Los otros Israeles

22 / 09 / 2015 Luis Reyes
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Ararat, Niágara, 15 de septiembre de 1825. Se funda la capital del proyectado Estado judío en EEUU

Manuel Noah fundó un Estado judío en EEUU.

El éxodo hacia Europa de la población siria, aterrorizada por el Estado genocida que es el Estado Islámico, parece la inversión del éxodo hacia Oriente Medio de judíos europeos, traumatizados por los nazis. Para completar la parábola, la creación por aquellos judíos de Israel, dentro de un entorno árabe hostil, es determinante en las conmociones que sacuden a Oriente Medio desde la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo la Historia podía haber sido distinta, Israel podía haber sido un Estado dentro de Estados Unidos, o una República de la Unión Soviética. Un norteamericano de origen sefardita, Manuel Noah, famoso escritor, ideó a principios del XIX restablecer la nación judía en la región del Niágara. América era el lugar adecuado para ello porque Noah creía que los indios descendían de las tribus perdidas de Israel.

Compró las tierras de Grand Island y el Gobierno federal le nombró juez del territorio que debería convertirse en Estado judío dentro de la Unión. En septiembre de 1825, con presencia en la ceremonia de la Milicia de Nueva York, la masonería y la Iglesia episcopaliana, entre salmos en hebreo, Noah colocó la primera piedra de la ciudad de Ararat. Noé emprendió la repoblación del mundo en el Ararat, pero la nueva Ararat no logró atraer colonos judíos y la idea de Noah quedó en utopía.

Lo cierto es que desde que Nabucodonosor provocó la primera diáspora en el 587 antes de Cristo, el pueblo hebreo ha buscado un país propio donde regirse a sí mismo, fuera retornando a la tierra prometida, o en los llamados “Estados proselíticos”, naciones que se convertían al judaísmo. Así sucedió en el siglo I con Adiabena (hoy Kurdistán), o al principio de la Edad Media con el reino Hymiarita del Yemen, el reino judeo-bereber de las montañas Auras o el Kanato de Jazaria en el Cáucaso. Ya en el siglo XVI, un aventurero sefardita portugués, Joao Míquez, logró el favor de Solimán el Magnífico y recibió un feudo en el lago Tiberíades, que pobló con judíos expulsados de Venecia y Roma. Posteriormente fue nombrado duque del Mar Egeo, y también quiso colonizar con hebreos las Cícladas y Chipre.

A finales del siglo XIX surgió en Europa un movimiento político y cultural, el sionismo, que lograría fundar un Estado judío, Israel. Los pogromos antisemitas del Imperio ruso, o las necesidades económicas, habían hecho que los judíos se sumaran a las corrientes migratorias que, desde Europa, mandaban a legiones de expatriados hacia ultramar. En Europa Oriental surgieron organizaciones de “amantes de Sion”, en referencia al monte Sión de Jerusalén, y en 1881 el periodista austriaco Nathan Birnbaum usó por primera vez el término “sionismo” en su periódico Autoemancipación, al que subtituló “Órgano de los sionistas”. Pero el padre del sionismo fue Theodor Herzl, y su acta de nacimiento, la aparición de su libro El Estado judío en 1896. Al año siguiente Herzl convocó en Basilea el I Congreso Sionista, que puso en marcha el proceso político. Pese a su nombre, el sionismo no limitaba sus aspiraciones a Sión, Israel. Lo importante para los primeros sionistas era lograr un Estado soberano judío, y lo secundario, su ubicación.

El barón Moritz von Hirsch, de familia judía bávara ennoblecida, fundó en 1891 la Sociedad de Colonización Judía, que financió proyectos en Argentina, Brasil, Canadá y EEUU. El proyecto argentino alcanzó especial relevancia, Von Hirsch adquirió allí 17 millones de hectáreas, una superficie equivalente a cuatro veces Suiza, y Argentina se convertiría en uno de los países con más población judía del mundo. Sin embargo, la mayoría preferiría instalarse en Buenos Aires y el proyecto de una entidad territorial judía en la República Argentina se frustró.

La alternativa a Palestina que estuvo más cerca de prosperar en aquella época fue en un lugar inesperado, Uganda, hasta el punto de bautizar al movimiento rival del sionismo llamado “ugandismo”. Su impulsor fue el barón Alfred de Rothschild. Al Gobierno británico le interesaba promover cualquier población europea de su inmenso imperio africano, y en 1903 Herzl se reunió con el ministro de Colonias, Joseph Chamberlain, que le ofreció oficialmente la colonización de Uganda. El Foreign Office concretó el proyecto, sería un territorio del África Oriental inglesa bajo dominio de la Corona pero con Gobierno judío y amplia autonomía.

El ugandismo topó con dos enemigos, uno en África, organizado por los misioneros cristianos que movilizaron a las tribus nativas. El otro, en el seno del movimiento judío. Herzl declaró en el VI Congreso Sionista que la creación de un Estado judío en Uganda no implicaba renunciar a la tierra prometida de Sión, que era solamente una solución momentánea a la miseria y persecución de los judíos de Europa Oriental, y el congreso lo aprobó. Pero el grupo ruso fundamentalista de Chlenov se opuso ferozmente, pese a ser ellos quienes más sufrían los pogromos. Los ataques de Chlenov a Herzl
 fueron tan despiadados que provocaron su muerte por fallo cardíaco a los 44 años, mientras que el número dos de Herzl, Max Simon Nordau, sufrió un atentado. Los radicales ganaron, y el VII Congreso Sionista renunció a Uganda. Si las masas judías del Este hubieran tenido un refugio abierto en Uganda el genocidio nazi habría tenido menor alcance.

En la URSS. En 1917, la Declaración Balfour del Gobierno inglés estableció un “hogar nacional judío” en Palestina, mientras en el otro extremo de Europa tenía lugar la revolución bolchevique, que también encaró el problema judío asignándoles un país. De acuerdo con la política de Stalin de dar a las distintas “nacionalidades” repúblicas autónomas integradas en la Unión Soviética, el Presidium de la URSS dictó en 1928 un decreto creando el Oblast (provincia) Autónomo Judío de Biro-Bidjan, en la desierta región siberiana del Amur.

El Oblast se convertiría en República Soviética Judía cuando alcanzara suficiente población. La capital fue construida por un famoso arquitecto, Hannes Meyer, director de la Bauhaus, y la Sociedad de Colonización Judía de la URSS, una organización comunista norteamericana, animó a los judíos de Estados Unidos a emigrar a Biro-Bidjan. Entre los que lo hicieron estaba la familia de George Koval, que regresaría a Estados Unidos en 1940 como espía y se apoderó del secreto de la bomba atómica. Pero la ubicación de Biro-Bidjan en el último confín de la Unión Soviética, casi en el Pacífico, hizo que en su mejor momento no hubiera más de 30.000 judíos, que poco a poco abandonarían “la Sión soviética”, donde su presencia actual es anecdótica.

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