Leonor de Aquitania

20 / 03 / 2006 0:00
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Fue una mujer que valía más que cualquier hombre de su época. Por ella entró en la realeza española el nombre de Leonor, pues su hija, Leonor Plantagenet, se casó con Alfonso VIII.

16/01/06
Una bella dama yace, leyendo un libro, sobre una sepultura en la abadía de Fontevraud. Es Leonor, duquesa de Aquitania, dos veces reina. Junto a ella, compartiendo el sueño eterno, otra estatua yacente se abraza a su espada, la del rey más famoso de la Edad Media gracias a Hollywood, Ricardo Corazón de León.
Hay algo insólito en esta pareja, pues él no es ninguno de sus dos regios esposos, sino su hijo favorito. Tomando el puesto de honor junto a Leonor, Ricardo ha suplantado al marido, su padre, Enrique II de Inglaterra, que también está enterrado allí. Todo un símbolo: ¿Acaso no indujo Leonor a su hijo a rebelarse en armas contra el padre, a disputarle el poder al monarca inglés?
La especial relación madre-hijo, con su equívoco aspecto nupcial, evoca también la de Leonor con Enrique. Ella le llevaba once años, casi lo suficiente para ser su madre en aquella época. Con 29 años que tenía Leonor cuando se casó en segundas nupcias, estaba en la plena madurez, a poco de llegar a la vejez –lo normal era morir en la cuarentena–. Además lo había vivido todo, había sido reina de Francia, había tenido amoríos famosos, había hecho la Cruzada... Pero cuando vio a Enrique, un guapo doncel de 18 años, se enamoró apasionadamente de él. La experiencia amatoria de la mujer madura sedujo al joven durante algún tiempo, aunque, por ley de vida, al cabo de los años ella envejeció y él se buscó amantes jóvenes, dando lugar al drama. Pero no adelantemos los acontecimientos.
Un último apunte, antes de empezar la historia de Leonor, sobre lo que sugiere la extraña pareja yacente de Fontevraud. Ricardo pasaría a la historia como hombre de un valor indomable y de una espantosa crueldad –Corazón de León– pero es también uno de los pocos reyes medievales notoriamente homosexual. Viéndolo tan apegado a su madre, sugiere uno de esos casos de manual freudiano, hijo mimado de madre dominante y enérgica, que detesta a las mujeres porque no ha sido capaz de liberarse de mamá.
Primera boda
Leonor ha nacido en 1122, hija del duque Guillermo X de Aquitania. Su padre muere en una peregrinación a Santiago de Compostela cuando ella tiene 14 años, y con esa edad se convierte en duquesa de Aquitania, se casa con el heredero de Francia, y enseguida se ciñe la corona francesa como reina consorte.
Aquitania ocupa media Francia, desde el Loira a los Pirineos; de hecho, los estados de Leonor son más grandes, más ricos y más poderosos que los del rey de Francia. Ella además los gobierna por sí misma, no es mujer que deje los asuntos políticos y económicos en manos de tutores o maridos.
Gobernar, en la Edad Media, era hacer la guerra, algo que Leonor asume con desparpajo. La duquesa Leonor vale tanto como un hombre, pero su marido, el rey Luis VII, parece que no, al menos a sus ojos. “Creí haberme casado con un hombre y no con un monje”, llega a decir ella, porque Luis estaba destinado a la Iglesia, y sólo la muerte de su hermano mayor le ha trasladado del claustro al trono. El desentendimiento entre el beato y la mujer de armas tomar hace que tarden ocho años en tener descendencia, una hija. No sólo tienen problemas en el tálamo nupcial, también en la forma de vivir la vida y, por supuesto, en el campo político.
Leonor procede de una de las cortes más cultivadas y exquisitas de Europa, donde se ha inventado la cortesía, el amor romántico y la poesía provenzal. El abuelo de Leonor, el famoso duque Guillermo IX, llevaba con orgullo el sobrenombre de El Trovador. La corte francesa en cambio es aburrida y mojigata, el rey Luis VII se deja dominar por el abate Suger, que había sido su superior. Los cambios de costumbres que introduce Leonor escandalizan a todos.
Cuando los intereses del rey y su poderosa esposa coinciden hay conflicto, porque ella interviene y la autoridad de él sufre. Así se gesta la Cruzada. Los esposos reprimen una revuelta y se produce la tragedia de Vitry-le-François: una iglesia llena de pobres gentes que se habían refugiado allí es incendiada por los hombres de Leonor, y la multitud es achicharrada viva.
Incendiar un templo es un tremendo sacrilegio. El piadoso Luis VII es presa de los remordimientos y, para lavar su culpa, “se cruza”, como se llama la adquisición del compromiso de ir a combatir a los infieles a Tierra Santa, de donde viene el término Cruzada.
Leonor también “se cruza”, aunque más que el remordimiento le empuja el ansia de aventuras y notoriedad, el atractivo de Oriente y el deseo de ver a Raimundo de Poitiers, que vive allí. Es su tío, el que la ha educado y con quien tiene un vínculo muy especial...
A Luis no le agrada que su mujer vaya a la Cruzada. Como marido se lo prohíbe, pero como rey de Francia no puede oponerse, pues el duque de Aquitania es el señor feudal más importante del reino, sin cuyo concurso y apoyo fracasaría la Cruzada que organiza el rey.
Al mando
Leonor, como suele, no le hace caso al marido que desprecia. Y el duque toma las riendas del proyecto, precisamente lo que quería evitar Luis. Será ella quien dirija la II Cruzada, y lo hace desde el principio, decidiendo la ruta. El rey de Sicilia propone la vía marítima, utilizando sus naves, pero desde Oriente, Raimundo de Poitiers, peleado con los sicilianos, aconseja la ruta terrestre, por Alemania y el Imperio Bizantino. Irán por tierra. La decisión tendrá consecuencias trágicas. Antes de llegar a Tierra Santa deben atravesar los desfiladeros de Anatolia, controlados por los turcos. La expedición forma con una vanguardia, al frente de la cual va Leonor con sus huestes aquitanas, un cuerpo principal con la impedimenta y una retaguardia, al mando de Luis VII. En un momento dado, la vanguardia se descuida y se despega del grueso, que cae en una emboscada en la que hay gran mortandad de franceses. Luis hace responsable a Leonor de la catástrofe.
Al final llegan a Antioquía, capital de uno de los estados cristianos de Oriente, donde reina el tío de Leonor, Raimundo de Poitiers. Leonor se arroja en sus brazos, en más de un sentido.
Raimundo tiene su propia idea del objetivo estratégico de la Cruzada. Hay que reconquistar Edesa, desde donde los turcos amenazan la supervivencia de los estados cristianos. Es lo más sensato, pero el beato Luis VII lo que quiere es ir a Jerusalén para postrarse en el Santo Sepulcro. Leonor, en cambio, da primacía al interés militar y apoya la propuesta de su tío.
La diferencia de opiniones se envenena porque el rey de Francia se siente afrentado en su honor. Los amoríos entre Leonor y Raimundo son vox pópuli. Es ahí, en Antioquía, donde va a forjarse la leyenda de Leonor- Mesalina, a la que se atribuyen relaciones sexuales con no importa quien, desde los esclavos negros hasta el sultán Saladino, aunque por esa época sea un niño. Finalmente Luis secuestra a su propia esposa y se la lleva a Jerusalén.
El matrimonio está roto. Al volver de Tierra Santa Leonor consigue del Papa la anulación, basándose en el socorrido argumento de que los esposos son primos. Sólo espera seis semanas para sus segundas nupcias con Enrique Plantagenet. Poco después, su joven esposo se convierte en rey de Inglaterra y Leonor vuelve a ceñir corona real. Y para demostrar que la falta de hijos de su primer matrimonio era culpa de Luis, tiene ocho hijos con Enrique II.
Traicionada
Pero al pasar los años Enrique busca amantes más jóvenes que su madura esposa. Eso es algo que no se le puede hacer impunemente a Leonor, quien azuza a sus tres hijos mayores a rebelarse contra el padre. Cuando éste logre aplastar la rebelión, perdonará a los hijos pero no tendrá piedad con ella. La encarcela de por vida.
Aquí debería terminar la historia de Leonor de Aquitania. Ella es mayor, las condiciones de encierro insalubres y el rey quiere verla morir en prisión. Esperará durante 15 años que esa mujer se quiebre, pero al final sucede al contrario. Es Enrique II quien muere, y el nuevo rey, Ricardo Corazón de León, libera a su madre, que vuelve a tomar las riendas. Cuando Ricardo, imitando a su madre –el dato no es banal– organiza su propia Cruzada, va a ser Leonor, y no Ivanhoe o Robín de los Bosques, como dicen las novelas y el cine, quien vele por sus derechos frente a las intrigas del hijo pequeño, Juan Sin Tierra, y le reponga en el trono. Pero luego, al morir Ricardo, Leonor decide que el nuevo rey de Inglaterra sea Juan Sin Tierra, aunque tenga un nieto con más derechos.
En el año 1200, cercana ya a los 80, Leonor tiene energías para venir a España, a buscar una infanta castellana para casarla con su nieto francés. Elige a Blanca de Castilla, que será madre de San Luis, rey de Francia.
Finalmente se retira a Fontevraud, una abadía que goza de su especial favor. En Fontevraud rige una especialísima norma: es una abadía mixta de monjes y monjas, pero la autoridad máxima reside en la madre abadesa. El sitio adecuado para convertirse en lugar de eterno reposo de Leonor de Aquitania, que toda su vida mandó sobre hombres.

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