Muere Rodolfo II, el emperador extravagante

18 / 02 / 2014 10:22 Luis Reyes
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Praga, 20 de enero de 1612 · Muere Rodolfo II, un emperador irresponsable que solo se ocupó del coleccionismo y la magia negra.

La corte de Felipe II era el lugar más importante del mundo en su tiempo, el puesto de mando desde el cual se regía un imperio donde no se ponía el Sol. Para las casas soberanas europeas era un privilegio que sus hijos se educaran en semejante centro de poder, por eso el emperador Maximiliano II de Austria mandó a formarse en Madrid a cuatro de sus hijos, incluido su heredero Rodolfo. Rodolfo vivió en España de los 11 a los 19 años, recibió grandes influencias y el castellano se convirtió en su lengua. Se achaca a su formación española su extremado catolicismo, que luego le llevaría a permanente conflicto con sus súbditos protestantes. Por desgracia la educación no puede con la naturaleza. Rodolfo pudo imitar la intolerancia doctrinal de su tío, pero no fue capaz de asimilar la legendaria capacidad de trabajo de Felipe II, ni su férreo sentido del deber al Estado, y mucho menos la capacidad política del que llamaban “el rey prudente”.

Hablando en plata, Rodolfo era un vago y un irresponsable que jamás se preocuparía por gobernar, un individuo de carácter débil, ensimismado, incapaz de relacionarse como ha de hacerlo un soberano. Solo fue capaz de absorber un rasgo positivo de la compleja personalidad de Felipe II, su amor al arte. Durante el reinado de este la corte española tenía gran brillo cultural, El Escorial guardaba una biblioteca que era, con la vaticana, la mejor del mundo, y en los distintos Reales Sitios se desplegaba la fabulosa colección de pintura que sería el núcleo fundacional del Museo del Prado.

Al joven Rodolfo le fascinaba sobre todo uno de los pintores favoritos de su tío, el Bosco, cuyas escenas oníricas y abigarradas parecían un violento contrapunto a la severidad del Escorial. No hay duda de que fue ahí donde se desarrolló la afición del futuro emperador por lo extravagante, lo surrealista, que le llevaría en el futuro a ser protector de Arcimboldo, el más famoso pintor manierista en su tiempo (ver recuadro), que vivió muchos años en su corte.

El destino que le había asignado la Historia no era sin embargo el de un simple príncipe mecenas, y en 1576 se convirtió en emperador. Desde el principio mostró una indolencia incompatible con su cargo, tardó seis años en reunir la Dieta imperial, y eso dejando la presidencia a su hermano. Abandonó la tarea de gobernar en manos de favoritos o parientes, y si tomó decisiones políticas fueron nefastas, como meterse en una guerra de 15 años con turcos y húngaros, o arremeter contra sus súbditos protestantes sin lograr contentar a los católicos.

El castillo de Praga.

En 1583 abandonó Viena y se fue a vivir a Praga. La excusa era la amenaza turca sobre la capital austriaca, en realidad Rodolfo quería retirarse a un lugar donde construir una burbuja que le aislara de las responsabilidades. Ese sitio fue el castillo de Praga, donde construiría el ala norte para albergar los objetos de su pasión de coleccionista. Reunió más de 3.000 obras de arte, la colección más grande de su tiempo, pero los métodos que utilizó no le ganaron precisamente el aprecio público. Cuando su capricho se fijaba en algo no lo adquiría mostrando la esplendidez de un rey, sino que presionaba al propietario hasta conseguirlo a precio de saldo. Así se apoderó de la soberbia colección que había sido del cardenal Granvela, primer ministro de Carlos V y Felipe II, que incluía pinturas de Tiziano, Durero, Moro, esculturas de Gianbologna o los Leoni, y tapices excepcionales como los de la conquista de Túnez por Carlos V.

Pese a su abusivo método de compra Rodolfo gastaba enormes cantidades de dinero en la pasión de coleccionar. En una ocasión Felipe II le envió unos fondos de urgencia para la guerra en Hungría, pero en vez de destinarlos al ejército, Rodolfo los gastó en las más espectaculares piedras preciosas que había en Europa para su corona. Hoy esa obra exquisita de orfebrería es la estrella indiscutible de la Cámara del Tesoro del Palacio Imperial de Viena, pero en los campos de batalla el resultado de la desviación de los fondos españoles fue desastroso. El coleccionismo del emperador era una especie de drogodependencia, además de arte y joyas acumulaba todo tipo de curiosidades, incluido el esqueleto de un gigante, en su Kunstkammer (“cámara de las maravillas”), animales exóticos y plantas para su jardín botánico, e incluso una legión de enanos con los que formó un regimiento.

Rodolfo hizo venir a su corte no solamente artistas famosos y sabios de prestigio como los astrónomos Kepler y Ticho Brae, sino también magos, alquimistas, adivinos y nigromantes, pues se hizo adepto de la magia negra. En España se había aficionado a los asombrosos juguetes mecánicos que hacía Juanelo Turriano, el relojero de Carlos V, y en Praga buscó el autómata perfecto. Tuvo contactos con el rabino Loew y se relaciona a Rodolfo con la leyenda del Golem, la criatura artificial creada por Loew que prefigura al monstruo de Frankenstein.

La mente de Rodolfo presentaba serios problemas, le enfermaban la luz o los ruidos fuertes, y de los periodos de melancolía, que hoy llamaríamos depresión, pasó a un delirio paranoide con alucinaciones. La paranoia le llevó a encerrarse y permanecer aislado del mundo desde 1600 a 1606. También están documentados varios intentos de suicidio. La demencia había llegado a la casa real castellana con Isabel de Portugal, la madre de Isabel la Católica, y produjo los célebres casos de Juana la Loca y del príncipe don Carlos, hijo de Felipe II. Para su desgracia, Rodolfo descendía de Isabel de Portugal por doble vía, pues tanto su padre como su madre eran tataranietos de ella. Por otra parte, Rodolfo contrajo la sífilis, una enfermedad incurable entonces que derivaba en locura.

Amantes de ambos sexos.

La sífilis nos conduce forzosamente a la irregular vida sexual de Rodolfo, que nunca consintió en casarse, rompiendo así la primera obligación de un soberano, engendrar un heredero. La explicación de que fuese homosexual –tuvo relaciones con su chambelán Wolfgang von Rumpf y con varios criados– no explica su irresponsable conducta, pues el caso es que también tenía amantes mujeres que le dieron al menos seis hijos bastardos documentados. Catarina Strada, nieta de su anticuario italiano Jacopo Strada, fue su amante oficial 17 años, y tuvieron un hijo llamado Julio César de Austria al que Rodolfo ennobleció y otorgó un feudo en Bohemia.

Curiosamente aquí aparece otro vínculo con la figura de Felipe II, pues la relación de Rodolfo con su primogénito es una reproducción de la de Felipe II con el príncipe don Carlos. Julio César de Austria, como don Carlos, era un perturbado con tendencias sádicas, cuyos desafueros obligaron a su padre a tratarlo con rigor. Julio César fue más lejos que don Carlos, pues violó y mutiló horriblemente a una criada, lo que obligó a Rodolfo a encerrarlo en el castillo de Kremau, donde al poco murió enloquecido, como su primo español.

La demencia de Rodolfo también iba en aumento, y en 1608 un consejo de familia confió el Gobierno de sus Estados a su hermano Matías, emperador de hecho antes de suceder a Rodolfo cuando murió en total abandono en 1612.

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