Los Juegos Olímpicos: un invento político de la Antigüedad

27 / 07 / 2012 10:55 Luis Reyes
  • Valoración
  • Actualmente 3 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • Tu valoración
  • Actualmente 3 de 5 Estrellas.
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
¡Gracias!

Olimpia, Año Primero de la Primera Olimpiada · Hace 2.788 años se celebran oficialmente los primeros Juegos Olímpicos.

Toda nuestra civilización la inventaron los griegos, desde nuestra manera de pensar a la de divertirnos, de la filosofía al teatro, pasando por la única forma de gobierno que nos parece admisible en Occidente, la democracia. Y entre la herencia cultural que nos ha dejado la antigua Grecia está algo que erróneamente creemos característico de nuestro tiempo, el deporte, exactamente con sus mismas características de fenómeno social que provoca paroxismos de entusiasmo, que moviliza a las naciones, que se convierte en herramienta política y que mueve mucho dinero.

Los griegos encontraron en el deporte una fórmula de protección de la sociedad. El carácter griego era tremendamente competitivo, nada le era más satisfactorio que vencer a un adversario. La forma máxima de competición (agón en griego, de donde vienen nuestras palabras agonía y agónico) era la guerra, en la que se lograba la gloria, pero la guerra continua entre las polis, las ciudades-estado que componían el mapa político de la Hélade, la habría hecho víctima fácil para sus vecinos, habría conducido al derrumbamiento de la civilización helénica.

Para sustituir a la guerra se desarrolló el agón deportivo, donde podía desfogarse la belicosidad de los jóvenes y dirimirse las rivalidades entre individuos y polis. Por eso la paideia (educación) de un griego se basaba en tres pilares: la gramatiké, o dominio del lenguaje mediante escritura y lectura; la musiké, aprendizaje de música, danza y literatura; y la gimnastiké, práctica del deporte, que tomaba su nombre del adjetivo gimnós (desnudo), puesto que el deporte se practicaba sin ropa, permitiendo que el cuerpo tuviera la máxima libertad y exhibiera su belleza, algo fundamental para su mentalidad. El griego no hacía deporte solo para mantenerse en buena forma física divertirse, sino que buscaba en esto, como en todo, la areté, la excelencia. Quería dominar la práctica de su deporte y refrendarlo con victorias ante rivales de mérito.

Lo dicho anteriormente llevaba a que se establecieran unos rituales de competición que abarcaran a todo el mundo helénico –los bárbaros que lo rodeaban no contaban para los griegos-. Además se le atribuía al deporte un origen divino, puesto que en la mitología había relatos de dioses practicándolo, con lo cual esas competiciones panhelénicas se iban a revestir de un carácter sagrado.

Fue el mismísimo Herakles, según una leyenda que cita Píndaro, quien fundó los Juegos Olímpicos en honor de su padre Zeus, en un lugar llamado Olimpia por su cercanía al monte Olimpo, donde moraba el padre de los dioses, convertido en el principal centro de culto a Zeus. El propio Herakles (Hércules en la terminología latina), después de terminar sus famosos Doce Trabajos, que tanto tuvieron de agones deportivos, construyó el recinto competitivo de Olimpia, fijando de paso la medida ideal que debía tener, el “estadio” (125 pasos) que da nombre a estos centros de competición.

Pasando de la mitología a la Historia, los primeros Juegos Olímpicos tuvieron lugar hace cerca de tres milenios, en el año 776 Antes de Cristo, según nuestro calendario, o en el Año Uno de la Primera Olimpiada, según la datación griega, que se basaba precisamente en la celebración de los Juegos cada cuatro años, periodo llamado “olimpiada”. Esta cadencia fue mantenida durante más de 11 siglos con admirable regularidad, sin embargo se sabe que antes del 776 A. de C. ya se celebraban competiciones ligadas a algún tipo de paz entre los griegos.

La tregua entre todas las polis helenas mientras duraba el certamen, la paz olímpica, fue por tanto un elemento esencial de los Juegos. Por toda la Hélade, desde las colonias del Mediterráneo Occidental hasta las del Mar Negro, los heraldos convocaban a los Juegos, y los asistentes tenían salvoconductos hasta Olimpia que hacían sus personas sagradas. La vulneración de la paz olímpica dejaba a la polis transgresora fuera del concierto de las naciones –griegas-, lo que actualmente equivaldría a un bloqueo internacional de relaciones diplomáticas y comerciales.

Las pruebas.

Los Juegos duraban seis días en los que se sucedían diferentes pruebas. Las carreras, celebradas en el estadio, eran el dromos (prueba de velocidad de un estadio); el díaulios (carrera de dos estadios); el dólichos (competición de fondo, 24 estadios), y la carrera de hoplitas, en la que se corría cargado con el pesado escudo griego, el hoplón. Las pruebas de fuerza eran la lucha, el pugilato y el pancracio, combinación de las dos anteriores, considerada la más difícil y gloriosa. Pero la prueba reina era el pentatlón, que incluía carrera, salto, lanzamiento de disco y jabalina y lucha. Las pruebas ecuestres se celebraban en el hipódromo, en una pista de 1.540 metros, e incluían carreras de caballos, de bigas y de cuadrigas, que se convertiría en el deporte más popular, el equivalente a nuestro fútbol.

No se puede establecer con total exactitud el programa de los Juegos, pero en el primer día tenían lugar la recepción de los participantes y las procesiones. Había un día dedicado a competiciones infantiles, otro dedicado al culto de Zeus, con hecatombe (sacrificio de 100 bueyes), y en el último día se hacía la entrega de trofeos, las coronas olímpicas.

La gloria de los campeones se traducía en una gran popularidad, y era cantada en los epinicios, cantos triunfales que componían poetas famosos como Simónides o Baquílides de Ceos, o Píndaro de Tebas, autor de las Odas olímpicas, Píticas, Nemeas e Istmicas, dedicadas a los diferentes juegos panhelénicos (ver recuadro). En ellas exaltaba los valores aristocráticos de la gens, pero también los personales de valor, esfuerzo y piedad (referida a la devoción a los dioses y los antepasados), y había una constante comunión entre lo físico y lo espiritual. Para ser participante o atleta (del griego athla, certamen) había que ser hombre libre y, por supuesto, griego, aunque las polis inventaron la argucia de dar la ciudadanía a deportistas extranjeros, para que defendieran sus colores... exactamente igual que ahora. Los atletas no competían por dinero, no ganaban en los Juegos más que una corona, pero las polis les daban a los triunfadores que habían dejado alto su pabellón grandes premios en metálico, y también sueldos vitalicios, exención de impuestos o prebendas como buenas entradas en el teatro.

Como también sucede ahora, había acerbas críticas de los intelectuales al pago de estas fortunas a los deportistas. Durante el proceso contra Sócrates en el que la acusación pidió la pena de muerte, el filósofo sostuvo que en vez de ese castigo lo que merecía era que la polis se encargara de su mantenimiento, por estimar que hacía más bien a la sociedad que los atletas. Sin embargo los Juegos tenían también una vertiente cultural, pues los escritores, oradores y filósofos acudían allí a presentar sus obras. Tucídides cuenta que allí oyó leer sus libros al gran historiador de la Antigüedad, Herodoto, aunque también concurrían todo tipo de charlatanes e iluminados.

Era obvio el trasfondo político de los Juegos Olímpicos, no solamente por el hecho de frenar la guerra y favorecer las relaciones panhelénicas, sino porque las polis con vocación hegemónica buscaban mostrar su superioridad a través de sus atletas. Durante las primeras olimpiadas, los belicosos espartanos eran los vencedores inevitables, pero cuando hacia el año 600 A. de C. bajó su dominio deportivo, Esparta se retiró de los Juegos, para que sus hombres no se desmoralizaran si no eran los ganadores, y pudieran dedicarse en exclusiva a la guerra.

Y no solo hacían política las ciudades-estado, también los individuos que querían emprender una carrera pública se aprovechaban de los Juegos Olímpicos. El bello Alcibíades, una de las estrellas más fascinantes de la política en la Antigüedad, cuya pasión por mandar le llevó a mudar su lealtad de Atenas a Esparta, y de Esparta a Persia, utilizó muy conscientemente sus triunfos en las carreras de carros (la competición más popular de los Juegos, en la que el ganador era el propietario de los caballos) para alcanzar una popularidad que le daba influencia en la Asamblea.

Berlusconi no inventó nada cuando pasó de presidir el club de fútbol Milan a la política.

Grupo Zeta Nexica