y cuando estuvo de embajador en Londres se acostó regularmente con la amante del rey Eduardo VIII, ese que abdicó por el amor a la mujer que le ponía los cuernos.

Pero toda la labia de Ribbentrop se estrellaba contra la pregunta de Molotov: “¿Quién nos está bombardeando?”. Realmente el ministro nazi no podía explicar lo que estaba pasando porque ni él mismo lo comprendía. La Luftwaffe era la dueña de los cielos de Europa, eso no era propaganda, era una realidad palpable. Sus demoledores ataques aéreos habían aterrorizado a Francia, Bélgica y Holanda, que se rindieron sin casi combatir. Ahora estaba bombardeando a placer a Inglaterra desde hacía un mes y medio, los ingleses bastante tenían con intentar defenderse, y Göring había asegurado que si a la RAF se le ocurriera atacar Berlín, nunca traspasaría el formidable círculo de defensa antiaérea de la capital del Reich.

Y sin embargo aquí estaban, 70 bombarderos británicos lo habían burlado precisamente el día de llegada de Molotov. “La concentración de fuego antiaéreo era la mayor que he visto jamás, un espectáculo terrible y magnífico –radió desde Berlín el corresponsal de la cadena CBS, el veterano periodista estadounidense William Shirer– Y era extrañamente inútil, ni un solo avión fue derribado, ni siquiera fue localizado por los reflectores que danzaban frenéticamente de un lado a otro de los cielos, a través de la noche”.

Efectivamente, ningún aparato británico fue derribado, aunque las bombas que lanzaron sobre el aeropuerto de Tempelhoff y la fábrica Siemens tampoco causaron ninguna víctima. En un conflicto como la Segunda Guerra Mundial, preñado de masacres, fue una insólita batalla incruenta.

La razón de ello era que los aparatos ingleses volaban muy alto. Eso hacía inútil la artillería antiaérea, pero impedía tener precisión en el bombardeo, aunque esto no les preocupaba a los ingleses. No iban a Berlín a provocar daños, sino a desafiar a los alemanes; lo que se estaba librando allí no era un combate bélico, era política de hondo calado, una jugada maestra de Winston Churchill para conjurar el peligro de invasión nazi de Inglaterra.

El Blitz

La Luftwaffe había comenzado el ataque a Gran Bretaña en julio con un designio: asegurar la total supremacía aérea alemana en el cielo inglés, requisito indispensable que ponía la Kriegsmarine para realizar la invasión de la isla. Sus objetivos eran derribar el mayor número posible de cazas británicos y destruir los aeródromos, puestos de mando e infraestructuras de la RAF, así como las industrias que permitían fabricar aviones a los ingleses. En esa primera fase, según los alemanes, no se pretendía atacar las ciudades, pero el 24 de agosto se produjo el bombardeo del centro de Londres. Siempre según la propaganda nazi, había sido un error y se pidieron disculpas, pero Churchill ordenó una acción de represalia inmediata. La RAF envió a sus bombarderos contra Berlín.

La revancha inglesa enfureció a Hitler, lo que era su propósito. “Por cada 3.000 o 4.000 kilos de bombas que arrojen los aviones británicos, nosotros haremos caer 300.000 o 400.000 kilos –dijo en un exaltado discurso el 4 de septiembre–. Si atacan nuestras ciudades, nosotros destruiremos las suyas”, prometió el Führer. Y efectivamente hubo un cambio de estrategia, a partir del 7 de septiembre comenzó lo que llamaron el Blitz (Relámpago, en alemán), el ataque sistemático sobre Londres, bombardeado durante 57 noches seguidas, pasando una guadaña que se llevaría 43.000 muertos civiles.

Era una nueva e infame forma de guerra que ya se había ensayado en la Guerra Civil española, pero ahora llevada a su máximo voltaje, el ataque a la población no combatiente, a objetivos sin ninguna relevancia militar, a monumentos históricos y barrios residenciales. Los alemanes mantendrían esa estrategia hasta casi el final, mandando “bombas volantes” V-1 y V-2 cuando ya no tenían aviones. Los aliados también la utilizarían según iba cambiando la relación de fuerzas a su favor, con famosas destrucciones de ciudades como Dresde.

Pero en 1940 los únicos que podían poner en marcha ese plan infernal eran los alemanes. Hitler pensaba que los ingleses se vendrían abajo ante tanta matanza y destrucción, pero “Londres puede soportarlo”, como Humphrey Jennings tituló desafiante un documental muy popular que rodó esos días.

En realidad, los ataques a Londres “nos dieron un respiro que nos vino muy bien”, como reconoció crudamente Churchill. Al cambiar la Luftwaffe de objetivo, la RAF, que estaba a punto de ser aniquilada, pudo rehacerse, y los alemanes tuvieron que abandonar los planes de invadir Inglaterra. El sacrificio de Londres salvó a Inglaterra, o dicho de otra manera, el bombardeo simbólico de Berlín aquella noche en que Molotov se vio encerrado en un sótano, decidió que Hitler no ganase la Segunda Guerra Mundial en 1940.

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