Los navíos terrestres atacan

13 / 09 / 2016 Luis Reyes
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Frente del Somme, 15 de septiembre de 1916. Por primera vez aparecen los tanques en el campo de batalla.

Comité de Navíos Terrestres. El nombre parece de película de los hermanos Marx, pero es real y tuvo trascendencia histórica, cambiaría el arte de la guerra. De ese comité de estrafalario título salió la máquina bélica perfecta, la que ha dominado los campos de batalla desde hace un siglo: el tanque.

Básicamente, un tanque es un cañón que se mueve por cualquier terreno a la vez que dispara, y va protegido por una coraza. La idea ha tenido muchos pretendidos padres, incluyendo a Leonardo de Vinci, pero el tanque no podía nacer mientras no existiera el motor de automóvil. De hecho, antes que tanques hubo automóviles blindados, aunque solo podían circular por carreteras y no soportaban más armamento que una ametralladora. Sin embargo a principios del siglo XX hubo varios visionarios que diseñaron auténticos tanques en Francia, Inglaterra, Austria o Rusia.

Hubo tanta coincidencia en los inventos como en su rechazo por los altos mandos militares. El Ejército es una institución conservadora que aborrece las innovaciones. La Marina, en cambio, está siempre abierta a las nuevas tecnologías, porque cada invento en la navegación ha aumentado las posibilidades de supervivencia en un medio peligroso por naturaleza. Serían unos jóvenes oficiales navales británicos los que en 1915 sugirieron construir un navío terrestre blindado al primer lord del Almirantazgo, rimbombante nombre que en Inglaterra designa al ministro de Marina, ocupado por un político con fama de poco convencional, Winston Churchill.

Churchill es una de las personalidades más ricas de la Historia. Estadista, militar, aventurero, periodista, orador, premio Nobel de Literatura, gran bebedor y hedonista que a veces recalaba en el pozo de la depresión, era también un apasionado del progreso tecnológico, como puso de manifiesto la exposición Churchill científico del Museo de Ciencias de Londres hace dos años. Su acercamiento a la ciencia era no obstante heterodoxo o, según algunos, más cercano a la ciencia-ficción. Era amigo de H.G. Wells, cuya creación literaria le influyó. Decía que La máquina del tiempo de Wells era “uno de los libros que me llevaría al purgatorio”, y el propio Churchill publicó artículos con títulos propios de magazine de ciencia-ficción, como Los rayos de la muerte o ¿Hay hombres en la Luna?

Churchill tenía visión de futuro; en 1920, siendo ministro de Aviación, proyectó crear una potente fuerza aérea para controlar Oriente Medio sin necesidad de grandes invasiones terrestres, un plan exactamente aplicado por Estados Unidos en la Primera Guerra del Golfo contra Iraq, en 1990. Y en la Segunda Guerra Mundial diseñó prototipos de máquinas de guerra que llamaba funnies (extravagancias). Respaldó heterodoxos departamentos de investigación militar como el MD1 (Ministerio de Defensa 1), conocido como “la tienda de juguetes de Churchill”, o el notorio DMWD de la Marina, apodado Wheezers & Dodgers (Jadeantes y evasivos). Allí trabajaban genios y chalados capaces de concebir funnies como el Gran Pajandrum, una rueda gigante cargada de explosivos para horadar las defensas de Normandía, o el Proyecto Habakuk, un portaviones sobre una plataforma flotante de hielo. Pero además de estos inventos estrafalarios, crearon el Mulberry, el puerto artificial que hizo posible la invasión de Europa del Día D.

Volvamos a la Gran Guerra y el tanque, cuya primera idea se la había dado a Churchill H.G. Wells, que en 1903 publicó el cuento Los acorazados terrestres, de donde es obvio que se deriva la denominación del Comité de Navíos Terrestres, creado por Churchill en febrero de 1915. Lo cierto es que la idea de los marinos británicos era precisamente esa, llevar a tierra una versión del buque de guerra que dominaba los mares, el acorazado, que más que un barco para navegar era una plataforma flotante y móvil para grandes cañones protegidos por un grueso blindaje.

El nombre Comité de Navíos Terrestres era demasiado revelador de la investigación que desarrollaba, y en una reunión a finales de 1915 se decidió cambiarlo, porque el proyecto del navío terrestre blindado debía mantenerse secreto. El director de Construcciones Navales de la Marina, Eustace Tennyson d’Eyncourt, propuso rebautizarlo Water Carrier Committee (Comité de Contenedores de Agua), para justificar las grandes planchas de blindaje encargadas a empresas civiles, pero el secretario le advirtió que todo el mundo iba a llamarlo WC Committee, el Comité del Retrete. Para evitar ese ridículo se cambió Water Carrier por su sinónimo Tank (tanque), y adoptaron el nombre de Comité de Suministro de Tanques.

El nombre en clave se mantuvo cuando se enviaron los primeros navíos terrestres al frente. Eran unos artilugios voluminosos que no se parecían a ningún vehículo existente, y se mantuvo la ficción de llamarlos “tanques de agua” hasta que irrumpieron sobre las líneas alemanas, quedando ya ese nombre para la Historia.

Un extraño ruido

En la mañana del 15 de septiembre de 1916, los soldados alemanes fueron despertados por un extraño ruido metálico, una cadencia como de una gigantesca cadena de ancla arrastrándose. De pronto surgieron de la niebla unas formas monstruosas, unos romboides de acero de 28 toneladas que se arrastraban sobre sus panzas sin que se les vieran ruedas. Sus costados escupían fuego de cañón y ametralladora. Eran los Mark I (Modelo I), los primeros tanques de la Historia, construidos por la empresa de maquinaria agrícola William Foster a partir de gruesas planchas de calderas.

Así comenzó en Flers-Courcelette la tercera ofensiva de la batalla del Somme, el gran matadero de los soldados ingleses. El Mark I todavía no estaba desarrollado del todo y se había fabricado en pequeño número, pero el general Haig, comandante en jefe inglés, había tenido tan espantosas pérdidas (55.000 bajas sólo el primer día) que recurrió al arma antes de que estuviera lista, pese a la oposición de Churchill, y a las críticas francesas por emplear los tanques en pequeño número. Haig solamente dispuso de 49 Mark I para la ofensiva, pero 17 de ellos se averiaron antes de empezarla. De los 32 que atacaron, 23 se averiaron o empantanaron en el avance, y solamente 9 alcanzaron las líneas alemanas. Gracias a los tanques los británicos lograron un avance de... cinco kilómetros, nada que cambiase la situación de estancamiento de la guerra de trincheras.

El experimento podría considerarse un fracaso por la impaciencia de Haig, pero la facilidad con que atravesaron las trincheras los nueve tanques supervivientes, y el pánico que provocaron en la infantería alemana, señalaban que había nacido el rey del campo de batalla terrestre. Habría que esperar, no obstante, a la II Guerra Mundial para comprobar hasta qué punto los navíos terrestres cambiaron la Historia militar.  

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