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Lord, sportman, cineasta y agente del comunismo

08 / 04 / 2014 Luis Reyes
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Inglaterra, marzo de 1940 . Ivor Montagu, hijo de lord Swaythling, se convierte en el agente Intelligentsia del espionaje soviético.

La estirpe del honorable Ivor Montagu quizá no fuese muy acrisolada, pero de niño jugaba en el jardín del número 10 de Downing Street, domicilio del primer ministro, del que era amigo su padre, el barón Swaythling, mientras que su madre, lady Gladys née Goldsmid, perteneciente a las estirpes banqueras Goldsmid y Rothschild, era íntima amiga de la reina Mary. Para un purista de la sangre azul los Montagu eran unos advenedizos, unos farsantes judíos que habían usurpado uno de los más nobles apellidos de Inglaterra y comprado un título nobiliario. Ambas cosas eran verdad, pero si su nobleza era falseada, su riqueza era de oro de ley.

Los Montagu eran genuinos representantes de esa aristocracia del dinero que a finales del siglo XIX tomó por asalto la Peerage, como llaman los heraldistas a la alta nobleza titulada inglesa. Los nobles de rancio abolengo descubrieron que para seguir viviendo como en los buenos tiempos feudales necesitaban un dinero que no podían producir, y les abrieron las puertas a los ricos muy ricos, banqueros y empresarios, incluso americanos y judíos, que aportaban nuevas fortunas a sus viejas familias.

El primero de la saga de Ivor fue su abuelo Montagu Samuel. El padre de este, un modesto relojero judío llamado Louis Samuel, pensó cuando nació en 1832 que lo único que podría darle en la vida era un nombre de pila sonoro, y escogió Montagu, en realidad el apellido de una estirpe cuya nobleza se remontaba al siglo XI. No necesitaba más, el chico salió tan triunfador que a los 21 años fundó un banco, al que puso por nombre el suyo, pero invertido “Samuel Montagu & Co”, despojándolo así del excesivo aroma judío del apellido Samuel, sustituido por el muy inglés de Montagu. Se hizo riquísimo, se convirtió en un afamado filántropo, entró en política y fue elegido diputado por el Partido Liberal, y con estos méritos logró que la reina Victoria le ennobleciese. Pretendió ser barón Montagu, pero había un auténtico lord Montagu de la vieja familia aristócrata que le cerró el paso, y tuvo que adoptar el título de barón Swaythling, nombre de una de las fincas que había comprado.

La familia fue a más, y el protagonista de nuestra historia, Ivor, era ya un miembro perfectamente integrado de la más privilegiada clase británica. Como correspondía, lo mandaron a estudiar a Westminster, una escuela pública, que es como la extravagancia o la hipocresía británica llama a los más exclusivos colegios. El Royal College of Saint Peter in Westminster fue fundado en el siglo XII por el papa Alejandro III, y entre sus exalumnos estuvieron los más brillantes ingenios de la Ilustración y siete primeros ministros. Había que acudir a clase con sombrero de copa, spencer y pantalón rayado, pero cuando Ivor salía del colegio corría a la consigna de la estación de metro de Saint James Park, dejaba su disfraz de pequeño lord y salía vestido de chico corriente... aunque conservaba un bastón de ébano con puño de plata que delataba su clase. Este recurso a cambiar de personalidad, a aparentar lo que no era, pero por otra parte dejando pistas de lo que sí era, parecía predecir lo que sería su vida de agente soviético.

Productor de Hitchcock.

Hubo otro artificio en su adolescencia que le daría excelente fruto para toda su existencia. Los hermanos mayores de Ivor eran buenos sportmen, es decir, caballeros que practicaban deportes rudos como el rugby o el remo, pero Ivor no tenía condiciones para ese tipo de competiciones. Como en la educación de un gentleman era imprescindible el deporte, Ivor encontró uno que no lo era, el ping-pong, y tuvo la habilidad de convencer a todos de que sí lo era. Hasta ese momento el ping-pong se consideraba más bien un juego de sociedad en el que podían participar las señoritas, ni siquiera tenía reglas, pero Ivor Montagu le daría la vuelta al concepto. Había ido a estudiar a la Universidad de Cambridge, y desafió a Oxford a un campeonato de ping-pong. Compró de su bolsillo mesas de juego y organizó un equipo lo bastante bueno como para darle una paliza a los oxfordianos, 31 a 5.

En Cambridge, ganarle a Oxford a lo que sea es una cosa muy seria –y viceversa–, de modo que Ivor fue aclamado como un héroe deportivo... aunque las cinco partidas que se perdieron en la competición fueran las que había jugado él. No importaba, con menos de 20 años se había convertido en una figura nacional, la máxima autoridad en un deporte que no era deporte, pero que Montagu hizo que sí lo fuera. Redactó un reglamento, le cambió el nombre al ping-pong por “tenis de mesa”, que parecía más serio, y fundó la federación nacional y luego la internacional, que presidiría durante más de 40 años.

El tenis de mesa sería su vida, pero no su única vida. También se implicó en la revolución y en el cine, sin que se puedan separar ambas facetas de la personalidad de Ivor Montagu. De adolescente se afilió al Partido Socialista Británico, que en 1920 se convirtió en Partido Comunista, de manera que puede decirse que con 16 años Ivor fue uno de los fundadores del PC de Gran Bretaña. Y con solo 21 años creó la London Film Society, una empresa pionera en la distribución de cine independiente, y se dedicó a difundir por el mundo el cine soviético. Fue Ivor quien acompañó a su amigo Sergei Eisenstein a Hollywood en 1931, lo que le valió una ficha de las autoridades americanas que advertía “inteligente propagandista de Moscú”.

En su agenda de genios del cine, además del autor de El acorazado Potenkim, estaba también Alfred Hitchcock, pues intervino en la producción de sus primeras películas de espías, como si Ivor quisiera ir conociendo el campo en el que iba a trabajar. Lo cierto es que desde que tenía 20 años, el MI5, el servicio de contraespionaje británico, lo tenía fichado y vigilado como agente de los rojos. En una ocasión el MI5 consideró que sus actividades habían pasado un límite, y obtuvo una orden de detención, pero Ivor Montagu pertenecía a esa élite social británica que podía dirigirse directamente al ministro del Interior y hacer que anulase la orden.

La guerra civil española le proporcionó la mejor ocasión de ejercer su militancia revolucionaria cinematográfica. En 1936 dirigió Defence of Madrid (La defensa de Madrid) y en 1939, Peace and plenty (Paz y prosperidad), ambas producidas por el Partido Comunista británico. Pero fue la Segunda Guerra Mundial la que le daría la oportunidad de ser un verdadero agente secreto, como los de sus películas con Hitchcock.

Premio Lenin.

Se integró en las filas del GRU, el servicio de información militar soviético, con el poco modesto nombre clave de Intelligentsia, y dirigió una red de espionaje en Gran Bretaña llamada Grupo X. Su contacto era Simon Davidovitch Kremer, secretario del agregado militar soviético en Londres, que involuntariamente lo delataría años más tarde.

Lo del espionaje debía de llevarlo en la sangre, porque mientras Ivor actuaba de agente secreto soviético, su hermano mayor, el comandante Ewen Montagu de la Inteligencia Naval británica, inventaba una de las tretas más famosas del mundo de los espías, el hombre que nunca existió.

Después de la guerra, el honorable Ivor Montagu fue uno de los pocos occidentales que podía viajar libremente tras el Telón de acero, combinando su dirección del tenis de mesa internacional con su activismo dentro del Consejo Mundial de la Paz, un movimiento pacifista teledirigido desde Moscú. Sus servicios a la causa comunista fueron agradecidos con el premio Lenin en 1959, otra peculiaridad del agente secreto menos secreto de la Historia.

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