Los crímenes de la Casa del Malecón

02 / 12 / 2014 Luis Reyes
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Moscú 1936-38 · La Gran Purga elimina a buena parte de la élite estalinista alojada en la Casa del Malecón.

En todas las grandes ciudades hay edificios siniestros que provocan deseo y miedo... El más famoso es, naturalmente, el Dakota Building de Nueva York, donde Polansky rodó La semilla del Diablo y fue asesinado John Lennon, pero ninguna en el mundo tiene un récord como el de la Casa del Malecón de Moscú: 242 de sus 800 primeros habitantes, la flor y nata del estalinismo, fueron asesinados.

Llegaban en mitad de la noche, en sus negros automóviles que llamaban voronki (embudo) por su capacidad para absorber gente... Nadie los veía, pero oían subir el ascensor de la basura, el montacargas que daba entrada directamente a la cocina de cada vivienda, sin necesidad de pulsar el timbre, sin pasar por el rellano común. Luego otra vez el silencio absoluto, la nada, ni rastro de esa familia. A la mañana siguiente el amedrentado vecino de al lado veía que había desaparecido una puerta en su rellano, la habían tapiado muy temprano los eficientes operarios de la NKVD, la policía política.

Al año de empezar la Gran Purga habían desaparecido 230 puertas en la Casa del Malecón, casi la mitad de las viviendas, y con ellas las familias que las habitaron. En el mejor de los casos el alto cargo había sido ejecutado, su mujer encarcelada, sus hijos enviados al orfanato; muchas veces el matrimonio iba de la mano al matadero. En algunos casos no se clausuraba el piso, sino que se adjudicaba a otro privilegiado. Como a los purgados no se les permitía llevarse ni un solo objeto, ni un libro, todo pertenecía al Estado, los nuevos residentes llegaban a casa caliente, vivían rodeados del aroma vital de la familia desaparecida. Algún piso pasó hasta cinco veces por este proceso de eliminación de sus inquilinos y sustitución por unos nuevos, a su vez eliminados.

Una utopía para la élite.

La Casa del Malecón existe aún, es un bloque de viviendas imponente, con el aspecto casi aplastante de la arquitectura soviética más tópica, con su fachada llena de placas recordando a las altas personalidades que allí vivieron. Se levanta en un lugar privilegiado, la ribera del río Moscova frente al Kremlin, del que pretendía ser una prolongación. Según el proyecto original debía haberse pintado del mismo color rojo que distingue las murallas del Kremlin, pero eso disparaba el ya abultadísimo coste, 14 millones de rublos, una suma escalofriante entonces. La dirección bolchevique pretendió disfrazar de austeridad el dispendio, por eso se le dio un neutro y triste color gris que escondía lo que había muros adentro, auténtico lujo asiático para el lugar y la época.

 

Dom na Naberezhnoy, como se dice en ruso, fue construida entre 1927 y 1931 por el arquitecto Boris Iofán, un visionario formado en Italia, autor de magnos proyectos espoleados por Stalin para que exaltasen el poder soviético, de los que solo llegó a realizar la Casa del Malecón, aunque Iofán ha dejado su huella por todo Moscú como introductor del estilo neoclásico soviético. Más que un bloque de viviendas era una pequeña ciudad, un microcosmos autosuficiente que tenía en su interior oficina de correos, banco, clínica, lavandería, tiendas, guardería, gimnasio, pistas de tenis, biblioteca, cine, teatro y restaurante. En realidad sus habitantes no necesitaban cocinar, una cocina colectiva servía a todos los pisos. A veces, cuando Nadia Aliluieva, la esposa de Stalin, no quería ocuparse de la comida, se acercaba desde el Kremlin a la Casa del Malecón por el menú del día.

Llaman la atención las mínimas cocinas en comparación con los espaciosos pisos, pero es que en la utopía bolchevique la mujer se liberaba de tareas domésticas gracias a los servicios comunitarios. Un detalle más de este planteamiento era ese ascensor de la basura que tantas pesadillas provocaría en la Gran Purga.

Además de la magnífica construcción, 505 pisos de entre 80 y 100 metros cuadrados, algunos de 200, cada vivienda disponía de todos los adelantos que ofrecía la época, cocina de gas y agua caliente central –algo insólito en Moscú–, teléfono, radio y equipo de música, además de muebles de excelente calidad y diseño, inventariados como mobiliario del Kremlin. Todo ello pertenecía al Estado que lo ponía, gratis, a disposición de sus trabajadores. Era, en suma, el sueño hecho realidad del socialismo, desgraciadamente solo lo podían disfrutar unas 800 personas, para los casi 4 millones de habitantes de Moscú en los años 30 las condiciones de vida iban de estrechas a inhumanas, con familias de 12 personas viviendo en una sola habitación.

Los 800 inquilinos de Dom na Naberezhnoy eran la aristocracia de la capital soviética, importantes dirigentes comunistas extranjeros como el búlgaro Dimitrov, jefe de la Internacional Comunista, fiel instrumento de la política exterior de Stalin, o Dolores Ibárruri, Pasionaria, secretaria general del PCE; símbolos de la mitología bolchevique como el minero Stajanov, que producía 14 veces más que un minero corriente y dio origen a la virtud comunista del estajanovismo, el rendimiento extraordinario en el trabajo, o como el mariscal Tujachevsky, héroe de la Guerra Civil y genio estratégico del Ejército Rojo, donde con solo 26 años alcanzó la máxima graduación; altos cargos como Rykov, jefe del Gobierno a la muerte de Lenin, o Khruschev, sucesor de Stalin. Por todo eso, la gente apodó al edificio “la Casa de los Narkoms” (los comisarios del pueblo, los ministros de la primera etapa bolchevique). Por cierto, Tujachevsky y Rykov serían dos de sus 242 vecinos eliminados en la Gran Purga

La familia del dictador.

También residió en la Casa del Malecón la familia más próxima del dictador. El apartamento nº 37 fue ocupado por su hija Svetlana, que luego denunció los crímenes del padre, y el de al lado por su hijo Vasili, el “hijo de papá”, borracho y brutal, que moriría alcohólico en el destierro. Allí vivía el hijo adoptivo de Stalin, Artiom Sergueiev, que intimó con los hijos de su vecina Pasionaria. El chico, Rubén Sánchez Ibárruri, se fue con Artiom a la guerra y murió en Stalingrado; la chica, Amaya, se casó con Artiom y le dieron nietos a Pasionaria y a Stalin. Fue una de las pocas historias de la Casa del Malecón que terminó bien.

Otros parientes de Stalin que residían en la Casa de los Narcoms tuvieron en cambio un espantoso destino. Su cuñado Pavel Aliluiev, y la esposa de este, Zhenia, formaban parte del círculo más íntimo del dictador. Cuando la esposa de Stalin se suicidó, fueron Pavel y Zhenia quienes cuidaron de Stalin, sumido en una brutal depresión, le quitaron la pistola e impidieron que se suicidase. Luego Stalin se hizo amante de Zhenia para aliviar su viudez. Un día de 1938, avanzada ya la Gran Purga, Pavel fue desde la Casa del Malecón a su despacho de comisario de las Fuerzas Acorazadas, y su esposa no volvió a verlo. Dada su íntima relación con Stalin se benefició de una ejecución clínica, es decir, lo envenenaron e hicieron pasar su muerte por natural.

Los que creen en los malos espíritus dicen que la Casa del Malecón estaba maldita porque la construyeron sobre la antigua plaza Bolotnaya, donde entre los siglos XV y XVIII se ejecutaba públicamente a los criminales. Los chalados por lo esotérico pretenden que los magos y nigromantes de Stalin dirigieron su construcción y que alberga un “portal del tiempo”, atravesando el cual se puede ver el futuro. Tonterías aparte, el edificio ha ejercido una fascinación que el escritor Yuri Trifonov recogió en su obra La Casa del Malecón, aparecida en 1976, ya en la época de Brezhnev. Trifonov explicaba, de forma discreta, lo que solo se había hablado en voz baja hasta entonces, el hado trágico de sus habitantes, ensalzados y luego purgados, y su novela se convirtió en un libro de culto para la intelligentsia soviética del tardocomunismo.

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