Muerte de un bandolero andaluz

04 / 09 / 2012 13:07 Luis Reyes
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Villaverde del Guadalimar, Albacete, 31 de agosto de 1907 · La Guardia Civil mata al Pernales, bandolero de leyenda, y a su compañero el Niño de Arahal.

Fue seguramente el último de su especie, la del bandolero caballista que los escritores franceses del XIX convirtieron en un tópico español, el bandido de leyenda, héroe popular cantado en romances, protagonista de cientos de historias reales o, las más de las veces, inventadas, poseedor del don de la ubicuidad porque su fama le hizo tener émulos que afirmaban ser el Pernales en sus atracos, un ser inmortal que después de muerto y exhibido seguía siendo visto por muchos en la sierra...

Ejemplos felices.

Francisco Ríos González había nacido en el pueblo sevillano de Estepa en 1879, uno más de la legión de desheredados que poblaban el campo andaluz en aquellos tiempos, seres de vida tan miserable y sometida a explotación que constituían un vivero para el anarquismo y el bandidaje, según su desesperación los empujara a la rebelión colectiva o individual.

Desde los 10 años tuvo que trabajar de lo que podía un niño, de cabrero; no fue a la escuela, era analfabeto, pero su padre le enseñó a robar para mejorar su triste condición. Eran simples robaperas, ladronzuelos de supervivencia, pero en una de sus fechorías el padre de Francisco se topó con la Guardia Civil y los guardias lo mataron.

La leyenda dice que Francisco se hizo bandolero para vengar a su padre, pero más bien fue una cuestión de cálculo. Si al final te va a matar la Guardia Civil, en vez de robar un hato de leña o un cabrito, más vale robar miles de pesetas y que le tengan miedo a uno.

La carrera de bandido resultaba bastante atractiva para un hombre joven y echao palante. Algunos habían podido disfrutar tranquilamente de sus latrocinios e incluso presumir de ellos. Allí mismo en Estepa estaban los ejemplos de famosos locales: Juan Caballero, el Lero, detenido, juzgado y absuelto por falta de pruebas, con el fruto de sus correrías había vivido holgadamente en el pueblo hasta los 80 años, e incluso se había permitido el lujo de contarlas en un libro de memorias que redactó el escritor José María Mena. O Joaquín Camargo, el Vivillo, muchas veces detenido y otras tantas liberado porque nadie testificaba contra él, que después de bandolero se hizo picador en la cuadrilla de Morenito de Talavera y terminó emigrando a Argentina. No tendría tanta suerte el Pernales.

Antes de seguir hay que explicar este apodo, que aclara algunos hechos en perjuicio de la leyenda. Seguramente lo de Pernales viene de “pedernal” y hace alusión a la dureza del tal Francisco Ríos. Dureza no en el sentido de entereza de carácter, sino de dureza de corazón, de crueldad. Sus víctimas no fue a buscarlas a la sierra, sino que las encontró en su propia casa, pues parece que era un feroz maltratador de su mujer y sus hijas pequeñas, a las que sometió a tales brutalidades que le tuvieron que abandonar. Y si es cierto que no les robaba dinero a los pobres –porque no tenían-, las mujeres pobres no salían tan bien paradas de sus encuentros con él, pues resultó ser un violador.

Cantado en romances.

El Pernales formó una partida de media docena de bandidos con Antonio López, el Niño de la Gloria; Juan Muñoz, el Canuto; Antonio Sánchez, el Reverte; Pedro Ceballos, el Pepino; y Antonio Jiménez, el Niño de Arahal, con los que anduvo dando atracos por caminos y pueblos de Sierra Morena y la Serranía de Ronda. Entre las hazañas que se adjudican estuvo el asalto al gobernador civil de Córdoba, al que le pidió 1.000 pesetas, pues su modus operandi consistía en que pedía muy educadamente el dinero a sus víctimas. Otra peripecia seguramente apócrifa cuenta que una vez el propio Pernales fue atracado por un colega que se identificó como “el Pernales”.

Era un buen jinete, de joven había trabajado como cuidador de caballos, y se hizo con una buena montura, por lo que era difícil capturarlo, con lo que fue creándose una aureola heroica alrededor del Pernales. En 1907 las autoridades decidieron poner fin a esto, reunieron efectivos suficientes de la Guardia Civil y comenzaron a darle caza de forma sistemática. El acoso dio fruto: en mayo de 1907 su banda quedó desarticulada tras un encuentro con la Guardia Civil cerca de Alcolea, provincia de Córdoba.

No le quedó más cómplice que el Niño de Arahal, y en vista de lo mal que se les habían puesto las cosas decidieron emigrar. El Pernales citó a su amante, la Conchilla, que acababa de tener un hijo suyo, en Valencia, con la intención de embarcar allí, donde no le conocía nadie, rumbo a América. Y emprendió la retirada.

El último golpe que se atribuye al Pernales lo daría en Mancha Real, en la provincia de Jaén, de donde pasaría a la de Albacete –que ya limita con Valencia- a través de la Sierra de Alcaraz. Pero nunca llegaría al Mediterráneo, la Sierra de Alcaraz fue su tumba.

El 31 de agosto, los dos bandidos, que iban por tierras para ellos desconocidas, preguntaron a un leñador por su camino, como cuenta uno de los romances del Pernales:

“Se le acercan dos jinetes / preguntándole en seguida / por el camino más cerca / que a la sierra conducía. / El leñador muy amable / al camino les guió / dándole un cigarro puro / y cinco pesetas por el favor / diciéndole, soy Pernales / y hasta otro día, ¡quede con Dios! / Y de corazón infame / y de muy mala intención / marchó el leñador al pueblo / y al Pernales delató”.

El leñador era en realidad un antiguo guardia civil que trabajaba de guarda jurado y naturalmente dio aviso del avistamiento. El teniente de la Benemérita Juan Haro López, jefe de la línea de Alcaraz, salió con dos parejas de guardias y unos prácticos (buenos conocedores del terreno), montando un dispositivo que logró rodear a los dos caballistas cerca de Villaverde del Guadalimar. No tenían seguridad de que fuesen los bandidos, podía tratarse de dos cazadores, pero cuando les dieron el conocido grito de “¡Alto a la Guardia Civil!”, uno de ellos respondió: “¡A por ellos, Niño!”. No cabía duda de que era el Pernales.

Nace el mito.

El tiroteo fue rápido, en la primera descarga cayó el Pernales con dos balazos en las ingles que le seccionaron la femoral. El Niño de Arahal, que iba detrás del Pernales, pudo darse la vuelta y emprender la huida, para darse de cara con otros guardias. Cayó con un disparo en el corazón. Los cadáveres fueron expuestos esa tarde en la plaza de Villaverde del Guadalimar, y al día siguiente los llevaron a Alcaraz, depositándolos en el convento de Santo Domingo, donde se realizaría la autopsia, el reconocimiento y el entierro. El informe del teniente Haro, escrito con la sobriedad de un parte de la Guardia Civil, nos da una imagen del Pernales que no tiene nada que ver con la figura romántica del bandolero andaluz: “Aparenta ser de unos 28 años, de 1,49 metros de estatura, ancho de espaldas y pecho, algo rubio, quemado por el sol, con pecas, color pálido, ojos grandes y azules, pestañas despobladas y arqueadas hacia arriba”.

Sin embargo, por muy desmitificadora que fuese la realidad, la leyenda resistiría con éxito. Una de las personas que habían sido traídas a Alcaraz para identificar al Pernales, un pastor de Estepa, comenzó a decirle a todo el mundo que ninguno de los muertos era el bandido estepeño, y con la velocidad del fuego se extendió el rumor de que todo era un montaje del Gobierno, y que el auténtico Pernales seguía vivo en México.

Muerto el hombre nacía el mito.

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