Muerte de una sufragista

17 / 06 / 2015 Luis Reyes
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Epson, 4 de junio de 1913. Emily Davison se arroja sobre el caballo del rey en las carreras de Derby.

La mujer pasó por debajo de la barrera que contenía a los espectadores y entró en la pista de carreras. Parecía saber lo que quería, había dejado pasar los primeros caballos pero se puso delante del antepenúltimo, e hizo ademán de cogerle las riendas. Llevaba algo en la mano, algo de tela. El animal la arrolló y cayeron en una impresionante melée caballo, jinete y espectadora.

El público lanzó un grito de espanto unánime, pero no había terminado la tragedia. El caballo logró ponerse en pie e inició una galopada despavorida. El jinete, inerte, se quedó enganchado a un estribo, y fue arrastrado como un guiñapo por Epson Downs, el más famoso campo de carreras del mundo. La gente se dio entonces cuenta de que el jockey vestía la camisola con los colores del rey. Lo que habían presenciado no era un accidente, ¡era un sabotaje!

La autora de aquella barbaridad se hallaba en muy mal estado, no solamente había sufrido un brutal choque con un caballo al galope tendido, además los cascos del equino la habían pisoteado causándole la fractura del cráneo y graves lesiones internas. La llevaron al hospital de Epson Cottage, pero pese a todos los esfuerzos de los médicos murió cuatro días más tarde. Su cortejo fúnebre por las calles de Londres, contemplado por multitudes, constituyó una gigantesca manifestación de correligionarias de la fallecida, que por millares acompañaban al féretro. Fue uno de los momentos cumbres del movimiento sufragista, la lucha por el voto femenino de unas mujeres que decidieron pasar a la acción, sacrificando si hacía falta su vida.

La mártir se llamaba Emily Davison y tenía 30 años. Había nacido en 1872 en Blackheath, un suburbio de Londres con tradición de rebeldía y bandolerismo, que en tiempos estuvo lleno de horcas donde se dejaban pudrir numerosos cadáveres de los levantiscos, para que sirvieran de ejemplo a los vecinos. Emily fue una estudiante tan brillante que logró una beca para el Royal Holloway College, universidad para mujeres hacía poco fundada por un filántropo. Estudió literatura y lenguas extranjeras, pero la muerte del padre dejó a la familia en situación precaria y tuvo que ponerse a trabajar, primero como gobernanta en una casa, luego como profesora. Así logró ahorrar para estudiar ciencias y lengua en el St Hugh’s College de Oxford, que también era femenino. Obtuvo las mejores notas, pero en aquella época Oxford no extendía títulos a las mujeres.

Las discriminaciones que sufría su sexo en aquella sociedad la empujaron hacia el movimiento sufragista, afiliándose a la Unión Social y Política de Mujeres (WSPU, en sus siglas en inglés) a los 24 años. El lema de las sufragistas era “Hechos, no palabras”, y practicaban un activismo violento que a veces rozaba el terrorismo. La Davison se convirtió enseguida en una militante destacada, dedicada exclusivamente a la lucha desde 1908. Apedreó edificios oficiales, provocó incendios, y llegó a atacar violentamente a un hombre al que confundió con el famoso político Lloyd George.

Famosa por audaz. Cuando se confeccionó el censo de 1911 se escondió en una alacena de la capilla del Parlamento, pasando allí precisamente la noche que era referencia para fijar el domicilio. Al día siguiente pudo declarar legalmente que su domicilio era “la Cámara de los Comunes”, el lugar donde se excluía a las mujeres. Estuvo encarcelada en nueve ocasiones y se declaró varias veces en huelga de hambre, sufriendo por ello force-fedding (alimentación forzosa) en 49 ocasiones.

Durante una de esas huelgas de hambre, cuando estaba encarcelada por incendiaria en la prisión de Holloway –una curiosa coincidencia de nombre con su primera universidad–, se arrojó por unas escaleras de hierro de 10 metros, produciéndose serias lesiones. Podía parecer un intento de suicidio, pero no lo era, sino una forma de llamar la atención del público sobre la situación de las sufragistas, aunque llevada a un límite suicida. En realidad parece un ensayo de lo que haría un año después, en el Derby.

El Derby de Epson, la prueba más prestigiosa del mundo hípico, atraía masas de público y gran cobertura de los medios de comunicación, hasta el punto de existir tres filmaciones distintas de lo que allí pasó, pese a que el cine estaba en sus balbuceos. Parece que poco antes, en un parque junto a la casa de la madre de Emily Davison, un grupo de sufragistas se había entrenado en detener caballos. El plan de Davison era coger por las riendas en plena carrera a Anmer, el caballo propiedad del rey, y atarle una banda de tela con el lema “Voto para las mujeres”, para que entrase en la meta mostrando la consigna sufragista.

La Davison no pretendía suicidarse, como se ha especulado. Llevaba en su bolso un billete de ida y vuelta, y una entrada para un baile sufragista de aquella misma noche, y poco antes le había escrito a su hermana anunciándole que pasaría las vacaciones con ella. Lo que sucede es que en su radicalismo no le importaba jugarse la vida en una acción que, objetivamente, era suicida. Emily no iba sola, la acompañaba otra militante de armas tomar, Mary Richardson, que al año siguiente obtendría también atención mundial rajando la Venus del espejo de Velázquez (véase Historias de la Historia, “Atentado a la más bella”, en el número 1.643 de TIEMPO). También estuvo a punto de morir, pero no a los pies de los caballos, sino de la multitud, que al darse cuenta de que participaba en la acción de Davison intentó lincharla. A los ingleses no les gusta que interrumpan las carreras...

Emily Davison se convirtió en una mártir del movimiento, y sin duda su acción contribuyó a sensibilizar a una opinión pública cada vez más proclive al voto femenino –se conseguiría cinco años más tarde, en 1918–. Anmer, el caballo de Jorge V, no tuvo un brillante currículo, solo ganó una carrera menor. El jockey Herbert Jones, de forma milagrosa, salió indemne de cuerpo, aunque no de espíritu, pues decía estar “obsesionado por la cara de esa pobre mujer”. Se convirtió en simpatizante del sufragismo y 25 años más tarde, en el entierro de la fundadora del movimiento, Emmeline Pankhurst, llevó una corona que decía “Para honrar a Mrs Pankhurst y a Miss Emily Davison”. 

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