Prisión para reyes

18 / 10 / 2016 Luis Reyes
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Londres, 14 de octubre de 1586. María Estuardo es encarcelada en la Torre de Londres

No hay en el mundo lugar donde hayan encerrado a tantas testas coronadas como la Torre de Londres. Diez reyes y reinas de Inglaterra, Escocia, Francia e incluso Nápoles, han sufrido prisión en el castillo de Londres, aunque con suertes varias. Unos vivían como invitados de alcurnia, pero la mayoría terminaron  ejecutados o asesinados.

La Torre ganó así una siniestra fama, y sin embargo nunca ha sido una prisión. Su auténtica naturaleza desde que se levantara en 1078 es la de castillo real, y como tal ha cumplido con todas las funciones que tenían los castillos medievales: bastión defensivo, residencia, armería y por supuesto cárcel, pues no se concibe un castillo sin mazmorras.

La Torre fue construida por Guillermo el Conquistador para dominar Londres, pues acababa de conquistar Inglaterra y establecer el dominio feudal de los caballeros normandos. No es una rareza, hasta el asalto de la Bastilla las fortalezas en los núcleos urbanos servían para asegurar el control sobre la población.

La Torre cumple también una función de Estado muy importante en una monarquía tan apegada a símbolos y tradiciones como la británica, es el depósito de la regalía, las insignias de la realeza. Hoy las joyas de la Corona son un reclamo más del parque temático turístico en que se ha convertido la Torre de Londres, pero antaño la Torre encerró el pálpito de la historia de Inglaterra. O quizá habría que decir que aquí se detuvo muchas veces ese pálpito, según caía la espada del verdugo o un rey niño era sofocado con un almohadón hasta morir, como nos cuenta Shakespeare en Ricardo III.

El primer rey preso de la Torre fue un prisionero de guerra, David II de Escocia. Hasta el XVII los monarcas iban a la guerra y podían morir o ser capturados. Entonces les trataban como huéspedes de lujo, y así fue con el rey escocés que invadió Inglaterra en 1346 y estuvo cautivo 11 años. Sin embargo, pasó poco en la Torre, enseguida fue instalado en el castillo de Odiham donde mantuvo una pequeña corte.

Caso similar fue el del rey de Francia Juan II, capturado durante la Guerra de los Cien Años, que fue recibido en Londres con grandes festejos propios de un invitado de Estado. Con él iba su hijo Luis, que sería luego coronado rey de Nápoles. Con estos tres monarcas termina el aspecto amable de la Torre-prisión de reyes. Los siguientes tendrían un destino fatal.

Enrique VI, el último Lancaster, considerado santo por los ingleses, perdió el poder en la Guerra de las Dos Rosas. Encerrado en la Torre murió “de melancolía” según la versión oficial, aunque en realidad fue asesinado por orden de su sucesor, Eduardo IV. Como una especie de terrible justicia divina, el hijo de este, proclamado rey Eduardo V con 12 años, solo conservó la corona 83 días. Encarcelado en la Torre por su tío y sucesor Ricardo III, famoso por sus crímenes, fue asesinado junto a su hermano de 9 años, aunque técnicamente desaparecieron, sin que nadie viese sus cadáveres.

Si corto fue el reinado de Eduardo V, el de lady Jane Grey fue visto y no visto, por eso la llaman la Reina de los Nueve Días. Lady Jane era sobrina de Enrique VIII y al morir el único hijo varón de este, Eduardo VI, el regente Northumberland, que era suegro de lady Jane, dio un golpe de Estado y la proclamó reina de Inglaterra. Nueve días después, el Consejo Privado (el Gobierno), la depuso y proclamó reina a la heredera legítima, María Tudor, la hija mayor de Enrique VIII y Catalina de Aragón. Todos los implicados en el golpe de Northumberland fueron ejecutados, y lady Jane fue condenada a “ser quemada viva o decapitada en la Torre de Londres según la voluntad de la reina”. María Tudor optó por el castigo menos cruel y lady Jane fue decapitada el 12 de febrero de 1534, cuando solo tenía 16 años.

La enterraron en la capilla de la Torre, donde se reunió con otras dos desgraciadas reinas que recientemente habían corrido su misma suerte. Eran dos de las reinas consortes de Enrique VIII, Ana Bolena y Catalina Howard, víctimas no tanto de la confrontación política como de las pasiones de su marido, el rey Barba Azul que las acusó de adulterio, real o figurado.

La última

María Tudor también puso a recaudo en la Torre a su medio hermana Isabel, la candidata a reina de los protestantes, pero tras la muerte de María, Isabel I subió al trono, como único descendiente vivo de Enrique VIII. La conocerían como la Reina Virgen y con ella se extinguiría la dinastía Tudor. Pero antes de morir, Isabel también encerró en la Torre a otra reina: María Estuardo.

María Estuardo, reina de Escocia, tuvo una agitada vida (ver Historias de la Historia “La novia de Europa”, en el número 1.664 de TIEMPO). Huyendo de sus levantiscos súbditos cometió la torpeza de pedirle protección a su prima Isabel I.
 Para esta, María era un peligro, pues tenía derechos a la Corona inglesa y, como católica, la apoyaban los católicos ingleses. Para neutralizarla, la sometió a la más prolongada prisión que ha padecido un monarca en la Torre, 18 años, lo que la convertiría en una auténtica mártir del catolicismo y un mito romántico.

Don Juan de Austria proyectó invadir Inglaterra, asaltar la Torre, liberar a la reina y casarse con ella, como en los cuentos. Pero su prematura muerte frustró la caballeresca empresa. El final de María Estuardo no sería de cuento, sino de tragedia, puesto que tras ese largo confinamiento Isabel I decidió cortarle la cabeza, aunque esto no sucedió en la Torre, sino en el castillo de Fotheringhay, Northamptonshire. Allí subió al cadalso la reina escocesa con aire desafiante, vistiendo un llamativo vestido rojo.

María Estuardo sería la última persona real prisionera de la Torre. Después de ella hubo nobles y políticos presos en la Torre, aunque habría que esperar a la Segunda Guerra Mundial para que un personaje de notoriedad mundial pasara por sus celdas. Fue Rudolf Hess, el lugarteniente de Hitler, aunque solo permaneció cuatro días en la Torre de Londres. 

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